Con las ferias del libro en su apogeo y los escritores por este (breve) periodo de tiempo en el centro de la atención de muchos, menudean las noticias relacionadas con los libros, las ventas y, a veces, las opiniones de los autores. Insisto en que solo a veces porque este modo de mostrarse al público no interesa ya demasiado a quienes escriben, bien porque no hayan elaborado un discurso, bien porque no quieren hacerlo público, ni a quienes lo transcriben, sobre todo si no pueden prever de antemano qué dirán o con qué sorprenderán. En un momento de sesgo ideológico en el que se confirma lo ya sabido, más que se atiende a lo nuevo, las respuestas suelen ser similares y las preguntas casi idénticas.
Pero entre todas ellas me han sorprendido, una vez más, que nos pregunten a las autoras si existe la literatura femenina. En cierta medida, me ha rejuvenecido, porque ese debate tuvo un pico de actualidad hará algo más de veinte años, para languidecer y resurgir a lo largo de este tiempo con desigual energía. En su momento las impagables declaraciones de V. S. Naupaul acerca de la inferioridad de la literatura escrita por mujeres despertaron todo tipo de reacciones, algunas constructivas y algunas un tanto ridículas, como suele ocurrir cuando nos obligan a defender lo evidente. Pero Naupaul, al que lo que de verdad le interesaba era su posicionamiento como extraño en un mundo ya establecido, exactamente lo mismo que a muchas mujeres nos ocurre, hace tiempo que ya no puede ni opinar ni rectificar sus opiniones. Ha llovido mucho, agua y tinta, y quizás las preguntas actuales puedan ser otras.
Olvidemos por un instante la autoría y centrémonos en las obras: por ejemplo, en la exasperante dificultad para encontrar en los manuscritos que aspiran a la publicación narradores femeninos con una complejidad y una riqueza mínima. O, si me apuran, con una cierta credibilidad. O la convivencia de los subgéneros, en los que los personajes de mujeres tienden a unos ciertos estereotipos, con la de novelas con aspiraciones literarias, en las que las mujeres tienden a otros estereotipos no menos ciertos. ¿Alguien ha preguntado en los últimos tiempos por qué los escritores varones no se esmeran en absoluto en estos puntos? No creo haberlo escuchado. Es algo que yo planteo en casi todos los premios en los que soy jurado, y que pasa sorprendentemente inadvertido. No se trata de la temática, sino de la técnica. ¿Saben de verdad crear personajes que no sean sus propios ecos?
O pensemos en el requerimiento de muchos lectores de una identificación inmediata, casi calculada por estadística comercial, con el personaje principal de las novelas que leen. Eso lleva a menudo a una simplificación, a una serie de personajes troquelados que se ajustan en la medida de lo posible a un público que interviene de manera cada vez más decidida en el proceso de creación; y se dejan de lado las formas creativas, innovadoras o fructíferas en las que una lectora, por ejemplo pudiera comunicarse con su autora preferida, sino que se reduce a Qué quiere el público. Una relación de poder/sumisión que solo conduce a un producto fácil, digestible y rápido. ¿no vamos a mencionar esta inversión del control sobre las creaciones?
Pero puede ser que yo esté equivocada, y que estas preguntas, que conllevan una reflexión por parte de los autores y no, como suele ocurrir, un cuestionamiento de las autoras; que exigen que pensemos, analicemos y repensemos no interesen. Las preguntas nuevas, por lo que he comprobado, despiertan suspicacia. Pero ni la mitad de lo que causan las respuestas nuevas.