LUJO

¿Y si la belleza aún doliera? Margiela vs Schiaparelli y el regreso del corsé

Mientras el corsé de Margiela resurge como un tótem de opresión sublime, tensando costillas y cuestionando los límites de la moda y la salud, Schiaparelli responde con piezas que celebran el cuerpo, lo realzan y lo glorifican. ¿Estamos en una guerra de visiones o en el apogeo de una nueva anatomía del deseo?

El corsé ha vuelto, pero no como mero capricho de revival estético. Su regreso habla de un cuerpo que ya no quiere ser neutro ni silencioso. Un cuerpo que exige ocupar espacio, que pide ser visto, manipulado, moldeado, incluso sagrado. En esta nueva etapa del corsé como símbolo de algo más que moda, dos grandes casas se han plantado en extremos radicales del espectro: Maison Margiela y Schiaparelli. Una empuja al cuerpo al límite de lo tolerable. La otra lo sube a un pedestal dorado.

John Galliano, al frente de Margiela, ha convertido el corsé en una especie de dispositivo de ficción histórica. Su desfile Artisanal SS24 fue menos pasarela y más acto performático. Entre luces tenues, siluetas espectrales y una ambientación propia de un cabaret decadente de posguerra, los corsés se desplegaban como armaduras de sometimiento bello. Las cinturas eran reducidas a proporciones imposibles, con estructuras de ballenas rígidas, forros internos de lino basto y técnicas de sastrería del siglo XVIII reconstruidas con precisión clínica.

La conversación estalló cuando Kim Kardashian apareció en la Met Gala 2024 enfundada en uno de esos corsés. La pieza le comprimía el torso hasta convertir su figura en una caricatura de sí misma. Las redes sociales y los medios se dividieron. Algunos aplaudieron la valentía de llevar una prenda tan compleja, tan referencial, tan extrema. Otros criticaron duramente el mensaje que enviaba: ¿es esto empoderamiento o una glorificación del sufrimiento físico en nombre de la moda?

Varios expertos en salud incluso se pronunciaron, advirtiendo que ese nivel de compresión puede afectar a la respiración, la circulación y el funcionamiento de los órganos internos. Pero más allá del peligro físico, lo que realmente se puso en juego fue la carga simbólica: ¿por qué, en un momento donde se promueve la libertad corporal, seguimos fascinados con la opresión estética?

A este gesto dramático, Schiaparelli respondió desde otro plano, igual de teatral pero completamente opuesto en intención. Daniel Roseberry, director creativo de la maison, ha presentado recientemente una serie de corsés que no restringen, sino que elevan.

Son piezas que juegan con la anatomía humana desde la escultura, no desde el castigo. Corsés moldeados en resina, cuero pulido, latón dorado, con formas que evocan el busto de una diosa clásica o una Madonna cósmica. Lejos de ocultar o forzar el cuerpo, lo hacen más grande, más brillante, más irreal.

Los corsés de Schiaparelli la multiplican en metáfora y la reimaginan como un objeto celestial. En lugar de imponer una forma al cuerpo, lo convierten en altar, en pantalla para una idea superior. Es un tipo de poder distinto. No basado en el control, sino en la fantasía.

Este contraste entre Margiela y Schiaparelli ha abierto un nuevo capítulo en la eterna historia del corsé. ¿Queremos seguir usando el cuerpo como campo de batalla estético, donde el sufrimiento se convierte en arte? ¿O queremos vestir como diosas posmodernas, desafiando lo humano desde la exageración y el brillo?

En tiempos donde la moda ya no se entiende sin discurso, el corsé -esa prenda arquetípica de disciplin- se ha transformado en un lienzo para interrogantes contemporáneos: ¿Quién define el cuerpo ideal? ¿Dónde están los límites entre el poder y el sometimiento? ¿Puede la belleza doler y seguir siendo belleza?

En 2025, el corsé ya no es una reliquia del pasado. Es una provocación. Y lo que elijas ponerte, o no ponerte, dice más de ti que nunca.

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