El estreno de Un fantasma en la batalla en cines españoles ha abierto una nueva grieta en el panorama cinematográfico nacional. Un silencio espeso recorre las salas antes de que caigan los créditos finales, como si el público sintiera que acaba de contemplar algo más que una película: un pedazo de memoria. Y ahora, Netflix se prepara para llevar esa experiencia a millones de espectadores en todo el mundo el próximo viernes, consolidando una de las apuestas más ambiciosas del año.
Una herida abierta en la historia reciente
Un fantasma en la batalla llega envuelta en una atmósfera de tensión y verdad. Su director, Agustín Díaz Yanes, regresa tras una larga ausencia con un proyecto que mezcla thriller, drama y memoria histórica. La cinta se inspira en hechos reales: las operaciones encubiertas de la Guardia Civil contra ETA durante los años noventa y dos mil. Sin embargo, lo que la película ofrece no es una lección de historia, sino una mirada humana a quienes vivieron entre la sombra y la sospecha.
La protagonista, Amaia, interpretada por una magistral Susana Abaitua, se infiltra durante más de una década en la organización terrorista. Su misión —localizar los zulos, los escondites secretos donde ETA guardaba armas y material explosivo— se convierte en una existencia paralela, un espejismo de vida. “Camina en la oscuridad”, como sugiere el título internacional de la cinta. She Walks in Darkness. Y lo hace sabiendo que no habrá aplausos cuando regrese, solo el vacío de haber sido una desconocida incluso para sí misma.
Una producción de altura internacional
Netflix apostó fuerte por Un fantasma en la batalla desde el principio. La plataforma confió la producción a Belén Atienza, Sandra Hermida y J. A. Bayona, responsables de La sociedad de la nieve, otro fenómeno de la factoría española que deslumbró a la crítica internacional. Su implicación asegura un nivel técnico y narrativo que coloca al filme en la liga de los grandes thrillers europeos.
El director de fotografía Paco Femenía dota a la historia de un realismo austero, casi documental, en el que la luz nunca es inocente. Los tonos fríos del norte se funden con la penumbra de los escondites, y cada encuadre parece oler a hierro y a miedo. La música de Arnau Bataller sostiene el suspense sin estridencias, subrayando la angustia de una mujer que vive al filo del abismo moral.
Estrenada en cines el 3 de octubre, Un fantasma en la batalla ha tenido una acogida intensa. Los festivales, desde San Sebastián hasta Toronto, la han recibido con respeto y aplauso contenido. Y ahora, el 17 de octubre, Netflix la liberará a su público global, con subtítulos en más de 20 idiomas. La apuesta es total.
El eco de una época que no termina de irse
La crítica ha coincidido en que Un fantasma en la batalla no busca héroes ni mártires. Su fortaleza radica en la ambigüedad, en ese territorio moral donde los ideales se confunden con la supervivencia. “Es cine de verdad”, sorprendió Carlos Boyero en El País, recordando que Díaz Yanes “maneja a sus actrices con un pulso admirable y sin artificio”.

El filme evita la tentación del panfleto. No glorifica ni demoniza: retrata. Y en ese retrato emergen las grietas de una España que todavía arrastra cicatrices del miedo. La infiltración, la mentira y la doble vida se convierten en metáforas de un país dividido entre el silencio y la necesidad de mirar atrás.
El guion, escrito por el propio Díaz Yanes, se sostiene sobre una estructura firme y un ritmo pausado. A veces se toma su tiempo, consciente de que el suspense no se mide en balas sino en respiraciones contenidas. En esa lentitud habita su grandeza. Un fantasma en la batalla es más un descenso a la conciencia que una persecución.
Un reparto de mujeres en pie de guerra
Además de Abaitua, la película reúne a Iraia Elias, Ariadna Gil y Andrés Gertrúdix, entre otros. Elias brilla con un personaje enigmático que oscila entre la complicidad y la amenaza. Gil, por su parte, aporta la frialdad de quien ha visto demasiado y ya no confía en nada. El elenco encarna no solo a personas atrapadas por el conflicto, sino a símbolos de un país donde el miedo era una lengua común.
Los críticos coinciden en que las interpretaciones femeninas son el alma de la película. No hay grandes discursos ni gestos heroicos: solo miradas, gestos mínimos, silencios que lo dicen todo. Esa contención, esa emoción sin exhibicionismo, es una de las razones por las que Un fantasma en la batalla ha sido considerada “uno de los thrillers españoles más impactantes de los últimos años”.
Más allá del thriller
Aunque Un fantasma en la batalla se presenta como un thriller, su verdadero motor es la introspección. Es una historia sobre el coste humano de servir a una causa en la sombra. Una película que se atreve a mirar al pasado sin morbo, sin romanticismo y sin miedo.

En sus mejores momentos, recuerda a los clásicos del espionaje —El topo, La noche más oscura, La vida de los otros—, pero con una sensibilidad profundamente española. Su protagonista no busca gloria, sino sentido. En ese dilema, el espectador se ve obligado a preguntarse cuánto de sí mismo estaría dispuesto a entregar por un ideal.
Netflix parece haberlo entendido bien. En tiempos de entretenimiento fugaz, esta es una película que exige atención, pausa y respeto. Su llegada a la plataforma no solo ampliará su alcance, sino que permitirá a nuevas generaciones acercarse a una parte de la historia reciente de España que el cine rara vez ha contado con tanta sobriedad y precisión emocional.