Hay bares a los que uno va a buscar comida y otros a los que se entra en busca de historias. The Little Knight es de los segundos, aunque sus hamburguesas sean lo bastante jugosas como para hacer que incluso el más charlatán se quede callado un rato. A unos metros del Santiago Bernabéu esta nueva hamburguesería promete revolucionar la zona.
Knight ‘n’ Squire, el hermano mayor, tiene cincuenta y siete años de historias a sus espaldas, con su barra siempre lista para recibir a los fieles de la hamburguesa con apellido. Pero The Little Knight no viene a reemplazar, sino a expandir, a llevar el espíritu de la casa madre a un nuevo punto de encuentro. Su terraza acristalada es un rincón para desayunar con los ojos medio abiertos o cerrar la noche con una última cerveza.
Con aforo para 80 personas, su interior, con la madera como bandera y una barra circular que parece hecha para conspiraciones y brindis, es un santuario para melómanos y cinéfilos: vinilos, carteles de cine, matrículas americanas y un desfile de leyendas en las paredes, desde Bruce Lee hasta Sofía Loren. Es el tipo de sitio en el que, si te quedas el tiempo suficiente, sientes que vas a ver entrar a Travolta a pedir un perrito caliente.

Knight ‘n’ Squire abre su segundo local: The Little Knight (Serrano, 197), a un paso del Santiago Bernabéu
El plato fuerte, el que se roba todas las conversaciones, llega en forma de hamburguesas y perritos: pan de obrador familiar, carne que se deshace en la boca y combinaciones que van desde lo clásico hasta lo viajero. La Diablo, con jalapeño y doble de queso, tiene más carácter que algunos vecinos del barrio; la Thai, con mayonesa de chiles y hierbas frescas, es una escapada sin necesidad de billete de avión. Y luego están los perritos, que aquí son un homenaje global: el peruano con ají amarillo, el mexicano con guacamole y chili con carne, el indio con mermelada de naranja amarga y curri en polvo. Cada bocado es un pasaporte, cada trago una excusa para quedarse un rato más.
Aquí se viene a llenar el estómago, sí, pero también a perder la noción del tiempo, a escuchar a Springsteen o a los Rolling mientras afuera la ciudad sigue su curso. Como el Bernabéu, como los clásicos del cine, como las historias que empiezan en una hamburguesería y acaban en la memoria de quienes las cuentan.