El machismo perjudica principalmente a las mujeres, pero también a las hijas e hijos de los hombres que maltratan. Sin olvidar que, además, plantea un serio problema para la mayoría de los hombres, al privarles de herramientas de gestión emocional que son fundamentales en los conflictos. Esta semana un hombre ha asesinado a su hija de 13 años en Bilbao. Tras agredir a la madre de la niña con un cuchillo, ha acabado con la vida de su hija y después se ha quitado la vida. Un suceso espeluznante cuyo desencadenante es el machismo.
Los hombres que asesinan a sus hijos lo hacen con el único objetivo de hacer daño a sus parejas. Cuando los niños y niñas son utilizados para hacer daño a su madre nos referimos a un tipo de violencia machista que tiene un nombre específico: violencia vicaria. El concepto lo acuñó en 2012 la psicóloga forense Sonia Vaccaro y se integró en la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género en España en 2021. En 2022 se modificó esta ley para reconocer como víctimas directas también a las madres de menores asesinados en crímenes vicarios, ya que hasta ese momento no tenían derecho a las ayudas del Estado.
Raíces culturales de la violencia vicaria
Una de las consecuencias de la socialización diferenciada, en la que el género se utiliza como un sistema de poder de los hombres sobre las mujeres, es la falta de empatía y de diálogo en el rol masculino. A los hombres se les advierte que no deben mostrar su vulnerabilidad. Tampoco se les enseña a expresar sus emociones ni a dialogar para llegar a acuerdos. La mayoría de los referentes culturales masculinos tienden a mantener una aparente frialdad ante las dificultades y alivian su ira y frustración a través de ponerse en situaciones de riesgo, la agresividad y la violencia. Y, cuando alguna mujer transgrede esta jerarquía, algunos hombres recurren a la violencia para dejar claro quién está por encima. Hacer daño a sus hijos, familiares, mascotas, dañar su reputación o, incluso, sus bienes es una forma de demostrar su poder ante ellas. Recurren al asesinato de los hijos porque saben que esto les causará un dolor que jamás podrán superar.

No hace falta llegar al este extremo para que esos menores sufran los efectos negativos de este tipo de violencia. Muchos de ellos reciben maltrato físico y psicológico continuado, incluso abusos sexuales por parte de su padre. Además, los niños que conviven en contextos de violencia de género padecen sus consecuencias y secuelas de por vida.
Instrumento de control sobre las madres
Tras una separación o un divorcio, los hijos e hijas de los maltratadores son utilizados para seguir ejerciendo control sobre sus exparejas. A través de comentarios vejatorios hacia ellas, descalificando su papel como madres, obteniendo información sobre su vida y sus movimientos… En este sentido, hay que lanzar una crítica al sistema judicial que ejerce de cómplice del maltratador cuando obliga a esos niños a continuar cumpliendo con el régimen de visitas. De esta forma, los hijos y las hijas de los maltratadores aprenden a despreciar a su madre y también al resto de las mujeres, perpetuando la violencia machista que pasará de generación en generación.
Secuelas psicológicas
La exposición de los menores a contextos de violencia tiene innumerables consecuencias psicológicas dañinas para ellos, además de desencadenar problemas de conducta. Muchos de estos niños tienen recuerdos y sueños angustiosos, viven en permanente estado de alerta, experimentan reacciones disociativas, sienten miedo, tristeza, ansiedad y tienen baja autoestima. En la adolescencia pueden desarrollar problemas de tipo conductual, como comportamientos violentos, depresión e ideas suicidas. Estar bajo estas situaciones de estrés y miedo perjudica su capacidad para regular las emociones y aumenta las posibilidades de recurrir a conductas impulsivas y agresivas en el futuro.
Repetición de patrones en su vida adulta
Es muy probable que estos niños y niñas, trasladen la violencia soportada adoptando patrones de comportamiento sumiso o agresivo en su vida adulta. Muchos tendrán dificultades para entablar relaciones sanas cayendo en los mismos patrones que vieron en sus padres. Las hijas de padres maltratadores suelen acabar emparejándose con hombres que repiten el mismo perfil agresivo. Y los hijos tienden a imitar esos rasgos porque es lo que vieron desde pequeños.
Las estadísticas arrojan la escalofriante cifra de 64 asesinatos de menores desde 2003 por violencia vicaria. El Ministerio del Interior ha detectado 5.568 niñas y niños en riesgo de sufrir esta violencia desde 2019. Pero no olvidemos que no solo los y las menores asesinadas son víctimas: el 100% de los hijos e hijas de maltratadores padece sus secuelas de por vida.
Vídeo realizado por Yolanda Domínguez para el Gobierno de Asturias sobre las consecuencias de la violencia vicaria