Gucci ha cambiado de piel. No con fuegos artificiales, ni con un desfile escenográfico en la plaza central, ni siquiera con un evento físico. Su nueva etapa se inauguró silenciosamente, aunque con una carga simbólica considerable, en Instagram, en forma de un lookbook sobrio, teatral y profundamente cargado de intención. Así se presentó La Famiglia, la primera colección de Demna Gvasalia como director creativo de la histórica casa italiana.
Con apenas 36 o 37 looks, según las distintas ediciones del material de prensa, La Famiglia se plantea como una serie de retratos más que como una colección al uso. Lejos de la pasarela y la coreografía, cada imagen parece una escena fija de una película que aún no conocemos. Los personajes están llenos de significado. “La Sciura”, “La Influencer”, “La Cattiva”, “L’Archetipo”, “La VIP”, “La Primadonna”… nombres que evocan caricaturas de la moda italiana, referencias a arquetipos sociales, a figuras familiares, a identidades compartidas que habitan el imaginario colectivo. Es un desfile sin desfile.
La fotografía de Catherine Opie, habitual cronista de lo marginal, lo íntimo y lo queer, acentúa la sensación de distancia emocional: planos frontales, fondos neutros, luz de estudio. Como si estuviéramos viendo el álbum familiar de una familia poderosa, excéntrica, quizás disfuncional.
Lo que más llama la atención no es la estridencia -aunque hay brillo, exageración y un lujo evidente-, sino el control. La colección es provocadora sin ser agresiva. Demna, conocido por sus acercamientos radicales a la moda con Balenciaga, aquí opera con una sofisticación distinta…, hay ironía y respeto. Recupera símbolos de la casa, como el monograma GG, los bolsos Bamboo 1947, los pañuelos de seda con motivos Flora, los mocasines con herraje de caballo… pero los inserta en un contexto que parece ajeno y familiar a la vez. Nada se muestra como solía ser.
En términos de silueta, la colección alterna el dramatismo de los abrigos oversized y las hombreras marcadas con piezas más ceñidas, como vestidos transparentes y pantalones de tiro bajo. Aquí vuelve esa sensualidad explícita que recuerda a Tom Ford, pero despojada del glamour publicitario de los 2000: ahora es más seca, más incómoda, más deliberadamente sexual en su frialdad. Las transparencias, los tejidos ligeros, las lentejuelas oscuras y los tonos metálicos conviven con trajes clásicos de lana, gabardinas largas, guantes de cuero y toques de peluche falso. Hay una voluntad de mezclar lo teatral con lo real, el archivo con el descaro contemporáneo.
La paleta cromática se mueve entre el negro, el burdeos, el beige y ciertos toques de rojo encendido. Algunas piezas en tonos florales, reinterpretaciones del icónico estampado Flora, aparecen con una oscuridad nocturna, casi melancólica. Es una colección de contrastes, no solo visuales sino emocionales: entre la rigidez de los trajes y la fluidez de los vestidos, entre la elegancia de la forma y la ironía del contenido.
Gucci viene de un periodo de inestabilidad: caídas en las ventas, cambios en la dirección ejecutiva, y la presión constante de mantener relevancia en un mercado donde el lujo se mezcla cada vez más con el entretenimiento. El director general de Kering ya había dejado claro que se necesitaba una nueva etapa para Gucci, y esta colección funciona como un nuevo ancla estética para los próximos años. La elección de lanzar La Famiglia en redes sociales -sin desfile, sin público, sin música- responde también a una lectura de época: en un mundo saturado de imágenes, lo más radical es la quietud.
Desde la perspectiva del negocio, la colección se distribuirá inicialmente de forma limitada en diez boutiques internacionales, desde Nueva York hasta Tokio, pasando por Los Ángeles, París y Seúl. Es un lanzamiento casi de culto. Y mientras se espera un cortometraje dirigido por Spike Jonze y Halina Reijn, con Demi Moore como protagonista -un fragmento de la narrativa más amplia que Demna y su equipo están construyendo-, La Famiglia funciona como primer capítulo de algo más grande. Algo que, si se mantiene con esta coherencia, podría redefinir no solo la estética de Gucci, sino el lugar que ocupa en el lujo del siglo XXI.
Las reacciones, por ahora, son mixtas. Hay entusiasmo entre los seguidores de la moda conceptual, que celebran la inteligencia visual de Demna. Hay reservas entre quienes esperaban una continuidad del maximalismo romántico de Alessandro Michele. Pero lo cierto es que la colección no busca agradar a todos: busca marcar posición. En ese sentido, el debut de Demna en Gucci es una declaración política. La moda, aquí, es un lenguaje. Y La Famiglia habla claro.