Pocos momentos hay más elegantes en esa vida frívola que todos merecemos, que ver cómo ascienden lenta y verticalmente las burbujas dentro de la copa de champagne hasta que estallan al llegar a la superficie. En el buen champagne, no hablo del cava u otros espumosos, se sabe que un signo de su calidad es que las burbujas suban muy despacio; como casi todo lo bueno en la vida, la ascensión debe de ser lenta. Es una especie de magia generada de forma natural consecuencia de una segunda fermentación a botella cerrada, que se produce cuando las levaduras metabolizan azúcar, generando CO2 y alcohol. Lo descubrió, casi casualmente, el benedictino Dom Pierre Perignon. El monje recibió aquella bebida efervescente con la exclamación de “¡Venid, hermanos, estoy bebiendo estrellas!”. Los religiosos siempre andan coqueteando con el cielo.
Pero en economía las burbujas no son ni elegantes ni placenteras, son una pesadilla negra, llena de nubarrones, que no se sabe con precisión cuándo se van a desencadenar y, menos aún, cómo acabarán. A su paso, dejan un reguero de ruina económica, de desastre social y de vidas truncadas. La Real Academia de la Lengua, siempre precisa, lo define como un ”proceso de fuerte subida en el precio de un activo, que genera expectativas de subidas futuras no exentas de riesgo”. Creo que se han quedado cortos. Es mucho más que eso.
Ahora, los mercados, los expertos y los analistas bursátiles llevan tiempo dándole vueltas a la inminencia de la explosión de dos nuevas burbujas. La primera, más preocupante por su tamaño, correspondería a las tecnológicas americanas, con Nvidia a la cabeza, que podría desencadenar no sólo pánico, sino una crisis bursátil y económica con incalculables consecuencias. La segunda, sin despreciarla, la inmobiliaria. España es un buen exponente del crecimiento del precio desaforado de la vivienda, en buena medida motivada por la falta de oferta. En la memoria de todos, tenemos reciente dos ejemplos que provocaron sendas crisis. Por un lado, la burbuja de las punto.com, de principio de siglo. Algunos se hicieron millonarios, los listos que vendieron a tiempo. Otros, los que compraron tarde y aguantaron, perdieron hasta la camisa. Por otro lado, la terrible crisis inmobiliaria de las subprime de 2007-2008, que arruinó la economía de medio mundo, con una crisis larga y profunda, como pocas ha conocido la humanidad.
Pero ha habido otras crisis provocadas por burbujas. La historia de la economía sitúa la primera es la denominada de los tulipanes holandeses del siglo XVII. La delicada flor se puso tan de moda que todo el mundo quería adornar sus casas con un conjunto floral para ganar status y prestigio social. Así que, poco a poco, holandeses y más holandés se dedicaron a ese lucrativo negocio, dejando sus actividades para ocuparse del tulipán. Todos eran felices hasta que la demanda cayó y la burbuja explotó. Un siglo más tarde, los ingleses, siempre tan innovadores, crearon la ilusión de la Compañía de los Mares del Sur, desatando una campaña a favor de que la relación comercial con América Latina haría de oro a quien participara del negocio. Así, que los ingleses comenzaron a invertir en la compañía hasta aumentar por diez su valor. Muchos pidieron a bancos dinero prestado para adquirir los títulos. Pero, como tantas veces ocurre, las cosas se pusieron en su sitio, el valor se desplomó y bancos y particulares perdieron hasta la camisa.
Posiblemente, la burbuja más conocida sea el crack del 29, quizás por el cine de Hollywood. Fue la primera gran crisis mundial, que provocó la Gran Depresión. Estados Unidos, tras la I Guerra Mundial, en los locos años 20, protagonizó un enorme despegue económico de la mano de la producción agrícola y de la industria de todo tipo. Todo era alegre y feliz. Invertir en Bolsa se convirtió en un juego en el que todo el que se animaba, ganaba un dinero fácil. Hasta que el jueves negro vivió la caída abrupta y en picado de todos los valores bursátiles. La gente corría a las ventanillas para vender unas acciones que nadie compraba. Muchos ejecutivos se tiraron por las ventanas, ante la ruina provocaba, y mucha gente humilde empezó el camino de la escasez, la falta de trabajo y el hambre.
Las burbujas financieras, pese a ser un fenómeno conocido, no ha puesto de acuerdo a los economistas sobre una teoría que explique su complejidad. Una definición aceptada es que se trata de una desviación drástica y prolongada del precio de un activo respecto a su valor razonable o fundamental. Se entiende como valor fundamental, el presente de los flujos de ingresos esperados futuros. Hyman Minsky, economista estadounidense, fijo cinco etapas en la evolución y explosión de la burbuja económica o financiera. Señaló el desplazamiento del inicio, el boom que le sigue, la euforia que se desata, los beneficios que genera y el pánico que se produce cuando explota. Los inversores avezados, al identificar los síntomas de advertencia, venden y recogen beneficios. Los advenedizos suelen quedarse hasta el final para acumular pérdidas.
Como ocurre en economía, el fenómeno tiene mucho de psicología y de la conducta humana, también reflejada por Shakespeare en su teatro. La ambición nos puede y el deseo de dinero y riqueza nos domina. Algunos especulan con el valor, hasta que los que no conocen las reglas del juego se quedan con un activo sobrevalorado, sin nadie que lo compre. Ahora, los mercados bursátiles, con las tecnológicas americanas a la cabeza, están disparados. Más pronto o más tarde, con mayor o menor intensidad, se espera una corrección del mercado. Nadie sabe si será una burbuja o una liviana caída. Pero, como siempre, unos ganarán y otros perderán. Que Dios nos pille confesados.



