Estoy hasta las narices de Juan del Val

Ha llegado el momento de dejar atrás la polémica y volver a hablar de libros, autores invisibles y lo que realmente importa: la literatura

El escritor Juan del Val posa con el premio Planeta.
EFE

Hay un momento, en cualquier conversación cultural, en el que uno siente que ha llegado al final del camino. Que ya no queda nada más que decir. Que la rueda gira por inercia, aunque todos sepamos que está oxidada. Y con Juan del Val y su Premio Planeta hemos cruzado esa línea hace tiempo.

No sé si fue en la tercera polémica, en el cuarto análisis indignado o en el enésimo tuit condescendiente, pero mi paciencia se ha evaporado. Ya está. Se acabó. Hemos exprimido el asunto hasta convertirlo en un puré editorial. Y lo peor no es el ruido que ha generado —el ruido es lo más natural del mundo en una sociedad como esta—, sino que seguimos atrapados en él semanas después, como si la literatura española se hubiera reducido a este único punto de fricción.

No es una defensa del premio a Juan del Val. Tampoco es un dardo hacia quienes lo critican, quienes lo celebran, quienes lo detestan o quienes desconfían de la maquinaria editorial. No tengo ningún interés en repartir culpas o adhesiones. Mi hartazgo no va por ahí. Es más sencillo que todo eso: estoy cansado del tema. Cansado de abrir un periódico y encontrarme el mismo argumento en cinco tonos distintos. Cansado de que las redes sociales reduzcan la cultura a una guerra de bandos. Y cansado de que un galardón que ya ha pasado, que ya se ha entregado, siga ocupando un espacio que deberían estar llenando otros libros, otros autores y otras historias.

Un ciclo que conocemos demasiado bien

Porque, al final, la cultura se mueve hacia donde miramos. Y llevamos demasiados días mirando exactamente al mismo sitio. A Juan del Val, a su novela, a sus entrevistas, a sus declaraciones, a sus silencios y a sus respuestas. Incluso su gesto más anodino se convierte en munición para una discusión reciclada. Como si no hubiera nada más allá. Como si la literatura española fuese un territorio desértico esperando a que este debate la reanime. Y no es verdad. La literatura vive a pesar de nosotros. Lo que no vive es la conversación pública cuando nos empeñamos en repetirla.

Vera, una historia de amor - Cultura
Portada de la novela ‘Vera, una historia de amor’, de Juan del Val.
Editorial Planeta

Lo más irónico es que todo el mundo sabe cómo funciona esto. No hay sorpresa alguna. Ni en la elección del ganador, ni en la polémica posterior, ni en el ciclo mediático que lo devora todo durante una semana y lo arrastra durante un mes. Es un patrón viejo, un ritual casi litúrgico. Pero este año, el entusiasmo por alargar el escándalo se ha convertido en un ejercicio agotador. Quizá porque Juan del Val genera filias y fobias a partes iguales. Quizá porque su figura es carne de plató, tertulia y polémica. O quizá porque nos gusta tener un rostro reconocible al que agarrarnos para discutir sobre problemas mucho más amplios.

Toca pasar página con Juan del Val

Sea como sea, ha llegado el momento de pasar página. De asumir que este ruido ya no tiene nada que aportarnos. Que el Premio Planeta —de Juan del Val o de quien sea— forma parte de una maquinaria que seguirá funcionando con nosotros o sin nosotros. Y que la indignación eterna no solo es improductiva: es estéril. Nos impide avanzar. Nos impide mirar alrededor. Y, sobre todo, nos impide ver lo que de verdad importa: los cientos de libros que se publican cada mes y que pasan desapercibidos porque estamos demasiado ocupados diseccionando un fenómeno que ya está más que diseccionado.

Hay autores que llevan toda la vida trabajando en silencio. Autores que jamás tendrán una campaña de marketing a su favor, ni un prime time para presentar su novela, ni una entrevista en la radio de máximo alcance. Hay obras que nacen en editoriales pequeñas o medianas, que dependen del boca a boca y de la suerte, que necesitan que alguien las mencione, que alguien las recomiende, que alguien mire hacia ellas por un segundo. Ese segundo, este año, se lo hemos regalado entero —y durante semanas— a Juan del Val. No por su culpa, sino por la nuestra.

Juan del Val
Juan del Val, ganador del Premio Planeta 2025.
Javier Ocaña

La cultura, cuando se reduce a un solo rostro, se empobrece. Cuando convertimos un caso en monotema y dejamos que ocupe el espacio mental que debería pertenecer a la pluralidad, estamos traicionando justamente aquello que decimos defender: la diversidad, la riqueza, la complejidad de la literatura. Ningún escritor debería monopolizar la conversación de esta forma. Por bueno o malo que sea su libro. Por justo o injusto que sea su premio. Ninguno.

La paradoja es evidente. Hablamos del estado de la literatura, del estado de la crítica, del estado de los premios. Pero no hablamos de literatura. Hablamos de Juan del Val. Hablamos del premio. Del contexto alrededor del libro, no del libro. Y eso, precisamente, es lo que me agota. Porque el debate se ha vaciado de contenido.

Volver a abrir el foco

Quizá la única forma de recuperar algo de salud cultural sea desconectar del ruido. Hay un mundo literario más grande y más vivo esperando fuera de esta burbuja artificial. Un mundo lleno de escritores que experimentan, que se arriesgan, que cuentan historias que no hemos escuchado aún, que proponen nuevas formas de mirar. Y ese mundo también merece nuestra atención.

Juan del Val
Juan del Val, ganador del Premio Planeta.
Quique García / Efe

No quiero que se lea esto como un alegato contra la crítica, ni contra quienes se sintieron molestos, ni contra quienes celebraron el premio. Cada cual es libre de pensar lo que quiera y de expresarlo como quiera. Lo que quiero decir es otra cosa: que hemos permitido que un episodio puntual eclipse la conversación cultural durante demasiado tiempo. Que el debate en torno a Juan del Val ha crecido hasta adquirir un tamaño desproporcionado y artificial. Y que seguir dándole vueltas es sencillamente improductivo.

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