Practico con ahínco y perseverancia tres deportes: el primero, de poco riesgo, se llama ciclo indoor o spinning, depende de si pueden usar el copyright en el gym. Pero, vaya, nos entendemos: bici amputada, música high tuning y monitores salidos del chiquipark. El segundo, el tenis, va cosido a mí desde mi tierna infancia y sigo compitiendo y entrenando con riesgo moderado: juego el ranking de veteranos de Madrid y este año incluye UVI móvil. Just in case. El tercero, al que me he aficionado últimamente y de mucho mayor riesgo, consiste en leerme despaciosamente los informes de la UCO y la página política de El País simultáneamente, en un ejercicio tan delicioso como sadomasoquista. Se recomienda hacerlo con un holter puesto. El proceso es algo parecido al de cocer los langostinos para inmediatamente sacarlos de la olla hirviendo y meterlos en un bol con hielo. Te lees las galeradas de la Guardia Civil, frías como una peli de Kubrick y profusamente descriptivas, a la manera de las novelas por entregas del siglo XIX, a cuyos autores pagaban por palabra. y, sin solución de continuidad, te zambulles en el universo del realismo mágico de El País, con claros ecos de Juan Rulfo, los espíritus de Allende, dulzona realidad, y toda la saga de los Buendía. Gimnasia del alma, pero de la buena. Según el realismo mágico de las editoriales satélites, ya sabes cuáles son, hay que confiar ciegamente en que Pedro Sánchez no sabía que le estuvieran poniendo los cuernos. El venao . Así, en general. ¿Te acuerdas de aquel disparate de reality en Antena 3, hace ya más de 20 años, llamado Confianza Ciega? Yo sí te creo, Nube. Pues eso es lo que pretende MariJe y el resto de umpalumpas de nuestro Wonka, al que Verónica, ande andará, le prohibía la entrada al palco de Ferraz, como hizo Isabel de Madrid con Félix Bolaños aquel 2 de mayo por ir en zapatillas. MariJe, buena cristiana de base, pretende que nos comportemos igual que los católicos ante la muerte y el más allá: nos lo creemos y punto. La fe que trasciende cualquier raciocinio, cualquier empirismo. Pero es que Jesucristo nos lo pone mucho más fácil que su jefe, no él de Jesús, o sí, vaya usted a saber. El señor endiosamiento no tiene límites. Los muy laicos realistas mágicos quieren que adoptemos un mecanismo similar con Pedro, el de la confianza ciega, al que añaden unas gotitas de paternalismo un poco estomagante (esto viene por vía personal, la aflicción que menos soporto es la de la condescendencia) con la coletilla “es bueno para ti”. Y lo rematan con un lazo de raso: “es que ha pedido perdón y los otros no”. Es mentira, pero vaya, como mantra woke contemporáneo funciona estupendamente, al estilo de aquel “con intentarlo es suficiente”.
En eso nuestro presidente y mis profesores de spinning son similares. Da igual el que te toque (el profesor, no el presidente, que esto no es el RMCF). Llevo más de diez años yendo a pedalear, los he visto de mil colores, hasta sosos. Pero todos, todos, al margen de esas arengas de animador con pulserita, utilizan el mismo mantra en los momentos críticos: “¡Confía en mí! ¡Es por tu bien!”, generalmente después de un sobre esfuerzo, a más de 80 rpm en subida y, cuando te toca sentarte y bajar pulsaciones, te piden un poquito más. Un extra. Tú puedes. Es por tu bien. Dos minutos. Dos años. Qué más da.
Exactamente igual que ahora. Pero en la Realpolitik.
El presidente del Gobierno sale al estrado con el rictus de Chenoa después del bisbalazo, en brillante meta diálogo con Ábalos y su T–Shirt, compungido, o, como dicen en las noticas del clickbait, “Pedro se rompe al hablar de España”. Y te pide un poco más. Confía en mí. Has subido en zona 5 el puerto virtual, calas ardiendo, goterones en el látex del cuadro de tu bici sin ruedas, maillot pegado haciéndote seguil, desando pillar el agua y la toalla… ¡pero no! El ciclo indoor de la Moncloa te pide que sigas pedaleando de pie, carga máxima, esto es, otros dos añitos, hasta el 27, que, con suerte, iniciaremos la bajada y aparecerá otro profe, menos continental, más suave y atlántico, que te de paz…” dame paz” le suplicaba el pobre Príncipe Vlad a Mina, arrebatado de pasión y muerte en el magistral Drácula de Coppola. No conocía el conde Drácula a nuestro presidente. Le hubiera apuntalado él mismo.