Valiente trilero es Juan del Val, y valientes bienmandados han sido los respetables miembros del jurado del Premio Planeta, antaño galardón literario, hoy premio corporativo al mejor presentador de Atresmedia. Con lo trabajoso que resulta escribir una novela, y lo ligero que es para ellos. David Uclés estuvo diez años con la suya, anímicamente desahuciado, hasta que consiguió la Beca Leonardo y se pudo meter a escribir la novela más vendida de 2025, La península de las casas vacías. David Leo García, tras ganar 1,8 millones de euros en Pasapalabra, se habrá podido dedicar a escribir poemarios al tiempo que lleva el negocio que deseaba montar. También recuerdo escritores, y no pocos, que han (hemos) ido a concursos de televisión con la esperanza de ganar un dinero que se convierta en meses de libertad para escribir una novela en condiciones. “En condiciones” significa: reposado, concentrado, dedicándole tiempo. Porque una novela es un trabajo muy serio, aunque lo normal sea cobrar un adelanto en torno a los 1.000€.
Estoy completamente a favor de que Mar Flores, Isabel Preysler, Vicky Martín Berrocal, Belén Esteban, y toda la purrela del corazón firme, si así lo desea, novelas que no han escrito y que, en ocasiones, tampoco han leído (como me contó ufano un famoso que me cayó tan bien que le metí de personaje en una de mis propias novelas). Esos libros, a veces muy entretenidos, sostienen los libros de los que vendemos la cifra media de los dos mil ejemplares. Hay ocasiones en las que los pobres creen que las han escrito ellos a pesar de que el editor (por lo general editora) les “sopla” la trama, la estructura, los personajes, y la orientación de cada capítulo. He entrevistado a alguno de estos escritores, y los muy ilusos piensan que la novela la han escrito ellos. Entre mis amistades tengo a un ex negro profesional que llegó a firmar el libro de una famosa cantante que él mismo había escrito. La cantante se acercó a él en la presentación, sonriente y desconocedora de su identidad, preguntándole dulcemente “¿te lo firmo?”; él, obviamente, aceptó.
Cada uno tiene sus prioridades. Para un escritor, leer primero, y escribir después, es una motivación vital. Uno se plantea que quiere dedicarse a esto – que no vivir de ello, porque es casi imposible – y se organiza una vida laboral tirando a precaria que le permita tener tiempo para escribir, viviendo a veces con lo justo, a veces muy por debajo de lo justo.
Decía un amigo que hay dos tipos de escritores, los de verbo y los de trama. Me comparaba a Philip K. Dick y a James Joyce, siendo el primero fan entregado del segundo. Mientras que Joyce se tiraba los kiries escribiendo un solo cuento perfecto, Dick tenía que escribir una docena de cuentos imperfectos pero geniales para pagar la comida. Sylvia Beach pasó por un calvario para publicar la obra maestra de Joyce, y Terry Carr orientó a Dick hacia la verdadera forma de sus obras (la exploración de eso que llamamos “realidad”). Un buen editor orienta, un editor de famosos escribe en lugar de quien firma.
En España hemos tenido muchos escritores de los que publicaban docenas de cuentos para vivir. En parte lo hacían porque les engañaban con los derechos de autor, no lo olvidemos, pero eran ellos solos quienes escribían una y a veces dos novelas cortas (bolsilibros, para entendernos) a la semana, a máquina, para vivir. Marcial Lafuente Estefanía, Rafael Barberán (Ralph Barbie), Pedro Víctor Debrigode (Peter Debry), Luis García Lecha (Clark Carrados), Juan Gallardo Muñoz (Curtis Garland), o María del Socorro Tellado (Corín Tellado) escribieron cientos, a veces más de dos mil novelas durante su carrera. Nunca pudieron pararse a pensar grandes temas. Eran artesanos, que no obreros, de la literatura. Trabajadores que no ganaron lo que generaban y que el tiempo no ha olvidado del todo. Estas personas hicieron soñar a cientos de miles de personas en épocas de frugalidad y escasa diversión. Ellos eran literatura popular, pero también eran lectores. Y su tiempo se iba en escribir. Casos como el de Juan del Val, César Vidal, Jiménez Losantos son más que sospechosos.
Esta diferencia entre unos y otros no sería objeto de artículo si no fuera por la poca vergüenza de Juan del Val, que ha dicho la siguiente frase sin sonrojarse: “Pocas novelas han vendido como El Quijote y nadie dice que es mala. Yo reivindico la cultura popular”. Nadie dice que El Quijote es mala, porque es una obra maestra refrendada por el paso de los siglos. De la prosa de Juan del Val podemos decir que es mala, o extendernos y decir que es pobre, zafia, previsible, y carente de ideas. Del Val no es escritor de verbo, pero tampoco de trama. Es que no es escritor. Y si ha usado el ejemplo de El Quijote es porque no se le ocurre ninguno más. Es más, confunde un bestseller con un longseller, porque en tiempos de Cervantes no existía el concepto de bestseller, y lo de que es literatura popular yo lo cogería con pinzas.
Y sí, una empresa privada puede premiar a quien quiera, pero no puede esperar que nos tomemos en serio un premio que ya ha perdido toda credibilidad, aunque te de un millón de euros que, una vez devengados los impuestos, da para escribir toda una vida, o para comprar una casa y preocuparse por ganar un poquito y luego escribir. Y el resto del tiempo, leer hasta que nos fallen la vista, el cerebro, o el corazón.




