“En un país tan grave, solemne y hasta trágico como el nuestro, Julio supo hacer bandera de la ligereza”, dice Ignacio Peyró, escritor y periodista, en El español que enamoró al mundo, la primera biografía literaria de Julio Iglesias. Director del Instituto Cervantes en Roma y autor de ensayos de referencia sobre cultura inglesa y gastronomía, Peyró firma ahora un retrato singular del cantante que, desde el Festival de Benidorm de 1968, conquistó escenarios y corazones hasta ser comparado con Sinatra.
El autor sostiene que “nadie esperaba a un europeo cantando en español que conquistase Estados Unidos, y sin embargo, él lo logró”. Con humor, afecto y rigor, Peyró explora cómo Iglesias convirtió sus limitaciones en un “encanto superior”, cómo encarnó esa España del tardofranquismo que buscaba cosmopolitismo, y cómo sus letras —“La vida se hace siempre de momentos de cosas que no sueles valorar”— se transformaron en aforismos íntimos y universales. Su libro, ya en cuarta edición, rescata la memoria de un hombre que fue, a la vez, “poeta popular”, mito del amor y espejo de varias generaciones.
Ignacio, eres autor de ensayos como Pompa y circunstancia, Comimos y bebimos, Ya sentarás cabeza y Un aire inglés, que viene a ser una continuación del primero. Ahora publicas El español que enamoró al mundo, la primera biografía literaria de Julio Iglesias. ¿Cómo encaja este libro en tu trayectoria?
Es verdad que es un cambio de registro. Hasta ahora había escrito sobre cultura inglesa, gastronomía, memorias… Este es mi primer acercamiento a un tema pop. Y me llamaba mucho la atención que no hubiese más libros escritos sobre alguien que ha vendido cientos de millones de discos en una época en la que no existía el consumo digital. En los setenta y ochenta, si querías un disco de Julio Iglesias en Nebraska, tenías que ir a la tienda de discos. Nadie esperaba a un español en Estados Unidos, nadie esperaba a un europeo cantando en español que conquistase aquel mercado. Y sin embargo, él lo logró. Me parecía que era una historia que merecía ser contada y que además yo podía escribir a mi manera, con humor, afecto y seriedad a la vez. Y, debo decirlo, me lo he pasado fabulosamente. Escribir es muchas horas de soledad, pero con Julio ha sido un trabajo divertido.
En tus notas a pie de página utilizas expresiones como “ráfaga tropical de felicidad”. ¿Tú has sentido eso escuchando a Julio Iglesias?
Muchas veces, y sobre todo según la hora del día. Julio Iglesias me gusta porque, en un país tan grave, solemne y hasta trágico como el nuestro —basta ver nuestro folclore, tan barroco y cargado de hermosísima tragedia—, él supo hacer bandera de la ligereza. Eso es muy raro en España. Siendo españolísimo, como lo es, encarnó una idea de felicidad. Y cuando llegó a Miami se fijó para siempre en ese imaginario tropical: cocoteros, playa, atardeceres. A partir de entonces solo podías pensar en Julio Iglesias con esa estética. Podrá ser dudosa como toda estética caribeña, pero es muy poderosa.

¿Por qué un personaje como Julio, que se ha sentado tanto con Reagan y Sinatra como con Felipe González o Aznar, necesitaba este retrato?
Yo no quería escribir interioridades ni hacer una novela sentimental. Mi propósito era que se dibujara a sí mismo a través de lo que todos conocemos: sus canciones, sus giras, sus entrevistas, su figura pública. Pero al hablar de él es imposible no hablar también del humus cultural del tardofranquismo, de esa cultura popular que ha marcado a varias generaciones. Julio nace en una época fascinante: el desarrollismo, cuando el régimen estaba ya apolillado y dividido, pero había una transición imparable en las costumbres y en la economía. España buscaba un camino, como una botella de champán que estalla aunque el corcho reviente el techo. Esa España no había sido contada con detalle, más allá de las páginas del Hola. Me interesaba fijarla y mostrar cómo Julio encarnó ese tránsito.
Esa España que retratas, la del tardofranquismo y la Transición, apenas aparecía en la alta cultura. ¿Tu libro llena ese vacío?
Sí, me parecía importante situar a Julio en ese contexto. Otros historiadores, como Paul Preston, dedicaron su vida a lo que marcó sus entornos de infancia, en su caso la Guerra Civil. Yo también estoy condicionado por lo que vi de niño en una España donde lo más sofisticado era un sol y sombra en el bar. Mis recuerdos son de una sociedad que cambiaba deprisa, que dejaba atrás el aislamiento y buscaba cosmopolitismo. Julio es hijo de ese tiempo, un país que aún era muy provinciano pero que ya soñaba con champán y playas tropicales.
Has dicho que cada canción nos lleva a un lugar y un momento. ¿Es esa la clave del éxito de Julio Iglesias?
Sin duda. Cada tema está asociado a recuerdos personales y colectivos. Hay versos suyos que, si los firmara un filósofo, pasarían por aforismos profundos. Por ejemplo: “La vida se hace siempre de momentos de cosas que no sueles valorar. Y luego, cuando al fin te das cuenta, el tiempo no te deja regresar”. Eso es universal. Por eso Julio ha sido la banda sonora de los primeros amores y de tantas experiencias vitales para millones de personas.
En el libro también aparece Isabel Preysler, muy criticada en su tiempo. ¿Cómo abordaste esa parte?
Con atención a lo injusto que fue el trato que recibió. Hubo prejuicios sexistas y racistas muy evidentes. Me interesaba mostrarlo porque hoy, en cierto modo, es lo mismo que les pasa a los influencers: son juzgados por lo que hacen o dejan de hacer en su vida personal. Descubrí cosas que de niño no sabía, porque yo no leía el Hola. Era importante dar esa perspectiva, porque también forma parte de la historia cultural que rodea a Julio.

Julio Iglesias se declaraba truhán y mujeriego. Sin embargo, nunca tuvo escándalos tipo MeToo.
Sí, eso me parece muy significativo. Siempre fue honesto con lo que era y con lo que ofrecía. Tenía un estilo muy personal, otro tiempo. Quizá hoy sería juzgado de otra manera, pero siempre actuó con franqueza y con un cierto cariño que se le reconocía. Regalaba recuerdos, como un Cartier, a las mujeres de su vida. Otra generación. Pero lo cierto es que nunca se vio envuelto en escándalos de ese tipo, y eso es reseñable.
¿Qué hay de tu propia relación con Julio Iglesias?
Nació un año antes que mi padre y en mi misma ciudad. Yo conocí ese barrio, vi a su padre en misa dando limosna. Son recuerdos sedimentados que me hacían sentirme capaz de contar ese mundo. Y me interesaba comparar: el Real Madrid y Julio Iglesias son dos grandes productos de la derecha madrileña que han cruzado todas las fronteras. Yo lo admiro, porque no tenía las condiciones perfectas: no bailaba, no componía, no tenía la voz de Sinatra ni la presencia de Raphael. Y sin embargo convirtió esas limitaciones en un encanto superior que ha conquistado al mundo.
La enfermedad que sufrió de joven lo marcó para siempre. ¿Cómo lo cuentas en el libro?
Esa parte es clave. A los veinte años quedó postrado por una enfermedad gravísima. Y de ahí salió transformado. Su historia de superación personal explica mucho de su carácter y de su éxito. Es un hombre que convirtió una debilidad en motor de resiliencia. Y eso lo hace aún más admirable, más universal.
¿Crees que la fuerza de Julio es que sus canciones son la banda sonora íntima de tantas vidas?
Absolutamente. Eso es lo fascinante. Julio tiene la capacidad de ser una memoria compartida, pero también una memoria privada. Cada cual se reconoce en él. Es cierto que muchos lo vivimos en casa, porque eran los discos que sonaban nuestros padres. Y luego, cuando te enamoras por primera vez, descubres que esas letras —que parecen sencillas— en realidad se vuelven un espejo. Como dices, “ni te tengo ni te olvido”, “tropecé de nuevo con la misma piedra”, son frases que parecen sacadas de la sabiduría popular, pero tienen la capacidad de condensar en una línea todo el drama adolescente y adulto. Eso le da un poder universal.

Muchas de esas frases, como “o me quieres o me dejas o te tengo que olvidar”, parecen sentencias filosóficas. ¿Crees que Julio fue también un pensador involuntario del amor?
Creo que sí. Lo curioso es que, sacadas de contexto, algunas de esas letras podrían figurar en un aforismo de Cioran o de Heidegger. “La vida se hace siempre de momentos de cosas que no sueles valorar” es algo que cualquier filósofo podría haber firmado. Dicho por Julio Iglesias provoca una sonrisa, pero es una verdad como un templo. Él convirtió lugares comunes en algo entrañable y profundo a la vez. Eso explica su permanencia.
Has citado en tu libro la canción Me olvidé de vivir. Ahí parece haber un reproche existencial, casi sabinesco…
Exacto. Ese es un Julio más hondo. La cofradía del reproche, como la llamo, tiene ahí su gran meditación. Es un hombre que, al margen de su personaje, también supo cantar el paso del tiempo, la nostalgia, la conciencia de lo perdido. Y eso conecta con algo universal: todos nos sentimos Quijotes alguna vez, todos tememos al tiempo que se va demasiado rápido.
¿Esa dimensión filosófica y vital explica por qué Julio sigue vivo en las generaciones posteriores?
Sí, porque no es solo nostalgia. Hay chavales de veinte años que descubren esas canciones y les hablan directamente. El amor, el desamor, el miedo a perder el tiempo o la exaltación del instante son temas eternos. Y Julio los formuló en un lenguaje accesible, cargado de emoción, que ha viajado mejor de lo que algunos críticos pensaban.
En ese sentido, ¿dirías que Julio Iglesias es, además de un icono pop, un poeta popular?
Sin duda. No en el sentido literario estricto, pero sí como un creador de versos que se han quedado grabados en la memoria colectiva. La prueba es que, como contabas, esas frases se usan para hablar con un amigo, para consolar a una hija, para recordar un amor. Y esa es la verdadera poesía popular: aquella que se cuela en la vida diaria y permanece ahí, sin fecha de caducidad.

Aunque hablara de amor, la relación con Isabel Preysler estuvo llena de dolor…
El divorcio entre Julio Iglesias e Isabel Preysler marcó un antes y un después en la vida pública de ambos. Según relatan los biógrafos y cronistas de la época, Preysler se negó a seguir siendo el “fuero especial” al que el cantante regresaba después de cada aventura amorosa. Esa negativa significó su independencia personal, pero también el inicio de un escrutinio mediático feroz. Como recuerdan varios estudios académicos, la prensa española la convirtió en blanco de críticas que mezclaban sexismo y racismo: se la señalaba por sus compras, sus amistades o por ser “la china”, una etiqueta cargada de prejuicios que aún hoy se analiza en clave sociológica.
El contraste resulta aún más llamativo si se piensa en la posición de partida de Preysler: no era una inmigrante en situación precaria, sino una joven de una de las familias más acomodadas de Filipinas que se instaló en la Castellana. Sin embargo, esa realidad no evitó la oleada de comentarios malintencionados ni la construcción de un relato público que la reducía a estereotipos. Este fenómeno, que recuerda al tratamiento que hoy reciben algunas influencers, evidencia cómo los prejuicios de género y origen marcaban el discurso mediático de la Transición.
Y en paralelo, él se consolidaba como el cantante del amor por excelencia.
Su magnetismo residía tanto en su biografía sentimental —llena de conquistas y rupturas— como en su capacidad para que cada oyente se apropiara de sus canciones. La gente se llevaba sus canciones a su experiencia. Esa apropiación explica por qué su figura trascendió lo personal y se convirtió en una referencia sentimental colectiva: millones proyectaban en sus letras sus propias historias de deseo, abandono y reconciliación. Así, mientras Iglesias se elevaba como símbolo universal del romance, Preysler abría un camino de autonomía que rompía con los roles tradicionales que la sociedad española trataba de imponerle.
¿Tú admiras a Julio Iglesias? ¿Qué parte de su vida admiras más?
Sí, le admiro. Al final del prólogo intento reflejar que él es un señor de mi misma ciudad, nacido un año antes que mi padre. Yo lo conocía un poco de mi entorno: iba a misa los domingos, daba limosnas, simpatiquísimo. Ese mundo, esa cercanía me hacía sentirme capacitado para contar su historia. Sobre la admiración: sí, hay admiración hacia todo aquel que ha logrado un éxito absolutamente despampanante. Lo que me interesa destacar es que su éxito no era nada obvio. Hoy probablemente no pasaría un casting de Operación Triunfo; no tenía la belleza o la presencia escénica de otros, ni bailaba espectacularmente, pero aun así logró integrar todos sus hándicaps en una unidad de encanto superior que se llama Julio Iglesias y triunfó en todo el mundo. También me sorprendió mucho la historia de su accidente y enfermedad grave a los 20 años. Estar postrado, viendo los ojos de tu padre médico y que te digan “Te vas a morir”… eso es durísimo. Creo que hay un afán de resarcimiento en Julio Iglesias, una especie de glotonería vital que explica parte de su éxito, de su donjuanismo. Esto es un poco psicología de telenovela, pero ayuda a entender su vida.