Hay algo profundamente cruel en ese momento en el que el despertador suena por primera vez después de las vacaciones. La alarma no suena igual. Suena más fuerte, más insistente, como si también ella supiera que nos toca volver al trabajo y quisiera vengarse de todos los días en que la postergamos durante agosto. Ahí estamos, en ese primer lunes del regreso, con la piel aún un poco salada de mar, los pies todavía desacostumbrados a los zapatos cerrados y la mente lenta, atascada en la velocidad de crucero del verano.
Volver al trabajo da pereza. Y es normal. Hemos pasado semanas —quienes han podido— alejados del ordenador, de los informes, de los correos que no paran de llegar. Volver a la rutina laboral es como intentar meterse en un traje que ya no nos queda del todo cómodo. A veces es mental; otras, incluso físico. Pero ahí vamos, porque toca. Porque la vida adulta no entiende de pausas eternas.
Eso sí, este regreso trae un pequeño gran alivio: ¡vuelven los colegios! Y eso, para muchas madres y padres, marca un antes y un después. El verano con hijos es un malabarismo de una intensidad que ni el mejor equilibrista podría sostener sin sudar la gota gorda. Las vacaciones infantiles son maravillosas para ellos, pero un desafío para los adultos. Por eso, el sonido del timbre escolar es, en septiembre, más reconfortante que el canto de los grillos en agosto.
Con los colegios reabiertos, volvemos también a una cierta sensación de orden. Los horarios se estabilizan, las rutinas familiares encuentran su ritmo, y aunque el trabajo sigue siendo trabajo, ya no hay que inventarse actividades, meriendas infinitas, ni entretener a nadie mientras viajamos en el coche. No es que el caos desaparezca, pero al menos se reparte mejor.
Ahora bien, para que la vuelta no se convierta en una cuesta arriba eterna, conviene poner en práctica algunas estrategias. No vamos a engañarnos: el cuerpo y la mente necesitan un pequeño periodo de adaptación, como cuando se cambia de huso horario. Por eso, aquí van algunos trucos que ayudan a suavizar el aterrizaje:
No lo quieras todo el primer día. Intenta no programar reuniones importantes ni entregas exigentes en tu primer día de vuelta. Da espacio para reencontrarte con tus tareas y ponerte al día.
Recupera rutinas con suavidad. No te obligues a retomar de golpe todas tus rutinas de productividad o ejercicio. Empieza por lo básico y ve sumando.
Planifica algo agradable. Una comida con compañeros, un café largo al salir del trabajo o simplemente un paseo en solitario. Algo que recuerde que septiembre no tiene por qué ser un castigo.
Organiza el calendario familiar. Tener a la vista las actividades de los niños, las reuniones escolares y tus propias fechas importantes ayuda a sentir control.
Sé amable contigo. Estás volviendo de descansar, no de rendirte. Si sientes que te cuesta, es normal. Date margen.
Volver a trabajar puede dar pereza, sí. Pero también puede ser la oportunidad de empezar con una mirada más fresca, con algo aprendido durante el verano. Alguna idea nueva hemos tenido, sí, y hasta nos hace ilusión empezar a aplicarla.
Así que, mientras tú buscas motivación en un café doble, recuerda que ellos también están haciendo su propia vuelta al cole. Quizás con más ganas que tú. Quizás con la misma pereza. Pero