Cuando el Pantone Color Institute anunció la semana pasada que el tono de referencia para 2026 sería PANTONE 11-4201 Cloud Dancer, el movimiento supuso un cambio de registro respecto a los colores más estridentes de años recientes. Se trata de un blanco aéreo, descrito por la propia compañía como “un blanco elevado” que pretende aportar una sensación de calma y respiro en un momento marcado por el ruido constante y la saturación visual.
En sus comunicados, Pantone habla de una blancura que invita a la relajación y a dejar respirar la creatividad, más cercana a una nube que a una pared de hospital. Además, es la primera vez que un matiz de blanco es escogido como Color del Año desde que el programa se puso en marcha en 1999.

En paralelo, el pasado 7 de noviembre Rosalía publicaba LUX, su cuarto álbum de estudio y, de lejos, el más ambicioso. Grabado entre 2023 y 2025 con la London Symphony Orchestra dirigida por Daníel Bjarnason, el disco se concibe como una gran obra pop sinfónica en cuatro movimientos, con letras en 14 idiomas, del español al árabe, del latín al ucraniano, inspiradas en la vida de santas, místicas y figuras religiosas femeninas. La artista catalana pasó años estudiando pronunciación con lingüistas y traductores; buena parte del trabajo, según ha explicado, consistió en aprender a sostener esas voces en su propia garganta sin que dejaran de sonar a Rosalía.
En la portada del nuevo disco, Rosalía aparece frente a un fondo azul, envuelta en un atuendo blanco que remite claramente a un hábito de monja y a la vez a una camisa de fuerza: los brazos contenidos bajo una tela elástica, el velo cubriendo el cabello oscuro y los labios dorados cerrados como si estuviera en oración o en trance.
La estética se prolonga en las fotos promocionales: velos, rosarios que parecen injertados en la piel, alas de paloma como armadura improvisada, dedos bañados en oro. Esa imaginería sacra encontró un terreno fértil en la crítica. En pocos días, LUX se convirtió en el álbum mejor valorado del año en Metacritic, con una puntuación media de 97 sobre 100 y una avalancha de reseñas que lo describen como un trabajo “de alcance asombroso”, “remedio frente a la gratificación instantánea” y “ascenso hacia lo divino”.
En Spotify, el disco batió el récord de reproducciones en un solo día para una artista hispanohablante, con más de 42 millones de reproducciones en su debut. La fe, la de Rosalía, la de sus oyentes, la del mercado, parecía haberse alineado con un proyecto que convertía la espiritualidad en espectáculo, y el espectáculo en algo parecido a una misa.
La coincidencia con Cloud Dancer no es solo cromática. Pantone describe su blanco como un “calmante” que encarna el deseo de equilibrio entre un futuro digital acelerado y una necesidad primitiva de arraigo. LUX podría leerse como la banda sonora de esa aspiración; un disco que mezcla orquesta sinfónica, coros y producción contemporánea para construir un espacio de recogimiento dentro del propio pop. El blanco de Cloud Dancer promete serenidad visual y Rosalía propone una liturgia sonora.

Pero Cloud Dancer no es un blanco quirúrgico ni futurista; es un tono suave, ligeramente cálido, pensado para convivir con otras texturas, como madera clara, tejidos naturales o metales pulidos. La prensa especializada en arquitectura y diseño lo ha interpretado como una invitación a limpiar el ruido del entorno doméstico y profesional, a usar el color como pausa.
En la portada de LUX, ese mismo blanco se convierte en superficie de proyección. Sobre él se inscriben el oro de los labios, el azul de fondo, la oscuridad del cabello; un cuerpo que podría ser santo, mártir o pop star atravesada por sus propias contradicciones. El dossier de prensa del álbum habla de “mística femenina, transformación y espiritualidad”, con canciones inspiradas tanto en Hildegarda de Bingen como en Rabia Al-Adawiya o Miriam, cruzadas con lecturas de Clarice Lispector y Simone Weil. LUX se estructura en cuatro movimientos, como una obra clásica, y cada bloque se asocia a una figura femenina distinta. Las letras, repartidas entre más de una docena de idiomas, sugieren una iglesia sin centro, un catolicismo expandido hasta rozar otras tradiciones, un canon en disputa.
Cloud Dancer no ha llegado sin polémica
La elección de un blanco como Color del Año ha generado críticas -cómo no- en redes sociales y columnas de opinión, que acusan a Pantone de “blanquear”, literal y simbólicamente, un momento histórico atravesado por debates sobre raza, representación y desigualdad. Algunas voces consideran que proponer la blancura como horizonte de calma e ideal de estilo resulta insensible en un discurso público donde la hegemonía del “blanco” se cuestiona abiertamente. Otras señalan, además, la falta de imaginación de una elección que podría leerse como un retorno conservador tras años de colores más vibrantes y políticamente cargados.
Si Cloud Dancer aspira a ser un blanco tranquilizador, Rosalía se inclina por un blanco inquietante. En la moda, esa convergencia ya empieza a verse. Analistas de estilo han señalado cómo el ciclo Motomami, dominado por rojos agresivos, cuero, cascos de moto y una estética casi industrial, ha dado paso a un armario blanco, lleno de velos, túnicas y vestidos largos en esta nueva era.

Cloud Dancer brinda a esa transición una paleta comercialmente explotable con vestidos de gala que parecen hábitos, trajes de sastre marfil para alfombras rojas, colecciones cápsula que hablan de “silencio”, “pureza” o “reset” inspiradas abiertamente en la estética del disco. No es casualidad que Rosalía haya aparecido en varias alfombras recientes envuelta en blancos arquitectónicos, reforzando la narrativa que el álbum propone.
En el ámbito del interiorismo, los paralelismos son igual de claros. Cloud Dancer se presenta como una respuesta al exceso visual de los últimos años: menos colores saturados, más capas de blanco con matices, más luz natural, más énfasis en la textura que en el impacto. La idea de convertir el hogar en un refugio, casi un pequeño santuario laico, encaja sorprendentemente bien con la experiencia que propone LUX en directo: escenarios que, según avanza la gira anunciada para 2026, se llenan de coros, elementos corales y un diseño escénico que muchos describen como “catedralicio” y “teatral” a la vez.
“Este color habla de intencionalidad. Cuando una prenda queda perfectamente ajustada -el hombro, la caída del pantalón, el puño- la sutileza de Cloud Dancer se amplifica, convirtiéndose en la pieza más poderosa, aunque discreta, de la sala”, explica Nancy Peyer, directora de marketing y contenido de la marca Sumissura.
Hay también un componente generacional. El público al que se dirige Cloud Dancer es el mismo que escucha LUX en bucle: jóvenes y adultos que han vivido un colapso sanitario, un clima político crispado y una economía incierta, y que, sin embargo, siguen consumiendo experiencias culturales de alto voltaje emocional. El blanco devoto del próximo año no es el blanco naïf de otras épocas; es un blanco cansado, que ha visto demasiado, que pide parar. La pregunta es si esa pausa puede venir de un código estético (un color, una portada, un vestuario) o si corre el riesgo de convertirse en un estilo más que en una transformación real. Y Rosalía parece consciente de esa ambigüedad. En entrevistas recientes ha hablado de lo imposible que es ser coherente en un mundo contradictorio, y de su fascinación por la figura de la santa como alguien que vive en tensión constante entre cuerpo y espíritu, deseo y renuncia.

Cloud Dancer, mientras tanto, se vende en pinturas, textiles, cosmética y campañas publicitarias que prometen calma, orden y neutralidad. Donde el marketing ve “serenidad”, LUX introduce ruido sagrado con coros que se rompen, cuerdas que chirrían o súplicas en idiomas antiguos filtradas a través de plugins modernos.
Tal vez por eso la era del blanco devoto no sea, en el fondo, una invitación a la pureza, sino a la complejidad. El blanco de 2026 no llega vacío; viene cargado de historia, de poder, de símbolos. Al abrazarlo, tanto Pantone como Rosalía se exponen a críticas y malentendidos, pero también abren un espacio para preguntarnos qué significa hoy “resetear” la mirada, el armario, la casa o la fe.
En esa tensión entre calma vendida y espiritualidad performativa, entre pared pintada y hábito de monja, se juega parte del relato cultural que marcará los próximos meses. Cloud Dancer es el tono oficial del año que viene; LUX, la banda sonora de una sensibilidad que oscila entre la devoción y la duda. El blanco, al menos por ahora, vuelve a estar en el centro de la escena. Y no como ausencia de color, sino como superficie donde todo, también nuestras contradicciones, quedan más expuestas que nunca.


