El “momento Sputnik” que muchos vieron hace poco con la irrupción de la inteligencia artificial China Deep Seek, y su impacto en el valor de las acciones de empresas tecnológicas estadounidense como NVDA, fue disipado rápidamente por el propio Donald Trump, quien prefirió afear a Silicon Valley para hacerle un guiño al éxito empresarial de la potencia oriental.
El presidente de Estados Unidos calificó a Deep Seek de avance positivo en la industria, precisando luego lo siguiente: “En lugar de gastar miles de millones y miles de millones, gastarás menos y, con suerte, encontrarás la misma solución”. Su llamado a la libre competencia con China carece de cualquier connotación geopolítica y dista mucho de posiciones anteriores en las que valoraba temas de seguridad nacional para justificar la guerra comercial contra el gigante asiático. Parecido a la también reciente flexibilización de su postura con respecto a TikTok, propiciando ahora que empresas estadounidenses como Microsoft compren solo el 50% de dicha plataforma, quedándose de socio a partes iguales con la empresa matriz china.
El caso es que, al contrario de la época de la guerra fría, la actual administración de Estados Unidos no parece reconocer a ningún enemigo o némesis geopolítico que justifique la interrupción de su pragmatismo económico bajo el paraguas del “América First”. No lo es Rusia y, por lo que estamos viendo, tampoco es China. Y es que no existe en el trumpismo actual la visión de dos bloques mundiales con hemisferios de influencia, ni mucho menos la concepción de “Occidente”. Por tanto, el episodio de Deep Seek es cualquier cosa menos el “momento Sputnik”. Lo que sí parece ser es un punto de inflexión en la democratización y masificación de la inteligencia artificial.
Lo que está por verse es lo que hará Europa para salir del letargo y dejar de ser un mero espectador en esta transición digital y nueva revolución industrial. Mucho más ahora que no tiene potencia a la que recostarse y se ve amenazada por los dos costados: Ucrania y Groenlandia. Está obligada a ponerse los pantalones largos y forjar su propio futuro. Ese proyecto común y propósito colectivo cohesionador del que tanto hablaba Ortega y Gasset. Porque como dijo el filósofo una nación no es su historia sino una empresa que se realiza en el tiempo, la cual no se hereda sino que se construye con cada generación. Conviene una dosis de razón vital orteguiana para debatir sobre la circunstancia más importante de nuestro tiempo, la inteligencia artificial, más allá de la sola regulación o restricción.
Salvar a Occidente y sus valores, pasa por evitar el completo rezago europeo frente a Estados Unidos y China e invertir en IA con seriedad para promover la innovación. El riesgo de que Europa se convierta en un museo (y con ella la cultura occidental), advertido recientemente por Ana María Botín en Davos, no solo es latente sino también inminente. ¿Cuándo se dará el “momento Pinta” en esta carrera por la IA? Es la hora de EuropIA.