Hasta ahora en España se decía que los presidentes que permanecían varios años en el cargo sufrían el síndrome de la Moncloa, quedaban aislados y sólo escuchaban lo que querían oír, pero eran ajenos a lo decían los ciudadanos en la calle. La expresidenta del Gobierno de Aragón y actual senadora, Luisa Fernanda Rudi nos confesó en cierta ocasión a los periodistas que, para ella, la mejor encuesta era la de las escaleras de El Corte Inglés: si la gente te miraba, te sonreía, o te saludaba, era que las cosas no iban mal. Si, por el contrario, te miraban enfadados o te soltaban algún improperio, suponía que el viento soplaba en contra.
Hace tiempo que Pedro Sánchez no pisa la calle, aunque, cada vez que lo hace, recibe gritos y abucheos de los ciudadanos, pero el problema no es que el presidente sufra el síndrome que afectó a sus predecesores, sino que, ha acabado por encerrarse, no ya en el Palacio de la Moncloa, sino en un búnker absolutamente hermético en el que se refugia de las noticias que, semana tras semana, nos dejan la profunda sensación de que estamos al final de un ciclo. La última vez que Sánchez se sometió a preguntas de la prensa fue el 29 de abril. Todos sus actos se reducen a mensajes institucionales sobre la acción del Gobierno o a tuits en los que comenta las cosas más variadas, pero todavía no ha ofrecido explicación alguna sobre los casos de corrupción que afectan a su partido y a miembros de su familia.
Ayer mismo participó en Niza en una conferencia de la ONU sobre los Océanos, pero tampoco incluyó en su agenda encuentro alguno con los periodistas, cosa nada rara, a juzgar por el auto del magistrado del Tribunal Supremo Ángel Hurtado, que pone al borde del banquillo al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, por filtrar datos de Alberto González Amador, la pareja de Isabel Díaz Ayuso. En ese escrito, el juez apunta que García Ortiz recibió indicaciones de Presidencia del Gobierno para ejecutar esa maniobra. El Ejecutivo niega la mayor y reivindica la presunción de inocencia de “su” fiscal general, pero la imagen de cara al exterior vuelve a ser penosa.
La sensación que da es que Sánchez viaja al borde de un submarino cuyos motores no funcionan y cuyo rumbo ya no puede controlar. Conforme la nave se hunde, aumenta la presión sobre sus remaches, que en este caso no son otros que sus socios parlamentarios. De momento siguen resistiendo, porque a ninguno le conviene la convocatoria de elecciones, pero veremos hasta cuándo porque el ruido, al final, puede que acabe afectando también a sus propias expectativas electorales, y a lo mejor no todos están dispuestos a hundirse con una nave que, a fin de cuentas, no es la suya.
Sánchez no tiene apoyos parlamentarios, no tiene presupuestos y, no puede sacar adelante su agenda, porque, en la mayoría de los temas, sus socios tienen posturas enfrentadas, pero él sigue dispuesto a aguantar hasta el final de la legislatura, hasta 2027.
En la serie Downton Abbey, uno de los personajes le dice a Maggie Smith, la actriz que interpreta a la condesa viuda de Grantham: “Cuánto odias equivocarte”. A lo que ella responde: “No lo sé. No estoy familiarizada con esa sensación”. Al presidente parece ocurrirle lo mismo.