Hasta hace no mucho, Sheila Ebana era una figura prácticamente anónima. Una mujer inmigrante, nacida en Bata (Guinea Ecuatorial), que llegó a España siendo muy joven y que educó sola a su hijo, Lamine, en un entorno modesto, primero en Mataró y luego en Granollers. Su vida estuvo marcada por las rutinas laborales y las urgencias de la conciliación: trabajaba como camarera en un restaurante McDonald’s, y en cuanto descubrió el talento futbolístico de su hijo, no dudó en reorganizar toda su vida en función de sus entrenamientos.
Sheila pidió un traslado para poder estar más cerca del campo del CF La Torreta, donde Lamine empezaba a llamar la atención. Cada tarde lo acompañaba, esperaba en la grada y lo llevaba de vuelta a casa. Eran tiempos de sacrificio, transporte público y horarios eternos. “Mi madre me hizo no ver nada malo, solo lo bueno. Todo parecía normal, aunque ahora me doy cuenta de todo lo que hacía por mí”, llegó a decir su hijo en una entrevista.
Con apenas 7 años, Lamine entró en la cantera del FC Barcelona. A partir de ahí, Sheila se convirtió en una sombra fiel, presente en cada partido, cada entrenamiento, cada decisión importante. Ella gestionaba los horarios, la alimentación, la educación, y sobre todo, el equilibrio emocional de su hijo. En un entorno competitivo y muchas veces abrumador, Sheila fue su refugio. Durante años lo mantuvo alejado del ruido mediático y de las tentaciones del estrellato precoz. A cambio, asumía el protagonismo en silencio: seguía trabajando, cocinando, sonriendo cuando la cámara enfocaba al banquillo.
Sin embargo, todo cambió cuando Lamine se convirtió en una figura pública. Desde su debut con el Barça, y sobre todo tras su explosión en la Eurocopa 2024 y su consolidación como número 10 del equipo, los focos empezaron a buscar también a la mujer que le dio a luz. Su antes y después es hoy uno de los más comentados en redes sociales y prensa rosa.
Sheila dejó atrás el uniforme de McDonald’s y empezó a ganar una fuerte presencia en TikTok e Instagram, donde comparte mensajes de apoyo a su hijo, reflexiones sobre la maternidad, recetas tradicionales y momentos del día a día. Se ha convertido en una figura querida por los seguidores del Barça, que la ven como un símbolo de fuerza maternal, humildad y autenticidad.
También ha sabido redefinirse sin perder sus raíces. Asiste a actos oficiales del club, acompaña a Lamine en desplazamientos internacionales, gestiona su imagen en muchos aspectos y participa activamente en decisiones familiares. Se ha convertido en una especie de manager emocional, alguien que combina el instinto de madre con la experiencia de quien ha vivido mucho en poco tiempo. En el palco del Camp Nou, o del nuevo Spotify Montjuïc, es habitual verla sentada junto a directivos, con su característico aplomo y mirada protectora.
Su historia conecta con muchas mujeres que se sienten invisibles en su lucha diaria: migrantes, madres solteras, trabajadoras que sostienen familias enteras con recursos limitados. Sheila les pone rostro, y ahora también voz. A través de su perfil en redes, transmite mensajes que van más allá del deporte: habla de resiliencia, fe, dignidad y autoestima. Su popularidad no responde a escándalos ni artificios, sino a la identificación que genera. Ella es una historia de éxito real, con cicatrices y lecciones.
Hace unos días, durante la celebración del 18º cumpleaños de Lamine, Sheila volvió a ser el centro de todas las miradas. Los medios destacaron su estilo, pero sobre todo su discreción y firmeza. No busca protagonismo, pero cuando lo tiene, lo maneja con naturalidad. Y siempre vuelve al mismo lugar: el papel de madre. Porque por encima de todo, Sheila Ebana es eso. Una madre que lo dio todo por su hijo. Que se reinventó para él y hoy recoge lo sembrado. Es el resultado de un recorrido de fondo, silencioso, lleno de decisiones difíciles y afecto incondicional.