Cumplido un año desde el desastre ocasionado por el paso de una dana (depresión aislada en niveles altos) por Valencia y otras regiones del sureste peninsular, y con el recuerdo reciente de la trágica oleada de incendios forestales de este verano, cabe reflexionar sobre los eventos meteorológicos extremos, que están adquiriendo cada vez más relevancia. Cuando estos fenómenos naturales afectan a una comunidad vulnerable, causando daños y pérdidas que sobrepasan nuestra capacidad de respuesta, se convierten en catástrofes naturales.
Siempre ha habido eventos extremos como incendios, huracanes, sequías o lluvias torrenciales, pero los estudios de atribución climática concluyen que en la actualidad son cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático. Los estudios de atribución son análisis científicos que, para un evento determinado, simulan con modelos climáticos un escenario sin cambio climático, en el que sólo intervienen los factores naturales y que representa cómo habría sido el evento sin la influencia de las actividades humanas, y un escenario que reproduce las condiciones climáticas actuales, en el que intervienen factores naturales y factores antropogénicos.

Una vez analizadas las diferencias en la frecuencia e intensidad del evento extremo en los dos escenarios, se determina si existe una conexión entre el cambio climático y el evento, estimando en qué medida las emisiones de gases invernadero han aumentado la probabilidad o la intensidad del mismo, y calculando el riesgo de que se produzca. Los resultados se tratan de comunicar lo antes posible, cuando las consecuencias están recientes y se están tomando decisiones relativas a los daños ocasionados, contribuyendo a fundamentar las medidas de mitigación y adaptación.
La causa de la reciente oleada de incendios forestales en la península ibérica no fue el cambio climático, pero los estudios de atribución concluyen que las condiciones de calor, sequía e intensos vientos que propagaron los incendios son ahora más frecuentes, y de mayor intensidad, que en la época preindustrial.

Las danas son otro ejemplo de eventos meteorológicos extremos. Cuando una masa de aire frío queda aislada en las capas altas de la atmósfera y acaba colisionando con el aire más cálido en superficie, se generan desequilibrios que provocan fuertes lluvias, tormentas intensas y vientos. Las danas son fenómenos atmosféricos habituales y tienen causas naturales, pero su formación y sus consecuencias se están viendo agravadas por el cambio climático.
El calentamiento global agrava las consecuencias
El calentamiento global provoca cambios en las corrientes atmosféricas, aumentando la frecuencia de que se forme una dana, y el aire que encuentra en superficie es cada vez más cálido y está cargado de más humedad por la evaporación del mar, provocando que las tormentas asociadas a descarguen con más violencia e intensidad. En la región del Mediterráneo, existen registros históricos de lluvias torrenciales e inundaciones desde la época romana, pero cada vez son más frecuentes las danas que alcanzan la magnitud de desastre natural.
Algunos ejemplos se registraron en 2019 en el sureste de España, en 2020 en Canarias, en 2021 en Alemania, en 2023 en Tesalia y Grecia (esta acabó impactando en la costa de Libia convertida en un huracán mediterráneo, rompiendo dos presas y provocando miles de fallecimientos), o de nuevo en el sureste peninsular en 2024. Las precipitaciones del 29 de octubre de 2024 en Valencia son las más intensas jamás registradas en España, causaron la muerte de más de dos centenares de personas, y pérdidas económicas superiores al 1% del PIB español.
Un 15% más de intensidad en Valencia
Los estudios de atribución concluyen que el cambio climático hizo que la dana de 2024 fuera hasta un 15% más intensa y el doble de probable, aumentando el riesgo de inundaciones extremas. Además, los efectos de esta dana se vieron agravados por el uso del suelo y por una incorrecta urbanización del territorio, que aumentaron la peligrosidad de los sedimentos arrastrados por las inundaciones.

La principal causa del actual cambio climático es el rápido aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero desde la época industrial, que ya han provocado un calentamiento de 1,4 grados centígrados. La velocidad y magnitud de las emisiones superan con creces a los niveles registrados en los ciclos glaciares e interglaciares del último millón de años, incluso a los registrados en un contexto temporal aún más amplio. Hace 55 millones de años se liberaron, por causas naturales y a lo largo de miles de años, grandes cantidades de gases invernadero, causando un calentamiento de hasta 8 grados centígrados a nivel global.
Las consecuencias fueron similares a las que estamos observando en la actualidad: épocas húmedas y cálidas (como las de esta primavera) que aumentaron la vegetación, seguidas de olas de calor y sequías que favorecieron grandes incendios. Muchas especies migraron hacia los polos, y la acidificación oceánica afectó a numerosos organismos marinos, incluidos los corales, que juegan un papel importante en la absorción del exceso de dióxido de carbono. Se registró además un aumento de la estacionalidad, con tormentas frecuentes y grandes inundaciones que dejaron depósitos de barro y otros sedimentos similares a los generados en la actualidad por las danas.
La comparación del actual cambio climático con este y otros momentos de calentamiento del pasado geológico alerta sobre la magnitud y rapidez de las emisiones actuales, que en poco más de un siglo han logrado alterar el clima global. La historia geológica del planeta indica que los eventos meteorológicos extremos, que serán cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático. No se trata de opiniones, sino de datos con una sólida base científica. Podemos y debemos prepararnos, utilizando y mejorando herramientas como los modelos predictivos de avenidas, mapas de riesgos, o sistemas de alerta temprana, que permitan disminuir la exposición y la vulnerabilidad ante eventos extremos. Ojalá la sociedad aproveche este conocimiento para tomar medidas de adaptación y mitigación, que permitan reducir el riesgo y evitar que los eventos meteorológicos extremos se conviertan en lamentables catástrofes.



