Quien haya viajado a la Capadocia, en Turquía, quizá recuerde las impresionantes ciudades excavadas bajo la roca. Lo sorprendente es que, a poco más de una hora de Madrid, en plena Alcarria, existe un lugar que guarda un secreto similar bajo sus calles. Se trata de Brihuega, uno de los pueblos más atractivos de Guadalajara, conocido tanto por sus campos de lavanda como por un laberinto subterráneo de ocho kilómetros, popularmente conocido como las Cuevas Árabes.
Un mundo oculto bajo la villa medieval
Este entramado de pasadizos y galerías discurre bajo casas, iglesias y plazas, y constituye el que muchos consideran el laberinto subterráneo más grande de España. Su origen se remonta a los siglos X y XI, cuando comenzaron a excavarse para ser usados como refugio, despensa y lugar de almacenamiento. Con el paso de los siglos, la red fue ampliándose y se convirtió en un espacio esencial para los habitantes del municipio. Durante generaciones, los briocenses aprovecharon la temperatura constante de unos 12 ºC para conservar productos como cereales, aceite o vino. Incluso hoy, en algunos rincones todavía se pueden ver grandes tinajas que recuerdan ese uso agrícola y doméstico.

Una visita imprescindible
La entrada a las cuevas se encuentra en la Plaza del Coso, epicentro de la vida social del pueblo. Por tres euros, los visitantes pueden recorrer alrededor de 700 metros habilitados para el turismo, en un recorrido de media hora que, aunque está bien señalizado, impresiona por la maraña de túneles y pasadizos. En la penumbra, bajo la luz tenue que resalta la textura de la toba caliza, se atraviesan arcos y se descienden escaleras mientras aparecen marcas en las paredes: cruces, líneas paralelas o escuadras, símbolos que evidencian que los obreros que las excavaron eran cristianos. El tramo más fotografiado es, sin duda, la galería con arcos apuntados, que se hunde abruptamente en el subsuelo y ofrece un ambiente casi místico.
Este dédalo subterráneo no solo sirvió para almacenar alimentos: también fue refugio en momentos de peligro. Brihuega sufrió numerosos asedios a lo largo de su historia, desde las incursiones almohades en el siglo XII hasta la Guerra de Sucesión en 1710. Más recientemente, durante la Guerra Civil, los túneles dieron cobijo a la población en 1937, cuando el municipio fue rodeado por las tropas italianas que apoyaban al franquismo.
El recorrido por las cuevas es seguro, pero debido a la humedad del subsuelo se recomienda calzado deportivo con buena sujeción para evitar resbalones. El itinerario finaliza en un lugar muy simbólico: junto a la Carnicería Gutiérrez, familia que lleva tres generaciones vinculada a la conservación y acceso de este patrimonio único.
Más allá de las cuevas
Brihuega no solo sorprende bajo tierra. Sus murallas medievales, el castillo de Piedra Bermeja, las iglesias románicas y góticas, los conventos y la histórica Real Fábrica de Paños completan un recorrido cultural que transporta al visitante al pasado. Y cuando llega el verano, sus extensos campos de lavanda tiñen el paisaje de violeta, convirtiendo a la villa en la llamada “Provenza de Guadalajara”. La magia de Brihuega reside en esa mezcla de historia visible e invisible. Sobre el suelo, calles medievales, plazas animadas y un patrimonio monumental de primer orden; bajo tierra, un laberinto de ocho kilómetros que guarda las huellas de siglos de vida, resistencia y tradición. Sin duda, un lugar único en España donde perderse es parte de la experiencia.