Feminismo

Por qué no debemos juzgar el “ismo” de Rosalía

Es un símbolo cultural global, y por eso cada palabra suya pesa mucho más de lo que parece

Fotografía: Kiloycuarto

Rosalía se ha convertido en un caso de estudio porque su éxito va más allá de la música. La artista encarna una idea de modernidad española con alcance global; una artista que toma la tradición como material maleable, hace del mestizaje sonoro un idioma y domina los códigos de Instagram con una precisión casi quirúrgica. Para muchísimas mujeres, además, funciona como espejo. Por eso, cuando en una entrevista reciente evitó identificarse de forma nítida con el feminismo, el debate estalló y la prudencia se leyó como distancia.

Antes de convertir esa respuesta en un juicio sumario, conviene recordar lo evidente. Es un símbolo, una mujer española jugando en la liga mundial. Y eso, que parece “solo” cultural, pesa mucho más de lo que creemos. Verla ahí arriba hace imaginable una ambición que quizá antes no teníamos en el mapa.

Lo dicen otras artistas sin rodeos. Judeline, por ejemplo, la ha colocado en un lugar histórico al afirmar que Rosalía “lo hace todo bien” y que “nadie ha hecho lo que ella en los últimos años”, subrayando que ha llevado el flamenco “a otro nivel” y lo ha empujado a una escena internacional. La idea de fondo se entiende: cuando una mujer de aquí llega tan arriba, cambia el tamaño de lo posible para muchas otras.

Fotograma de la canción 'La Perla', de Rosalía
Fotograma de la canción ‘La Perla’, de Rosalía

A ese impacto se suma un elemento que a menudo se pasa por alto cuando se discute su relación con el feminismo. Ella misma define Lux (su nuevo álbum) como “misticismo femenino” y explica que sus inspiraciones han sido mujeres de alrededor del mundo que, desde culturas distintas, han sido consideradas santas. Ese marco simbólico -mística, santidad femenina, referentes espirituales y creativos- es una manera de colocar lo femenino en el centro del relato, en un lugar de poder, mito y autoridad.

Las críticas le llegaron por no asumir un compromiso explícito siendo una figura con influencia cultural global. Lo fácil, quizá, habría sido responder “sí” y seguir hablando de música. Y ya. Pero no lo hizo, y esa prudencia se leyó como distancia. Si el feminismo aspira a algo, es a ser universal: un principio simple, la igualdad, sin contraseña de entrada.

Rosalía en la presentación de ‘LUX’ en Barcelona

Ahora bien, conviene sostener dos ideas a la vez. La primera: se puede criticar la tibieza, porque cuando el tema es la igualdad la ambigüedad se paga caro. La segunda: es injusto el nivel de escrutinio al que se somete a las mujeres públicas. A los hombres célebres se les permite la contradicción; a las mujeres se les exige coherencia total. Se vigila su discurso, su estética, sus parejas, sus colaboraciones, su manera de bailar, su forma de vestir. Se les pide que confirmen una doctrina con la vida entera. Y si no lo hacen, llega el veredicto. Por eso es importante discutirla sin triturarla.

Una mujer puede hablar de feminismo sin que tengamos que pasarla por la trituradora. Nadie es mejor que nadie para ser “abanderada” de nada, y últimamente se ha puesto de moda dar lecciones como deporte de contacto. Aun así, es comprensible que muchas mujeres se sientan tocadas: vivimos una época de retroceso y, en esa intemperie, buscamos anclas. Ahí las figuras pop se convierten en barómetros morales: si ellas lo dicen, respiramos; si dudan, sentimos que el suelo se mueve. No es justo, pero sucede.

En la entrevista citada, la de la controversia, habló de mística, de santidad femenina, de referentes que van desde Santa Teresa de Jesús, Juana de Arco, Patti Smith, Björk o Janis Joplin, y confesó que se rodea de ideas feministas que la inspiran, pero matizó que no se considera “moralmente lo suficientemente perfecta” como para situarse dentro de un “ismo”.

Aquí entra otra idea incómoda pero necesaria: reivindicar el derecho al matiz sin convertirlo en coartada. Carlos Alsina lo dijo en un monólogo reciente contra la guerra cultural a los “tibios”: “Tiemble la España que aún se permite el matiz, la ecuanimidad y la duda”. Puede que Rosalía intentara precisamente eso (no lo sabemos): protegerse en un ecosistema que castiga el conflicto. El problema es que, cuando el tema es la igualdad, la tibieza se lee fácil como distancia, y de ahí la decepción de algunas mujeres, sin necesidad de machacarla.

Rosalía posa durante la promoción de Lux en México. Sony México
Rosalía posa durante la promoción de Lux en México. Sony México
Sony México

De ahí la comparación, aparentemente caprichosa, con Rocío Jurado. No funciona como un ránking de “quién fue más feminista”, sino como un espejo. Hubo artistas de generaciones anteriores capaces de encarnar una idea de poder femenino más nítida, menos temerosa de caer mal. Rosalía vive en una economía de la imagen donde gustar a todo el mundo es combustible (y el problema de querer gustar a todo el mundo es que es imposible; el precio suele ser el desgaste y, a veces, el silencio medido).

Tampoco es casual que se la señale como la gran estrella española internacional de su era: incluso se la ha comparado con Julio Iglesias por alcance global y ambición de mercado. Pero cuando eres un icono cultural que representa país, época y proyección, también te conviertes en una pantalla de expectativas. Y ahí empieza el problema.

Lux (Rosalía) - Cultura
Portada del álbum ‘Lux’, lo nuevo de Rosalía.
Instagram

Quizá lo más honesto sea mirar el cuadro completo. Una estrella pop puede ser un termómetro cultural. Rosalía lo es. Y aunque su respuesta no satisfaga a quien quería un sí claro, su existencia en la cima ya produce un efecto material: amplía el campo de lo posible para otras.

Y no olvidemos lo esencial: exigir ejemplaridad constante a las mujeres no las libera; las disciplina. Y cuando el feminismo se convierte en una prueba de pureza en lugar de una idea común -igualdad-, perdemos todas.

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