Opinión

Hashtags: Crónica de una #muerteanunciada

Phil González
Actualizado: h
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Nos pasamos media vida buscando cosas, desde nuestras llaves al ticket del parking o nuestra camisa favorita. Perder tiempo en ese acto de tan poco valor añadido nos pone de los nervios. Nos irrita incluso rastrear cosas interesantes en Internet y nuevas formas de entretenimiento.

La búsqueda de la información en la red se ha convertido en parte de nuestra vida. Su auge fue marcado por las grandes tecnológicas y su agenda. Algunos aún recordarán los inicios de internet cuando brotaron millones de webs por todo el planeta. Era imposible encontrar lo que uno buscaba. Era la gran época desasosiego. Los usuarios tecleaban automáticamente una marca en su navegador y le añadían un “.com”. ¡Y a ver si tocaba la campana! Muchos se hicieron de oro, vendiendo esos dominios cuya propiedad, nadie legalmente protegía.

Por suerte o por desgracia, luego llegaron los primeros buscadores, Altavista, Yahoo, etc. De entre todos, fue Google el que revolucionó nuestra manera de indagar. Larry Page y Serguei Brin, veinteañeros y estudiantes de Stanford, desarrollaron un sofisticado algoritmo que indexaba páginas webs mediante palabras claves. Concedían, desde entonces, a millones de usuarios una cierta paz para la mente, encontrar información relevante, de manera rápida y eficiente. Recordaré siempre mi primer intento, busqué algo sobre mí y me quedé asombrado. ¡Me harían ahorrar durante mi trabajo una infinidad de tiempo!

¿Cómo nacieron los hashtags?

En el 2007, las redes sociales iban aún “a su bola”. Era complicado encontrar un debate o una conversación concreta. Fue Chris Messina, ingeniero de Twitter, quien primero introdujo el concepto de la almohadilla. Animó a todos los usuarios a usar ese pequeño símbolo delante de una palabra para indicar su idiosincrasia. El pajarito azul agrupaba conversaciones y facilitaba ágilmente cualquier búsqueda. Permitió a la red social despegar y convertirse en crucial para los periodistas y sus noticieros. Con el tiempo, otros como Facebook, LinkedIn o Instagram fueron adoptando los mismos simbolitos. Convertirían ese icono en un pilar esencial para categorizar los contenidos, detectar tendencias o convertir en viral cualquier fenómeno. Muchos fueron los movimientos sociales como el del #11M que los utilizaron para generar concienciación y movilizar a la gente alrededor de un evento. Más tarde, a los tuiteros se les ocurrió inventarse retos humanitarios como echarse a la cabeza un cubo de hielo.

Y llegaron los algoritmos

A medida que las plataformas de contenidos se expandían, también fueron mejorando su conocimiento, modelos de negocio y tecnología. Los algoritmos fueron avanzando a pasos agigantados, permitiendo una mayor precisión y relevancia en los resultados. Fueron capaces de analizar cualquier texto, entender su sentido y referenciarlo sin la necesidad de etiquetado.

Hoy entienden ya nuestro lenguaje, utilizan nuevas técnicas de procesamiento y de aprendizaje automático, captan el contexto y cualquier significado. Google, líder mundial en el asunto, ha desarrollado algoritmos tales que pueden analizar un texto completo, lo que sucede en un vídeo y hasta en qué lugares se ha grabado. Nuestros queridos hashtags van cayendo poco a poco en desuso, incluso para los románticos.

Esas mismas plataformas van constantemente introduciendo cambios en la recomendación, basando sus resultados en la afinidad, las amistades y en nuestro comportamiento. Analizan nuestras interacciones y preferencias para sugerirnos un contenido “a medida”. Marcan un notorio avance en la comodidad y el disfrute, mejorando sensiblemente la experiencia. Netflix o Spotify, de eso saben algo. Ya no buscamos películas, ni series, sino que nos las recomiendan en función de nuestro gusto.

En ese aspecto, TikTok está actualmente en el centro de todas las conversaciones. Sin lugar a duda, su potente “recomendador” de contenidos alarma a Estados Unidos y, por lo general, a todas las demás naciones. Indica el nivel de excelencia con la cual la red social china de moda recoge datos, los entiende y hasta puede llegar a formatear la educación de los jóvenes y nuestros conocimientos. Como las demás plataformas, analiza en tiempo real las conductas para ofrecer un flujo de videos constante y altamente personalizados.

Una muerte anunciada

La temida “IA” (inteligencia artificial) y el big data están en el centro de esa transformación. Hoy se pueden analizar inconmensurables cantidades de datos y aprender de ellos, mejorar la precisión de las pesquisas, independientemente de la tipología del archivo. La pérdida de protagonismo de los hashtags no significará el fin de la organización del contenido, sino una evolución hacia un proceso más sofisticado. Probablemente, la almohadilla se transformará en una nostálgica iconografía, en una señal comunitaria o se irá transformando en un emoticono, una marca de agua.

Las redes neuronales y sus modelos de aprendizaje permitirán asimilar el contenido, su contexto, interpretar nuestros sentimientos y hasta nuestra intención de voto. En un futuro muy próximo, y en particular con la llegada de la computación cuántica, veremos un desarrollo exponencial de interfaces conversacionales y asistentes virtuales. Ya podrán entender, descifrar y responder a consultas, incluso altamente complejas, olvidándonos para siempre de las búsquedas tradicionales.

De la proactividad a la pasividad del internauta

Los hashtags jugaron un papel crucial en la forma de organizar y buscar la información durante cerca de dos décadas. Sin embargo, la evolución de las distintas tecnologías nos lleva a una nueva era en la catalogación de información y un impacto directo en nuestro estilo de vida.

Puede suponer un gran dilema, que a mí y a muchos otros “entendidos” nos preocupa. Hemos pasado de ser seres proactivos, a tener que dedicarle tiempo, a buscar cosas, en convertirnos en unos meros sujetos pasivos, unas marionetas. Hoy son los ordenadores quienes hacen todo el trabajo “sucio”, mueven los hilos y nos recomiendan como pasar el rato.

Es más, integrando el control de voz y el reconocimiento facial como una práctica habitual, cedemos un poco más de terreno a las máquinas sobre nuestro espacio vital.

¿Siri, donde están mis llaves y mi teléfono? No sé por qué, pero últimamente me siento cada día un poquito más tonto.