‘Divas, transgresoras e intoxicadas’

Tres mujeres, ningún permiso: las divas que incendiaron la Belle Époque

Un nuevo ensayo rescata a Luisa Casati, Tórtola Valencia y Teresa Wilms Montt: tres creadoras que desafiaron la moral y transformaron su escándalo en una forma radical de libertad femenina

Una fue una aristócrata italiana que atesoró una de las fortunas más importantes del país, musa y mecenas de artistas reconocidísimos; otra, una bailarina sevillana retratada tanto en literatura como en pintura por todos los grandes nombres del momento; la tercera, una poeta chilena de vida trágica, cuyo paso por Madrid no dejó indiferente a nadie, desde Valle-Inclán hasta Julio Romero de Torres. Ellas tres reescribieron el canon. Divas, transgresoras e intoxicadas, publicado por El Desvelo y firmado por la historiadora del arte Sofía Barrón, es uno de esos títulos que devuelve a la superficie a tres mujeres que dinamitaron las convenciones de la Belle Époque: Luisa Casati, Tórtola Valencia y Teresa Wilms Montt. Tres figuras deslumbrantes, contradictorias y libres, que hicieron de sus cuerpos y sus biografías un laboratorio artístico en una época que llamamos “bella” pero que oprimió sistemáticamente a las mujeres que se atrevían a desobedecer.

El libro se adentra en la vida de estas creadoras desde una perspectiva crítica y actualizada, mostrando cómo sus experimentaciones con la estética, la identidad y el consumo de sustancias psicotrópicas cuestionaron de raíz la respetabilidad burguesa. Casati, Valencia y Wilms Montt absorbieron conceptos como anarquismo, spleen, abulia, ocultismo o hiperestesia —palabras que, a finales del XIX, representaban mundos nuevos y peligrosos— para construir una identidad artística que orbitaba entre la fascinación, el escándalo y la rebeldía.

‘Divas, transgresoras e intoxicadas’, de Sofía Barrán
‘Divas, transgresoras e intoxicadas’, de Sofía Barrán

Sofía Barrón, especialista en pintura española de los siglos XIX y XX y en la representación visual de las drogas, plantea un retrato conjunto que funciona como arqueología del desvío. La autora ha dedicado años a estudiar la iconografía femenina vinculada a la toxicidad, el orientalismo, la bohemia y la sexualidad, y en este libro pone en práctica esa mirada afilada para revelar cómo estas mujeres ocuparon un espacio artístico reservado históricamente a los hombres: el de la experimentación radical, el del exceso como forma de conocimiento y el del cuerpo como territorio político.

La figura de Luisa Casati es quizá la más desbordante. Heredera de una fortuna inmensa y musa de artistas como Giovanni Boldini, Man Ray o Augustus John, convirtió su vida en una performance permanente: paseaba con leopardos domesticados, transformaba su casa en un set teatral y utilizaba su cuerpo como lienzo. Cabello rojo intenso, piel blanquísima empolvada, ojos delineados con kohl: su imagen anticipó la noción contemporánea de celebrity, pero también ensanchó los límites de lo femenino en una Europa obsesionada con la respetabilidad. Para Barrón, en Casati confluyen la estética de los Ballets Rusos, el gusto por lo artificial, la pulsión autodestructiva y un desafío directo al orden patriarcal: su cuerpo, intervenido y exagerado, era un acto político.

Luisa Casati, en una foto de 1935 tomada por Man Ray en uno de los balls que ofrecía en Milán y en París
Luisa Casati, en una foto de 1935 tomada por Man Ray en uno de los balls que ofrecía en Milán y en París

Muy distinta, aunque igual de insumisa, es la trayectoria de Tórtola Valencia. Bailarina autodidacta, icono internacional y figura queer antes de que el término existiera, jugó con su sensualidad de forma abierta en un tiempo que castigaba cualquier desviación. Su adicción a la morfina y sus relaciones con hombres y mujeres alimentaron una leyenda que ella misma supo moldear. Su danza, influida por estéticas orientales e indias, fue recibida como un trance casi místico por el público europeo. Valencia convertía cada gesto en un manifiesto corporal que cuestionaba el binarismo de género, la heterosexualidad obligatoria y la moral católica que imperaba tanto en España como en América Latina. Su magnetismo, documentado por retratistas de media Europa, sigue siendo hoy una de las grandes ausencias del canon escénico.

Teresa Wilms Montt encarna otra forma de ruptura: la de la escritora que desafía la autoridad patriarcal desde dentro del mundo literario. Chilena, aristócrata, brillante y ferozmente independiente, vivió entre el desarraigo, los círculos intelectuales madrileños y una bohemia marcada por la adicción al opio y al éter. Su obra, atravesada por el misticismo, la pulsión erótica y una prosa afilada, proyecta una sensibilidad moderna que ha sido reivindicada en las últimas décadas como precursora del feminismo literario en español. Su vida, trágica y breve, simboliza una lucha constante por conquistar un espacio propio en un mundo que concebía a las mujeres como musas, no como creadoras.

Tórtola Valencia, en una imagen de 1916
Tórtola Valencia, en una imagen de 1916

El ensayo de Barrón las une desde un hilo común: todas fueron cosmopolitas, profesionales e independientes; todas utilizaron las drogas no como fuga sino como exploración estética; y todas jugaron con una libertad sexual que desafiaba el orden de género vigente. Lo que las convirtió en escándalo para la sociedad finisecular es, precisamente, lo que las vuelve fascinantes para el siglo XXI.

La autora amplía esta visión desde su trayectoria académica: su investigación sobre la iconografía de la mujer toxicómana, su trabajo sobre la absenta en el cambio de siglo y sus estudios sobre la representación femenina en la cultura moderna le permiten contextualizar estas vidas sin reducirlas al mito. No son figuras malditas: son mujeres que utilizaron los códigos de la época para invertirse a sí mismas y para escribir nuevas formas de libertad.

El libro subraya, además, que su influencia permanece activa: hoy, la estética que ellas encarnaron —desde el decadentismo hasta la androginia, desde el orientalismo apropiado hasta el arte performativo— se ha convertido en parte del mainstream visual. Las nuevas generaciones continúan imaginando el cuerpo y el deseo desde coordenadas que ellas, con sus excesos y su osadía, ayudaron a abrir.

Divas, transgresoras e intoxicadas es un libro importante en fondo y forma: porque rescata figuras poco reivindicadas y genera nuevos modelos. Sofía Barrón nos devuelve una genealogía feminista de la desobediencia que la Belle Époque quiso ocultar, y que hoy conviene recordar.

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