Opinión

La única distracción posible

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Algunos de mis mejores amigos van a ser padres de aquí a tres meses. Es impresionante cómo aquellos golfos retirados que cometieron las trapacerías más infames –y, por ende, memorables y divertidas–, se convertirán, en cuestión de semanas, junto a sus maravillosas esposas, en los pilares indispensables de una criatura nueva, carne de su carne y sangre de su sangre, que sobrevivirá, crecerá y florecerá física, mental y espiritualmente, sobre todo, gracias a ellos.

La paternidad de mis compadres me llena, a la manera borbónica, de orgullo y satisfacción. Les pregunto poco sobre el tema, quizá menos de lo que debería, por falta de costumbre: las ecografías, la semana tal o cual y las clases de preparación al parto son conceptos que, mientras escribo, me resultan ajenos, si bien es cierto que cada vez suenan y resuenan más en mi ambiente. Es curioso: hay un sentimiento de generosidad compartido entre los padres inminentes. Un sentimiento constante, noble y admirable que es propio de ellos y que no poseemos quienes, como el menda, todavía no jugamos en esa liga. También aquí, ruego que me perdonen.

Jennifer Aniston y su compañero de reparto, David Schwimmer, en ‘Friends’

La vida se abre camino, magnífica y fatal, en presente de indicativo, despejando la maleza a machetazos, y ay del momento en el que deja de ser así. Qué bien lo resumió el poeta sevillano al que Sánchez creyó soriano: “Todo pasa y todo queda”. Cualquier tiempo pasado fue, simplemente, anterior, y bendigo al ayer que se asemeja más a un chiste de Chiquito que a la Caja de Pandora. Las etapas, como los periodos geológicos, se suceden y se superponen. Mis amigos y yo somos conscientes de ello.

En este humus, la nostalgia brota con una facilidad insultante. El viernes por la noche, por ejemplo, creo que celebramos la que fue la última cena navideña de compadres –uno de ellos, a la tercera o cuarta copa, asumía: “Será la última juerga de mi vida”–. De los seis o siete fijos, este año hemos pasado a ser tres, aunque hubo incorporaciones estupendas. Las razones, varias: que si un embarazo, que si una suegra, que si cuadrar agendas –estribillo habitual en un matrimonio–, etcétera. Todo tan lógico y tan irrebatible. Tan normal, es lo que toca. Tan qué se le va a hacer.

Lo aprendimos en La Gran Belleza: “La nostalgia es la única distracción posible para quien no cree en el futuro”. Nosotros creemos en un futuro radicalmente distinto a nuestro pasado. Por un lado, porque es ley de vida –y está muy bien que así sea–; por otro, porque el pasado mitificado al que aplicamos el filtro edulcorado de la juventud es hoy un sepulcro blanqueado que, por dentro, está lleno de podredumbre. Lo comprobamos este viernes en El Candela: lo que otrora fue un templo festivo del flamenco, lo hallamos convertido en un garito despersonalizado en el que sonaba música de tienda de ropa. En Lavapiés recordamos la lección cantada por Sabina en Peces de ciudad: “Al lugar donde has sido feliz/no debieras tratar de volver”. Y a otra cosa. No tenemos alternativa.

TAGS DE ESTA NOTICIA