En 2025, el oro y la plata han ocupado un lugar protagonista en los mercados. No solo por la magnitud del movimiento, sino porque su comportamiento ha servido como espejo de un clima económico y geopolítico que se ha ido tensando. Cuando los metales preciosos suben con esta firmeza, raras veces es por una única razón. Se debe a que varias fuerzas se alinean. Y esta vez, esas fuerzas apuntan a algo que trasciende un simple ajuste de carteras.
Una primera explicación se encuentra en el marco monetario. En numerosas geografías, el mercado ha ido descontando un giro hacia políticas menos restrictivas o, al menos, la proximidad del final del endurecimiento. El oro no paga intereses y, por tanto, compite contra los activos que sí los pagan. Cuando el mercado cree que los tipos reales tenderán a bajar, o que el margen de endurecimiento es limitado, el coste de oportunidad de mantener oro se reduce. Sin ser el único motor, este canal suele actuar como apoyo. Y, en 2025, parece haber vuelto a hacerlo.
Otras claves
A esto se suma su papel como activo refugio, aunque conviene matizarlo. Más que un episodio puntual de aversión al riesgo, el trasfondo ha sido una incertidumbre persistente: tensiones comerciales, rivalidad tecnológica, conflictos y cambios en las reglas del juego que dificultan la planificación a medio plazo. En ese entorno, el oro conserva una función de preservación de valor que depende menos de promesas de pago o de condiciones institucionales concretas.
La tercera pieza es el dólar. En años como 2025, el debate sobre la moneda deja de ser técnico para volverse transversal. Desde la Crisis Financiera Global, se han encadenado políticas fiscales y monetarias que han ampliado balances y normalizado déficits, reduciendo la tolerancia política a ajustes dolorosos. En ese contexto, los episodios de debilidad del dólar reavivan la preocupación por una posible erosión gradual del poder adquisitivo del dinero fiat. Es decir, el dinero que usamos a diario y que no está respaldado por un activo físico como el oro. Esta tesis cristaliza en el denominado debasement trade, una rotación estratégica hacia activos reales como mecanismo de preservación de valor. Cuando esta premisa se consolida en el consenso, deja de ser una mera hipótesis para dirigir flujos de capital masivos hacia los metales preciosos.

Más allá de la política monetaria
Por último, destaca el rol de los bancos centrales. En un escenario más fragmentado, la gestión de reservas ha adquirido una dimensión estratégica. La diversificación y la reducción de la dependencia de un único emisor obedecen a una lógica de resiliencia financiera que se ha materializado en mayores compras de oro.
Hasta aquí, oro y plata comparten parte de la explicación. Sin embargo, la plata incorpora una característica adicional: su dimensión industrial. Además de activo refugio, es un insumo crítico en tecnologías estratégicas, desde la infraestructura digital asociada a la expansión de la inteligencia artificial hasta aplicaciones vinculadas a la transición energética. En un momento en el que la soberanía industrial, digital y energética se ha convertido en prioridad política, ciertos materiales dejan de ser meras materias primas y pasan a percibirse como recursos de seguridad nacional.
¿Qué esperar en 2026?
Aunque es difícil anticipar precios con precisión, la tendencia de fondo es clara. En este nuevo entorno neomercantilista, la preferencia por activos reales y recursos estratégicos, más allá del oro y la plata, seguirá vigente. Parte de este interés se explica por el entorno actual. La combinación de desglobalización y un mundo multipolar lleva a numerosos países a blindar prioridades ligadas a su seguridad, industria y energía. Este giro puede traducirse en políticas públicas más activas y en una aproximación estratégica de las cadenas de valor. Aquí resulta natural que los activos tangibles ganen relevancia, aunque su reflejo en precios no sea inmediato ni uniforme.
En paralelo, es probable que persista el debasement trade -la cobertura ante la erosión de las divisas-. A medida que esta idea se extiende, encuentra traducción práctica en la asignación de activos, lo que puede sostener el interés por los metales, incluyendo las tierras raras, incluso en fases de volatilidad.

Por último, no sería sorprendente que el foco se amplíe más allá del oro. Si se consolidan la reindustrialización, la transición energética y el despliegue de infraestructuras digitales, aumentará la atención sobre la disponibilidad geopolítica de materiales críticos. Más que una conclusión cerrada, este marco sitúa a los metales dentro de una lectura amplia, donde el componente estructural pesa tanto como el movimiento de corto plazo.
Claudia Casco es gestora de carteras en Miraltabank.



