LOTERIA DE NAVIDAD
EL GORDO
79432
2º Premio
70048
3º Premio
90693
4º Premio
78477
25508
5º Premio
23112
60649
77715
25412
61366
94273
41716
18669
El 22 de diciembre es uno de mis días favoritos del año. Me levanto pronto, enciendo el televisor, y sintonizo la retransmisión del Sorteo Extraordinario de Navidad. Las voces de los niños del colegio de San Ildefonso marcan las horas de un día en el que pienso que es posible que me toque el Gordo, porque yo siempre he pensado que me va a tocar el Gordo cualquier año de estos. De momento no ha pasado.
Las cámaras de televisión se acercan a las administraciones donde se han vendido los tres primeros premios. La gente ha bajado con lo que tenía puesto, se ha echado encima el abrigo, y brinda con cava del que estaba reservado para Nochevieja. Uno de los primeros años en los que me empecé a fijar en los agraciados salió una señora que contaba, nerviosa, lo que iba a hacer con el dinero. “Una lavadora”, decía. Una lavadora, cambiar unos muebles, y “tapar algunos agujeros”. Una lavadora, me dije. Le ha tocado el Gordo y no habla de viajar o de comprarse cosas caras. Habla de una lavadora. Muchos años después, en una entrevista en Mondo Brutto, el ahora escritor (y entonces director de cine) Santiago Lorenzo hablaba de su nuevo guion, la historia de un terrorista de GRAPO al que le tocaba la lotería. El guion no sé si lo terminó alguna vez, pero desde luego la película jamás se rodó. El argumento lo retomó para lo que sería su primera novela, Los millones. Lorenzo decía en aquella entrevista una gran verdad, que España es un país donde millones de personas tienen en la lotería su única oportunidad de salir de pobres. En 2025 con el gordo de la lotería no se puede comprar un piso ni en Madrid, ni en Málaga, ni en Barcelona, ni en Ibiza, ni en muchos otros sitios. Quizás se pueda uno costear un cuchitril de treinta metros cuadrados pendiente de reforma. Para comprar un piso hace falta un premio Planeta, y para comprar un piso grande y/o céntrico, un Planeta y un Gordo, dos premios que no coincidirán jamás. Cuando fantaseo con el Gordo pienso en que podría comprarme una billetera de piel de cocodrilo y meterle dentro un billete de mil pesetas, y pasear por Gran Vía antes de adquirir un cortijo con toros. Compraría eso antes de pensar en todo lo que no podría alcanzar ni con el premio.
En torno a la fecha del sorteo de Navidad, los expertos (en economía, supongo, porque tampoco se nos aclara en qué son expertos) nos dan consejos sobre cómo actuar en caso de que nos toque el premio(cómo cobrarlo, cómo administrarlo, cómo invertirlo), pero sigue pasando lo mismo: que los ganadores cogen el pijama y se bajan a la administración a celebrarlo con cava y gritos. Los que no hemos ganado miramos las imágenes en el telediario y pensamos que con esos décimos podríamos haber comprado cosas verdaderamente urgentes, pero no una lavadora, porque si tuviéramos para una lavadora nueva no estaríamos viviendo el premio como algo personal. La suerte no es que te toque el Gordo. La suerte es que no sea tu única esperanza para una vida mejor. Hoy, si a usted no le toca el Gordo, piense en la suerte que ha tenido. La suerte de haber nacido en un país del que no tiene que huir. La suerte de no ir en una barca en busca de una vida mejor en un país cuyo idioma no habla. La suerte de vivir bajo una ley que no permite el matrimonio concertado. La suerte de poder hablar, correr, leer, descansar. La suerte de tener un techo y una cama. La suerte de haber nacido en un siglo en el que hay empastes para las caries, gafas para la miopía, analgésicos para el dolor, preservativos, fruta todos los meses del año. La enorme suerte de haber nacido en un tiempo en el que la calidad de vida es mayor de la que ha habido en casi cualquier época anterior. Y aquí, al borde del colapso, aún no hemos caído por el precipicio. Y sí, quizás con un poco de suerte el año que viene podamos brindar delante de la administración de lotería y decir en cámara que vamos a comprar, al fin, una nueva lavadora y vamos a olvidarnos de los problemas durante, al menos, un par de años.



