Opinión

El despido de Vallín, fiesta y luto nacional (relativamente)

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El despido de Pedro Vallín ha llenado X de apedreadores y de plañideras. La Vanguardia despidió al periodista asturiano al poco de que este le respondiera a un usuario de la citada red social: “Eres valenciano. Mete la cabeza en el water y tira de la cadena. Se llama ‘dana doméstica’. Lo vas a gozar”. Sus enemigos virtuales celebraron una rave, bailaron sobre su tumba laboral y recuperaron algunos de sus greatest hits –el autor del libro ¡Me cago en Godard! jamás ondeó las banderas de la ecuanimidad ni de la delicadeza, y nihil obstat, por supuesto–. En la trinchera contraria, quienes en su momento festejaron que El Mundo licenciara a Sostres o que Onda Cero prescindiera de los servicios de Arcadi Espada por publicar una columna ciscándose en Ferreras lloraban la exoneración. El exministro Alberto Garzón, en eldiario.es, escribía: “Ojo, hoy han linchado y despedido a Vallín, pero mañana puedes ser tú”. Desconfíe, querido lector, de todo periodista que es defendido por un político. Eso, caca. CA-CA.

En enero del año que agoniza, El País largó a Fernando Savater, el escritor y columnista Andrés Trapiello pataleó en Twitter y Vallín respondió con un comentario antipático y urticante para algunos, pero cargado de realidad: “Otra vez la babayada meliflua de llamar censura a la labor propia del EDITOR (decidir contenido). Censura sería si el EDITOR pagara las piezas para destruirlas. Savater que abra un blog. Las primadonnas confunden privilegios con derechos porque ninguno es ni ha sido periodista”. Amén, páter.

Hay un ejército ambidextro, estupendo y pomposo de colegas que, amarrando el estandarte de la libertad de expresión –en general, con no poca hipocresía–, se ha especializado en rasgarse las vestiduras cuando una de sus vacas sagradas es mancillada. La clave está en el posesivo, en el sus: si el ídolo caído pertenece a la tribu rival, en el más discreto de los casos, se comenta, saborea y celebra intramuros; si la enemistad es declarada, se airea en medios y redes sociales. Ni libertad de expresión ni leches, porque al comisario político, ni agua. Incurrimos, de nuevo, en el estribillo unamuniano y eterno de los hunos y de los hotros. En esto, los españoles no tenemos rival.

Los periodistas vivimos con varias espadas de Damocles sobre nuestras testas: abundan los medios con tuberculosis financiera, nuestro mensaje interesa cada vez menos –leo en El Periódico que el interés social por la información se ha desplomado en España un 34% desde 2015– y, por supuesto, guste o no, estamos a merced de los editores, sean estos seres de luz o verdaderos hijos de puta. Yo sé que, en cualquier momento –Dios no lo quiera, claro–, Pilar Gómez me puede decir “tuuuso” y mostrarme la puerta de salida. Me jodería, evidentemente, pero así funciona el mundo. El despido de Vallín no es excepcional. Desde noviembre, al menos tres periódicos patrios han aligerado sus plantillas. Tecleen en san Google y verán.

Un apunte más: el despido de Vallín sólo es ruidoso desde el punto de vista endogámico: el hombre y la mujer de la calle no saben quién es, ni quiénes son, en general, buena parte de los tótems del ecosistema mediático nuestro. Todo queda en el burgo de los periodistas, o sea, de los campeones gremiales del selfi al ombligo. Feliz 2025.

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