El oro vuelve a estar en boca de todos. En los últimos días, su precio se ha disparado por encima de los 3.400 dólares la onza. No hay mucho misterio. Las tensiones entre Estados Unidos e Irán, los rumores de nuevos ataques, la retirada de personal diplomático y el temor a una escalada militar ha disparado el clásico reflejo de buscar refugio. Y cuando se trata de refugio, el oro sigue siendo el rey.
Ahora bien, hay quien dice que lo peor ya está en el precio. Que el mercado ya ha descontado el susto. Y si eso es verdad, tal vez ya no tenga tanto sentido seguir apostando por un activo que solo sube cuando todo va mal. Así que muchos empiezan a ampliar el foco. No solo hacia lo que protege, sino hacia lo que impulsa. Y ahí es donde aparecen los nuevos protagonistas.
Hablamos de los llamados “minerales del futuro”. Puede que no tengan tanto glamour como el oro, pero están detrás de todo lo que está transformando el mundo. Desde coches eléctricos hasta redes eléctricas, pasando por smartphones, baterías, inteligencia artificial y chips. Nos referimos al cobre, el litio, el níquel, el galio, el germanio, el silicio o el grafito. Sin ellos, simplemente no hay transición energética ni revolución tecnológica.
La brecha entre oferta y demanda se agranda
El cobre, por ejemplo, es fundamental para las redes eléctricas modernas y la producción de vehículos eléctricos. En 2024, se produjeron cerca de 22 millones de toneladas métricas, pero la Agencia Internacional de Energía prevé que la demanda podría superar los 50 millones para 2040. Esa brecha implica más del doble de la oferta actual en menos de dos décadas, en un mercado donde abrir una nueva mina puede tardar más de diez años.
Con el litio, la historia es aún más vertiginosa. En 2020, la demanda global fue de 350.000 toneladas. Para 2025, esa cifra podría alcanzar los 1,5 millones y llegar a más de siete millones en 2040. Todo indica que su uso en baterías recargables, tanto para automóviles como para almacenamiento energético, está apenas comenzando. De momento, no hay otro material que le haga sombra en eficiencia.
El níquel, por su parte, ya era importante en el mundo industrial, pero ahora se ha vuelto indispensable para las baterías de última generación. Hoy se producen unas tres millones de toneladas al año. Para 2035 se espera que se necesiten cinco millones.
China va por delante y Occidente reacciona tarde
Aquí viene la parte geopolítica. China no solo produce, también refina. Y no hablamos de porcentajes pequeños. Controla más del 50% del níquel, el 45% del litio, el 40% del cobalto y cerca del 70% de las tierras raras. Además, tiene la mayor infraestructura de transformación del planeta. En otras palabras, si estos minerales son las venas del mundo moderno, muchas de ellas pasan por Pekín.
Occidente, como era de esperar, ha reaccionado tarde. Estados Unidos ha empezado a abrir minas en Nevada, ofrecer incentivos y buscar aliados estratégicos. Pero la brecha tecnológica y de suministro aún es enorme. Por eso, en esta nueva “guerra fría de los materiales”, China tiene ventaja.
La guerra de los chips, en el fondo, es también una guerra de minerales. Más allá de los metales ya conocidos, otros elementos críticos están ganando visibilidad. El galio y el germanio, por ejemplo, son esenciales para la fabricación de chips, sensores y componentes militares. Y China produce el 98% del galio mundial y más del 60% del germanio. Además, tras las restricciones impuestas por Pekín en 2023, muchos países han comenzado a considerar estas materias primas como cuestiones de seguridad nacional.
Lo más curioso de todo esto es que estos minerales no suben por miedo. Suben porque el mundo avanza. Porque se venden más coches eléctricos. Porque se instalan más paneles solares. Porque se fabrican más dispositivos inteligentes. Son un termómetro de progreso, no de pánico.
¿Cómo invertir en los “minerales del futuro”?
No hace falta ser un experto para ver que hay una oportunidad. Y no solo en las materias primas como tal. La cadena de valor es extensa. Desde las empresas mineras hasta los fabricantes de baterías, las compañías que producen semiconductores o incluso las que se encargan de reciclar estos materiales. Todo ese ecosistema está creciendo.
Para quien quiera subirse a esta ola, hay opciones. Una es apostar directamente en empresas mineras cotizadas, como Albemarle (especializada en litio), Freeport-McMoRan (cobre) o Vale (níquel).
Otra vía son los fondos cotizados (ETF) enfocados en baterías, movilidad eléctrica o metales estratégicos, como el Global X Lithium & Battery Tech ETF o el Amplify Lithium & Battery Technology ETF, que agrupan compañías clave del sector. Incluso los fondos temáticos ESG más modernos están incluyendo cada vez más estos activos dentro de sus carteras. Los inversores más sofisticados pueden optar por futuros y derivados sobre algunos de estos metales, aunque requieren mayor experiencia y tolerancia al riesgo.
¿El precio del oro ha subido demasiado? Puede que sí, puede que no. Pero los verdaderos motores del futuro podrían estar en otros metales. Menos relucientes, más técnicos, pero esenciales para mover el engranaje del siglo XXI.