Cuando el verano se apaga y los clubes bajan el volumen, Ibiza revela su rostro más auténtico. Las playas se vacían, el aire se vuelve más limpio y la luz del Mediterráneo adquiere un tono dorado que lo transforma todo. Es entonces cuando la isla se convierte en un refugio perfecto para quienes buscan desconexión, naturaleza y cultura local. Esta es la otra Ibiza, la que vive al ritmo de sus campos, sus pueblos blancos y sus mercados artesanales.
En otoño, las temperaturas suaves —entre 20 y 25 grados— permiten disfrutar de sus calas, senderos y terrazas sin aglomeraciones. Aquí te dejamos una guía práctica para recorrer la Ibiza más serena a través de tres ejes: sus calas del norte, los pueblos del interior y los mercados hippies que mantienen vivo el espíritu bohemio de la isla.
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Calas del norte: Benirràs, Portinatx y la Ibiza del silencio
El norte de Ibiza es un mundo aparte. Las carreteras se estrechan, el verde de los pinares cubre los acantilados y el mar adquiere un azul profundo imposible de olvidar. En esta parte de la isla, el ritmo es lento y los sonidos naturales —olas, viento, cigarras— reemplazan cualquier ruido urbano.
Cala Benirràs es la joya indiscutible. Famosa por sus atardeceres, en otoño recobra la calma que pierde en los meses de verano. La arena dorada y las formaciones rocosas la convierten en una de las playas más fotogénicas de Ibiza. A finales de octubre, cuando apenas quedan turistas, puedes disfrutar del espectáculo del sol cayendo detrás del islote de Cap Bernat casi en soledad.

Muy cerca, Portinatx ofrece tres pequeñas calas —S’Arenal Gros, S’Arenal Petit y Cala d’en Serra— ideales para nadar o practicar snorkel. En otoño, el agua mantiene una temperatura agradable y los restaurantes de la zona permanecen abiertos con un ambiente local y relajado. También merece la pena visitar Cala Xarraca, donde las aguas cristalinas invitan a un baño a cualquier hora del día.
Pueblos del interior: Santa Gertrudis, Sant Carles y el alma rural de la isla
Si hay un lugar que resume el encanto del interior ibicenco, ese es Santa Gertrudis de Fruitera. Situado en el centro geográfico de la isla, este pequeño pueblo blanco se ha convertido en el punto de encuentro de artistas, residentes y viajeros que buscan autenticidad. Sus calles empedradas, su iglesia encalada y sus terrazas bajo los naranjos son el escenario perfecto para una tarde sin prisa.
En la plaza principal, los bares sirven bocadillos de jamón ibérico y vino local, mientras las galerías de arte y tiendas de cerámica exhiben piezas únicas hechas a mano. En otoño, el ambiente es más tranquilo y los locales retoman su ritmo cotidiano.
Un poco más al este, Sant Carles de Peralta conserva el espíritu bohemio de los años 70. Aquí se refugiaron los primeros hippies que llegaron a la isla, atraídos por su calma y su belleza. La iglesia blanca y el bar Anita, uno de los más antiguos de Ibiza, siguen siendo puntos de encuentro imprescindibles. Muy cerca se encuentra Sant Joan de Labritja, otro de los pueblos más pintorescos, rodeado de colinas cubiertas de almendros y olivos.
Mercados hippies: tradición, arte y aromas de otoño

Ninguna visita a Ibiza está completa sin pasar por sus mercados hippies, que en otoño recuperan su esencia más local. Lejos del bullicio del verano, se convierten en lugares de encuentro entre artesanos, agricultores y músicos.
El más conocido es el Mercado de Las Dalias, en Sant Carles, que abre cada sábado durante todo el año. Entre puestos de ropa artesanal, joyas, incienso y arte, se respira un ambiente relajado que mantiene viva la herencia cultural de la isla. Los domingos, el Mercadillo de Sant Joan ofrece una experiencia similar, con productos ecológicos, música en directo y comida local.
En ambos mercados se pueden encontrar artículos únicos: desde bolsos de piel hechos a mano hasta jabones naturales con aceites de lavanda y romero. Además, son el lugar perfecto para disfrutar de un café al sol o escuchar a un músico local mientras se contempla el paisaje rural.
La Ibiza del sosiego
Visitar Ibiza en otoño es descubrir una isla diferente: silenciosa, luminosa y profundamente mediterránea. Es el momento ideal para caminar sin prisa por la costa, explorar caminos rurales en bicicleta o simplemente dejarse llevar por el ritmo pausado de los pueblos blancos.
Sin fiestas ni multitudes, la isla se muestra tal como es: un paraíso natural, cultural y humano, donde cada cala, cada mercado y cada rincón del interior cuentan una historia distinta. Porque la auténtica magia de Ibiza no está en la noche, sino en todo lo que sucede cuando vuelve la calma.