“Un país insomne es un país enfermo“. Es la sentencia de una amiga mía muy sabia. Hablamos de lo divino y lo humano. No arreglamos el mundo, pero tratamos de coger fuerzas para sobrellevarlo.
En una de esas conversaciones comentamos el tema de la falta de sueño. Le conté que apenas pego ojo y que luego me siento como una zombi porque arrastro un gran cansancio. En verano baja algo el ritmo y es más sencillo afrontar el día. Pero se hace cuesta arriba cuando hay bastante trabajo. Hay que ser igual de productivos, aunque hayas dormido, con suerte, tres horas. Teniendo en cuenta todas las cosas que hago sin un ápice de energía, a veces me pregunto cómo sería mi rendimiento con las pilas cargadas. Nunca lo sabré.
Siempre he leído, además, que las consecuencias son terribles. En la obra ‘El mal dormir’ figura un completo listado. Por lo visto si una persona no descansa se producen “efectos devastadores en el cerebro”. Citan el alzhéimer, la depresión, el trastorno bipolar, el suicidio…. También afecta a “los sistemas fisiológicos del cuerpo”. Existe el riesgo de sufrir un ataque cardiaco o varias enfermedades como el cáncer, la diabetes, infertilidad, obesidad… Son todo nubarrones y no es de extrañar que, de ese modo, se me junte la ansiedad con el miedo a lo que me deparará el futuro.
Hay gente que se mantiene despierta por fuertes dolores o por vivir sumida en un mar de preocupaciones. Está la joven en vilo por los exámenes, el que echa cuentas para ver si llega a fin de mes, la madre intranquila por la salud de su hija, el chico al que le ha dejado la novia, aquel que no encuentra ocupación, el periodista estresado, el anciano al que le reconcome que la muerte le esté rondando… Cada uno tiene sus problemas. Los habrá ridículos, pero son los que nos acechan. Si se resuelven, habrá quien recupere la normalidad. Si no se logra, te mandan unas pastillitas con la que te ves embotado. Ralentizan todo en general.
Algunos, sin embargo, no dan con la fórmula. Más de seis millones de personas sufren insomnio crónico en España. Es el más grave. En otros países ocurre lo mismo y el número va aumentando con los años. Cada vez es más complicado ‘desenchufar’ la cabeza un rato. Por eso convendría abordar este asunto a nivel nacional.
El Ministerio de Salud francés presentó en julio un plan que aboga por espacios que favorezcan el bienestar, la desconexión y hasta la posibilidad de echarse una siesta en empresas y escuelas. Eso que es tan nuestro y no nos lo aplicamos lo suficiente. No me parece ninguna chorrada. Si sirve para mejorar la salud pública, bienvenido sea.
Aquí se ha pedido algo similar. La Alianza por el Sueño ha reclamado una estrategia para abordar esta crisis y evitar males mayores en la población. Sobre todo, en niños y adolescentes que, tal y como alertan desde esta plataforma, están durmiendo hasta dos horas menos que hace unas décadas.
La cuestión es que apagas la luz, pero no la mente. El reloj se convierte en tu peor enemigo. Parece que el tiempo se cuela por un embudo gota a gota. Exaspera su infinita densidad. El autor del ensayo antes mencionado, David Jiménez Torres, describe perfectamente el proceso: “Las palabras e imágenes van apareciendo como fuegos artificiales que surgen de un mismo sitio pero que, al final, siguen trayectorias independientes. Un pensamiento asciende, estalla y se desvanece; luego le toca al siguiente, luego al siguiente, y así”.
En su análisis reconoce que hay etapas en las que lo vive como “una carcoma que se extiende por los cimientos de mi vida”. Pero también ha sido capaz de encontrarle un lado bueno: “Vemos cosas que muchos otros no ven, sentimos cosas que muchos otros no sienten”. “Nuestra experiencia nos ha abierto a intuiciones importantes sobre el cuerpo y el pensamiento, el ser y la nada. Somos especialmente conscientes de las arbitrariedades más peculiares e invisibles de la existencia. Tenemos, sobre todo, una relación especial con la noche y con el silencio. Conocemos sus pasadizos, sus recovecos; nuestra vigilia es la linterna que los ilumina”.
Me gustaría quedarme con este último mensaje, pero me cuesta porque, volviendo al razonamiento de mi amiga, yo añadiría que un país insomne también es un país cabreado. El equilibrio emocional se trastoca y la irritabilidad se convierte en una seña de identidad. Así que yo parezco enfadada sin estarlo. El desvelo me ha hecho así.