Él tenía 43 años y ella 13. Ninguno de los dos tendrá ya un futuro. La diferencia es que ella, la niña, no eligió que ese fuera su final. Él, su propio padre, sí lo eligió. Decidió acabar con la vida de los dos.
La violencia vicaria golpea de a nuevo nuestro país con la expresión más cruel y despiadada del machismo. Lo hace arrancando de lleno la vida de los más pequeños. Este hombre también atacó a la madre, quien salió ensangrentada a la calle en busca de ayuda y con quien, previamente, según la investigación, el asesino habría mantenido una fuerte discusión.

Ella no eligió morir
Algunos vecinos apuntan a que él la habría amenazado con matarla si le dejaba. Durante esta pelea, la mujer también resultó herida, por lo que tuvo que ser trasladada al Hospital de Basurto. Su vida, por suerte, está fuera de peligro.
Todo ocurrió en la madrugada del viernes en el barrio bilbaíno de Rekalde. La Policía Local auxilió a la mujer e inmediatamente entró a la vivienda accediendo con sus propias llaves. Una vez en el interior, las autoridades tan solo pudieron confirmar la muerte violenta de la menor, a manos de su padre, que presentaba heridas de arma blanca. En otra estancia de la casa, estaba el cuerpo sin vida del progenitor, quien se habría suicidado tras cometer el asesinato de su propia hija y haber atacado, también, a su mujer.

Según aclaró el viceconsejero de Seguridad, Ricardo Ituarte, el hombre no tenía antecedentes de violencia machista y tampoco existían denuncias previas. Es decir, ni agresor ni víctima constaban en el Sistema Integral de los casos de Violencia de Género (Sistema VioGén).
No había denuncias previas
Además, fuentes municipales confirman que no había constancia de atención o intervención con esta familia en el Ayuntamiento de Bilbao. Ni en el ámbito de la mujer ni en el de menores.
Este nuevo crimen por violencia vicaria vuelve a sacudir a la sociedad española y eleva a dos el número de menores asesinados en lo que va de año a manos de sus progenitores o de las parejas y exparejas de sus madres. Una cifra que, con sus vidas arrebatadas, esconde una realidad terrible: la utilización de los hijos e hijas como meros instrumentos de castigo y control hacia las mujeres.
Desde que se empezaron a contabilizar oficialmente estos los casos en 2013, ya son 64 los niños y niñas asesinados en nuestro país. 64 infancias destruidas, 64 vidas de menores de edad que nunca podrán cumplir sus sueños, decidir qué estudiar o en qué trabajar. 64 menores asesinados sin justicia ni empatía.
La violencia vicaria: la peor expresión del machismo
Asesinados con la única motivación de hacer daño a su madre porque “cuando se asesina a un hijo, se asesina a la mujer de por vida, es muy difícil restaurar la vida de una mujer que ha perdido el hijo, aunque lo vamos a intentar y la vamos a acompañar” explicaba la diputada foral de Igualdad, Teresa Laespada, tras los cinco minutos de silencio guardados por la pequeña de 13 años a las puertas del Ayuntamiento de Bilbao.
Recordemos que la violencia vicaria no es solo un crimen individual, es un reflejo devastador de una estructura social que todavía permite que el machismo se manifieste, también de esta forma. Se trata de un drama colectivo que atraviesa familias, comunidades e instituciones. Es la expresión extrema del poder patriarcal que niega a las mujeres su derecho a vivir en libertad, y a los niños y niñas su derecho a crecer seguros.
Cada asesinato vicario siembra el miedo, el dolor y la impotencia en el entorno más íntimo de las víctimas y, por tanto, en toda la sociedad. Es una herida abierta en nuestro tejido social que exige, cuanto menos, una respuesta firme, integral y urgente. Porque cuando una niña o un niño es asesinado para castigar a su madre, toda la sociedad fracasa. ¿Cuántos hijos e hijas más tendrán que ser asesinados para que dejemos de fallarles? ¿Cómo se repara el alma de una madre a la que le han arrancado de los brazos lo más sagrado que tenía en la vida?