La belleza del bastón comienza cuando nos permite preguntarnos si hay una razón estática o estética. Si es una prolongación del cuerpo o del alma. Para Marie Fredriksson, la vocalista de Roxette, fue su manera de anclarse al mundo. Víctima de un cáncer cerebral, siguió ofreciendo conciertos sentada en un taburete y bastón en mano. La enfermedad le impedía mantenerse en pie, pero transmitía una imagen poderosa y majestuosa de resistencia.
Para Madonna, que también ha salido al escenario con ayuda de un bastón, le sirve como ese “botón de pausa” aconsejado por el médico debido a sus problemas de rodilla. Es la quietud cuando el cuerpo le pide volar. Igual que hizo Fredriksson, acaba convirtiéndolo en un símbolo más de la realeza pop y de su poderío escénico. Lo incorpora al espectáculo y deja que sea él quien marque el ritmo, dirija su cuerpo y trace las líneas de su sensualidad.
Con él, la cantante reivindica su derecho a estar presente por encima de sus 66 años, sus problemas de cartílago y sus dolores. También Lady Gaga, que aún no ha cumplido los 40, lo ha sumado a sus estilismos, también por obligación, debido a los dolores crónicos que le provoca la fibromialgia. En el caso de Prince, fallecido en 2016, hizo de la necesidad un atributo de su excéntrica personalidad y de su deslumbrante puesta en escena. A menudo, sus bastones llevaban su característico logotipo Love Symbol.

Un bastón cambia la narrativa de nuestra biografía, pero al empuñarlo uno decide si lo hace con fragilidad o con autoridad, con resignación o con dominio, con desgana o con estilo. El escritor Antonio Gala, poseedor de unos 3.000 bastones, jugaba con eso de la estética y la estática. Cuando descubrió lo útil que le resultaba para saber qué hacer con las manos durante la conversación o los paseos, pasó a ser un elemento más de su imagen refinada, como el pañuelo en el cuello, su cadencia al hablar, el tono andaluz suavizado o esas batas fluidas que le daban un porte aristocrático casi místico.
También el rey Carlos III de Inglaterra está forjando una curiosa relación con el bastón. A pesar de la tozudez heredada de su madre, que se resistía a mostrar el bastón públicamente, está aprendiendo a conjugarlo con su exquisito gusto por los trajes hechos a medida, el pañuelo perfectamente colocado y sus zapatos clásicos. El monarca continúa en tratamiento contra el cáncer y su delicado estado de salud le está obligando a apoyarse, cada vez más, en un bastón, como hemos visto recientemente en varios eventos ecuestres y florales, pero sin romper su distinguida presencia y su exigente personalidad.
Con su habitual estilo dandy, para un acto floral en mayo escogió un bastón adornado con un mango hecho a partir de una rama de árbol real, a juego con su pasión por la jardinería y las flores. Y hay un detalle que llama la atención en él. Si su movilidad se lo permite, lo coloca por a la altura del pecho, dejando claro que es puro ornamento, más que un apoyo para una persona de 76 años con pérdida de estabilidad. Y por si hubiese alguna duda, su entorno ha aclarado que se trata de un elemento decorativo a tono con los eventos ecuestres, no un motivo para escribir una cronología de todos los achaques de salud del monarca. En este empeño recuerda a la legendaria actriz de Hollywood Bette Davis, que lo utilizó en la vejez después de un derrame cerebral.
El bastón reduce la carga de la edad o de un miembro dolorido, pero, más allá de esta utilidad, es una expresión de identidad, una manera de presentarse al mundo, un signo inequívoco de carácter, poder o singularidad. Cuando el expresidente socialista Felipe González apareció a principios de mayo en Yuste, para asistir a la entrega del premio Carlos V a Josep Borrell, a nadie se le ocurrió pensar que iba apoyado en un bastón, sino más bien que caminaba con historia. Con chaleco y sastrería impecable, su bastón culminaba la marca de un refinamiento casi victoriano absolutamente alejado en fondo y forma a la pana que lucía en los ochenta.
No es que deslegitimemos el bastón como instrumento para dar pasitos o sostener a un cuerpo quebrado por la edad o algún mal, pero hay otro modo de posar la mano sobre él, proyectando control, estilo y biografía.