Gafas violetas

‘Mujercitas’, de Louisa May Alcott: el clásico que nos enseñó a ser buenas antes que libres

Releída hoy, la novela navideña por excelencia revela cómo el sacrificio, la renuncia y la domesticación del deseo femenino fueron presentados durante décadas como virtudes morales

Pocos libros forman parte del imaginario navideño con tanta naturalidad como Mujercitas. La reunión familiar, el hogar como refugio, la austeridad digna y la sororidad entre hermanas han convertido la novela de Louisa May Alcott en una lectura recurrente de finales de año. Pero vista hoy con las gafas violetas del feminismo, esa calidez esconde una pedagogía silenciosa: crecer, para una mujer, significaba aprender a contenerse, a sacrificarse y a no desear demasiado. Aunque las hermanas (algunas de ellas) consiguen superarlo.

Publicada en 1868, la novela fue revolucionaria en muchos aspectos. Cuatro hermanas —Meg, Jo, Beth y Amy— ocupan el centro del relato con deseos, contradicciones y aspiraciones propias. No son musas ni figuras secundarias: son sujetos narrativos. Especialmente Jo March, que escribe, gana dinero, rechaza el matrimonio como destino inevitable y sueña con una vida autónoma. Durante décadas, Jo ha sido leída como un icono protofeminista, y con razón.

'Mujercitas', de Louisa May Alcott, ilustrado por María Hesse
‘Mujercitas’, de Louisa May Alcott, ilustrado por María Hesse

Sin embargo, una relectura contemporánea revela las costuras del relato. Mujercitas propone una pedagogía moral muy clara: el crecimiento femenino está ligado al sacrificio, a la contención del deseo y a la renuncia personal en favor del bien común. Las aspiraciones individuales son legítimas… siempre que se moderen. El mensaje es especialmente severo con Jo, cuya energía creativa y ambición deben ser domesticadas para alcanzar la madurez moral que la novela celebra.

El desenlace sigue siendo uno de los puntos más debatidos desde el feminismo. El matrimonio de Jo —impuesto en gran parte por las exigencias editoriales de la época— se lee hoy como una claudicación simbólica: la mujer brillante, libre y excéntrica acaba reconducida hacia una vida de cuidado y educación ajena. No es un castigo explícito, pero sí un ajuste narrativo que devuelve el orden. La felicidad femenina, de nuevo, se articula dentro de una estructura afectiva tradicional.

Desde una mirada actual, Mujercitas también deja ver una jerarquía clara entre los modelos de mujer aceptables. Meg es recompensada por su domesticidad; Beth, por su abnegación silenciosa; Amy, por su adaptación estratégica al mundo; Jo, por aprender a no desear demasiado. El libro celebra la sororidad y la solidaridad familiar, pero también enseña que la autonomía tiene límites cuando amenaza la armonía social.

La película de 1949 del clásico de Louisa May Alcott, 'Mujercitas'
La película de 1949 del clásico de Louisa May Alcott, ‘Mujercitas’

¿Pasa Mujercitas el Test de Bechdel? De forma holgada. Las mujeres hablan entre ellas constantemente y lo hacen sobre trabajo, dinero, enfermedad, vocación, arte y ética. Pero el test, aquí, se queda corto: el verdadero debate no es si las mujeres hablan, sino qué se les permite querer y hasta dónde pueden llegar sin ser corregidas por el relato.

Leída en Navidad, Mujercitas sigue siendo un refugio emocional. Su calidez no ha desaparecido. Pero precisamente por eso resulta tan interesante revisitarla hoy: porque muestra cómo incluso los relatos más queridos han educado generaciones enteras en una idea concreta de feminidad basada en la bondad, la renuncia y el autocontrol.

Leída en Navidad, Mujercitas sigue ofreciendo consuelo y reconocimiento. Pero releída desde el presente, también obliga a preguntarse por el precio de esa armonía. Durante generaciones, el libro enseñó a muchas mujeres a ser buenas, comprensivas y responsables antes que libres. Quizá por eso sigue siendo tan necesario volver a él ahora: no para rechazarlo, sino para entender cuánto de ese aprendizaje sigue operando en la manera en que se nos permite crecer.

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