Desde su retirada oficial como miembro activo de la familia real británica en 2020, el príncipe Harry ha protagonizado una transformación personal y mediática sin precedentes dentro de la realeza contemporánea. Pero uno de los gestos más radicales que llegó a contemplar para reforzar su desvinculación del aparato institucional fue algo tan íntimo como simbólico: cambiarse el apellido.
Según publicó el Daily Mail, el hijo menor del rey Carlos III pensó seriamente en abandonar el apellido Mountbatten-Windsor -establecido en 1960 para los descendientes de la reina Isabel II y el príncipe Felipe- para adoptar el apellido Spencer, el mismo que llevó su madre, Diana de Gales, antes de casarse con el entonces príncipe de Gales.
Una ruptura simbólica con su linaje paterno
La idea de cambiar de apellido no solo tenía un valor sentimental, sino también político. Al adoptar el nombre Spencer, Harry habría enviado un potente mensaje de lealtad emocional hacia el linaje de su madre, Lady Di, una figura que encarnó -para muchos- la sensibilidad y la cercanía que el resto de la familia real no supo representar. Frente a la frialdad de la institución, Diana fue “la princesa del pueblo”. Y su hijo menor, al parecer, quería reafirmarse como su heredero espiritual.
Sin embargo, antes de tomar cualquier decisión, Harry decidió consultar con su tío materno, Charles Spencer, conde de Althorp y hermano de Diana. La conversación, descrita como respetuosa, fue decisiva: Charles le habría recomendado no proceder con el cambio de apellido, advirtiendo sobre las implicaciones legales, familiares y mediáticas de una acción tan radical.

Los hijos de Harry y Meghan, portadores del apellido real
Harry comparte actualmente el apellido Mountbatten-Windsor con su esposa, Meghan Markle, y sus dos hijos: Archie Harrison y Lilibet Diana. Ambos menores ostentan los títulos de príncipe y princesa de Sussex tras la muerte de Isabel II, aunque su papel dentro de la estructura real es meramente simbólico. En la práctica, la familia vive en California y ha tomado distancia con la institución monárquica, tanto en lo operativo como en lo emocional.
En varios documentos legales y registros escolares, la familia ha utilizado “Sussex” como apellido funcional, en la línea de lo que hacían otros miembros reales que usaban sus títulos como apellido (como los príncipes William y Harry cuando firmaban como “Wales” durante su servicio militar).
El episodio del posible cambio de apellido subraya un aspecto recurrente en la narrativa de Harry desde su mudanza a Estados Unidos: el deseo de reconstruirse como individuo fuera de los códigos y las jerarquías palaciegas. Sus memorias, Spare, no solo relataban la rigidez del entorno real, sino también la sensación de estar atrapado en un sistema que nunca eligió. Adoptar el apellido Spencer habría sido la culminación de ese viaje simbólico: una forma de identificarse más con el recuerdo de su madre que con el trono al que su hermano mayor está destinado.

Para Harry, el legado de Diana siempre ha sido una brújula emocional. En múltiples entrevistas ha explicado que su madre “lo guiaría” en las decisiones importantes de su vida. Tanto él como Meghan han invocado su memoria en momentos clave: desde el anillo de compromiso de Meghan, que lleva diamantes de Diana, hasta el nombre de su hija Lilibet Diana, en homenaje tanto a la reina Isabel como a la princesa de Gales. Cambiar de apellido habría sido una extensión de ese homenaje, aunque también una ruptura definitiva con su padre, el rey Carlos III, con quien mantiene una relación distante y compleja desde su salida de la institución.
Una decisión no tomada… por ahora
Aunque Harry no ha cambiado finalmente su apellido, la mera intención dice mucho. Es probable que, de no haber tenido en cuenta las recomendaciones de su tío Charles Spencer, el gesto se hubiera materializado. Pero también es significativo que, en lugar de actuar impulsivamente, eligiera la vía del diálogo con su familia materna.
Este episodio refleja que, aunque ya no forme parte de la familia real en sentido estricto, el príncipe Harry sigue debatiéndose entre dos mundos: el de su pasado institucional y el de su presente personal. Entre el peso de la corona y la herencia de su madre, sigue buscando una identidad propia.