Opinión

Un progresismo que trae precariedad

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Me cansa y me irrita ver asomarse por las pantallas de televisión los rostros felices del presidente y sus muchos ministros para construir el mismo relato, escuchar sus repetidos argumentos por la radio, leer sus monocordes párrafos en las redes sociales, emitiendo una y otra vez los mismos argumentos, con el mismo racional, la misma selección de palabras, los mismos ejemplos y analogías supuestamente ingeniosos y originales. Y, singularmente, me enerva cómo se califican de Gobierno progresista, feminista y ecologista sin dimensionar los hechos y la realidad de una sociedad que se empobrece y precariza a su alrededor.

Salgo a la calle, voy en metro, recorro los barrios humildes de las ciudades, visito los pueblos de esta vieja España, hablo con la gente y, constato, y a mí sí me consta, que muchos estamentos sociales lo pasan realmente mal para salir adelante y llegar a final de mes. Alrededor del Palacio de la Moncloa, de La Marera, de Las Marismillas, de Quintos de Mora; a los lados de los desplazamientos en coches oficial, por debajo de la panza del Falcon, hay un país en el que los jóvenes no prosperan, la vivienda se ha convertido en un lujo inasequible, familias no pueden comer carne ni pescado, muchos ancianos pasan frío en invierno y mucha gente trabajadora no le da el sueldo para llegar a fin de mes. Posiblemente, el presidente y sus muchos ministros ignoran el precio de una pescadilla, de unos filetes de ternera o de una docena de huevos; desconocen lo que vale mantener caliente una vivienda o pagar el recibo del teléfono.

Por eso, me enerva que los socialistas radicales, los socialdemócratas, los neocomunistas y los progresistas de nuestro Gobierno de progreso se jacten de unas políticas y unas medidas que sólo favorecen a los pensionistas y a los receptores de esas paguitas de las que caen votos como fruta madura.

Sánchez durante la presentación del Plan España Auto 2030. EFE/ Chema Moya

La socialdemocracia y el progresismo si por algo se caracteriza es por generar bienestar, recaudar y distribuir para que se genere una sociedad más igualitaria que disfrute de la sanidad, la educación, la vivienda, tres comidas al día, la dignidad y la prosperidad. Su contribución al bienestar de la humanidad, sobre todo la occidental, es indiscutible. Pero nuestro Gobierno de progreso no lo entiende así. Ha puesto el Boletín Oficial del Estado, su mayoría parlamentaria y sus decretos ley al servicio de los partidos separatistas y neocomunistas para que se apliquen sus medidas.

La socialdemocracia apareció para que las clases trabajadores y los “parias de la tierra” prosperasen y disfrutaran de una vida digna para ellos y sus familias. Pero eso, a este Gobierno de progreso, parece no importarle. Ha hecho de la permanencia en el Gobierno un fin en sí mismo para que ninguna otra opción lo ocupe y aplique otras políticas que acaben con la pobreza y la precariedad.

Vayamos con algunos datos que avergonzarían a cualquier líder socialdemócrata. El Índice de Coste Laboral Armonizado (ICLA, publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), señala que los españoles han perdido un 5,5% de poder adquisitivo desde la pandemia. En otras palabras, los salarios en términos reales han bajado desde 2020, mientras el coste salarial ha aumentado un 16,2%. La inflación tiene la culpa. En este periodo, el Índice de Precios de Consumo (IPC) se ha incrementado un 21,7%. En otras palabras, los precios de los productos han aumentado 5,5 puntos más que el coste salarial. Es cierto que la media salarial ha crecido hasta los 20.134 euros este año, aumentando en 2.121 sobre el ejercicio pasado. No obstante, esta cifra sigue siendo inferior a la media europea, que se sitúa en 20.291 euros. Nuestro país es el número 17 sobre las 42 naciones analizadas, figurando entre los 26 países que no alcanzan la media y muy alejado de los mejor situados que rondan los 50.000 euros.

Pero si nos vamos a los datos sobre pobreza la fotografía se hace todavía más negra. Caritas, esa organización de la Iglesia católica que estudia el fenómeno con periodicidad, acaba de publica el IX Informe Foessa. Los datos estremecen. Un total de 4,3 millones de personas viven en exclusión social severa, de los cuales un tercio, casi 1,5 millones, son niños. La pobreza infantil alcanza a un 29% de la población, la más alta de la Unión Europea. El informe pone de manifiesto el deterioro progresivo de la clase media. Precariedad laboral y alto precio de la vivienda son algunas de las causas, pero no las únicas. El 45% de los inquilinos está en riesgo de pobreza, con el precio del alquiler como un determinante de la precariedad. Más de un millón de hogares no pueden mantener su vivienda a una temperatura adecuada. Los datos, en su esencia, coinciden con los del Instituto Nacional de Estadística (INE), que indica que la pobreza afecta a alrededor de 12,5 millones de personas, un 25,8% de la población, y la tasa de pobreza severa es del 8,3%. Menores, con un 29%; hogares monoparentales, con un 42%,  y mujeres, figuran como los grupos más vulnerables. El listón de la pobreza se sitúa en 10.000 euros de ingresos anuales.

La precariedad laboral es otro rasgo de la España de este Gobierno progresista. Se calcula que unos 11 millones de trabajadores tienen empleos precarios, alrededor de un 48%. Este noviembre, el 58,71% de los contratos firmados fueron temporales. Incluso, los indefinidos están dominados por los fijos discontinuos y los parciales. Sólo el 17,4% de los indefinidos son a jornada completa. En otras palabras, el empleo ya no garantiza el bienestar ni la vida digna.

Funcas, el servicio de estudios de las Cajas de Ahorros, afirma que “la privación material y social severa sigue afectando a una parte nada desdeñable de la población española”. El Foro Nuclear, por su parte, concluye que la pobreza energética con el Gobierno de Pedro Sánchez ha duplicado las cifras anteriores a su llegada. Cada vez son más los hogares españoles que no pueden “mantener su hogar adecuadamente caliente por su situación de pobreza”. Se estima que entre un 9% y un 17% de los hogares padecen esta lacra.

Esta es la España del Gobierno de progreso, es una España real, que vive lejos de Puigdemont, de Koldo, de Ábalos y de la señora del presidente. Que vive lejos de lo que cada día vemos en televisión y escuchamos en la radio. Es la España de los barrios periféricos, de los cinturones industriales, la que viaja en metro y pisa barro para llegar su helado domicilio en el que cenar lo que buenamente se pueda. El progresismo y la socialdemocracia deberían mirar más por ellos.