¿Libertino o depredador sexual? En el juicio que se celebra en Los Ángeles contra el productor musical Sean Combs, de 55 años, hasta el mínimo detalle sirve para armar su inocencia. Su cabello blanco, debido a la prohibición carcelaria de teñirse el pelo, es el único signo de reo. Desde el inicio del proceso, pidió vestir de calle: una camisa blanca bajo un jersey de tono neutro y unas gafas con montura negra. Cada prenda o accesorio se ha escogido deliberadamente para evocar en el jurado la imagen de un abuelo que lee junto al fuego, no la de un depredador sexual. Desde la calidez que transmite la cachemira, ¿de qué se le podría acusar?
A pesar de los esfuerzos de la defensa o del desgaste de la cárcel, el verdadero Sean Combs es el de su última fiesta, en 2023, vistiendo una espectacular capa personalizada y un esmoquin con perlas negras y 600 cristales de Swarovski. Entonces era “el rey”, un libertino y disfrutaba de “un estilo de vida swinger”. Esto último lo dice la defensa en el juicio federal en el que se enfrenta a cargos de tráfico sexual y conspiración de crimen organizado, entre otros delitos.
Además de este proceso, docenas de hombres y mujeres, algunos menores en el momento de los hechos, le han acusado de delitos sexuales en demandas civiles. El magnate niega haber cometido algún tipo de delito y sus abogados insisten en el libertinaje como coartada. Alegan que él pensaba que era “apropiado” tener múltiples parejas sexuales, incluidas trabajadoras sexuales. Frente a la desgarradora versión de sus exnovias, que hablan de coerción, abusos, amenazas y manipulación emocional, y las evidencias presentadas, él mantiene que todas las actividades fueron consensuadas dentro de un estilo de vida alternativo.

Los abogados han montado su defensa en torno al libertinaje, obviando las dinámicas de control y explotación que exponen estas mujeres. Según sus relatos, el acusado exploró la sexualidad sin límites y transgredió cualquier norma legal, moral y social con tal de satisfacer su deseo. Se vio con libertad absoluta para llevar su libertinaje al extremo y, durante años, no existió para él más ley que la búsqueda de placer sin restricciones. Su amplia y oscura dimensión de la sexualidad rebasó la línea que separa el libertinaje del delito.
Presentar como coartada un estilo de vida “swinger” que justifica el abuso y las conductas coercitivas es un retroceso peligroso para la mujer, puesto que desdibuja la línea que distingue la libertad sexual de la violencia de género. Envía un mensaje dañino a las víctimas que sufren abusos: su palabra puede quedar invalidada ante el pretexto de un modo de vida libre y alternativo.
Por si no fuese suficiente el argumento de Sean Combs, la manosfera o machosfera se ha sumado, con su capacidad amplificadora y de radicalización, para intentar desacreditar a las víctimas. minimizando la responsabilidad del acusado y las dinámicas de presión y manipulación que relatan. En sus plataformas digitales, reclaman el poder masculino, los cuerpos y el placer tratando de influir en la percepción pública del caso.

Con figuras tan influyentes como la del exagente de seguridad Myron Gaines, la machosfera presenta al rapero como una víctima más de la cultura de la cancelación y de una campaña contra los hombres poderosos orquestada por mujeres que buscan beneficios económicos y notoriedad. A partir de este pretexto, deslegitiman con dureza a quienes le han demandado y socavan su credibilidad.
Un juicio con estas características tiene pocos precedentes. De ser declarado culpable, el magnate podría enfrentar cadena perpetua. En uno de los vídeos aportados, se ve cómo la cantante Casandra “Cassie” Ventura es pateada y arrastrada por él. Estas y otras actitudes son las que tratan de envolver como “un estilo de vida swinger”. También las noches de hotel, las llamadas freak offs, con orgías interminables de alcohol, drogas y sexo forzado y sin protección con trabajadores sexuales.
El relato de Jane, una exnovia que utiliza pseudónimo para mantener su privacidad, es tan demoledor como el de Ventura. Lo que empezaba como una bonita historia de amor degeneraba en un infierno sin salida en el que quedaban atrapadas bajo chantajes psicológicos y económicos. “Es oscuro, sórdido y me hace sentir asqueada de mí misma”, le escribió Jane a Combs en septiembre de 2023. “No quiero sentirme obligada a actuar estas noches contigo por miedo a perder el techo”.
¿De verdad las aberraciones sufridas se pueden entender como una trampa por parte de mujeres celosas y ambiciosas, tal y como dice la manosfera? ¿Un estilo de vida alternativo en un contexto de emociones fluidas, como sostiene la defensa? Frente a la desfachatez de Combs y sus secuaces, se impone la dureza de los episodios. Estas mujeres se sentían “horribles, repugnantes, impotentes y humilladas”.
Ventura ha contado que el pánico era tan intenso que tardaba días en recuperarse. Ante los ataques de ira del acusado, “no había espacio para hacer nada más que recuperarse y simplemente intentar sentirse normal de nuevo”. Si ponía mala cara, la golpeaba. Presa de miedo, sucumbía a sus caprichos. Cualquiera de los detalles escabrosos en esta relación violenta y abusadora se asemeja a la que ha relatado después su ex novia Jane.
Combs no actuó como con un voyeur al uso, un hombre fantasioso con espeluznantes fantasías sexuales. No era solo un cornudo que se excitaba mientras sus parejas mantenían relaciones sexuales con otros hombres durante noches inacabables de hotel. Tampoco un hombre poliamoroso que despertaba celos por sus regalos extravagantes a otras mujeres. Todo esto sí habría encajado en un estilo de vida swinger.
Pero los cargos por los que se juzga a Combs, uno de los emprendedores más exitosos de la música contemporánea, son otros: tráfico sexual, transporte con fines de prostitución, amenazas, agresiones y coacciones para satisfacer sus deseos sexuales.