La entrevista de Rosalía en Radio 3 Extra, emitida en el especial ‘Rosalía por Rosalía’, ha desatado un intenso debate en redes sociales a raíz de una frase concreta: “Me rodeo de ideas femeninas. No me considero lo suficientemente perfecta como para estar dentro del ismo, pero sí me inspiran”. Sus palabras, vinculadas a las referencias místicas y santorales de su disco LUX —Juana de Arco, Simone Weil, Ryonen Genso, Rabia Al-Adawiya y otras figuras femeninas adelantadas a su tiempo— han sido interpretadas como una distancia explícita respecto al feminismo. Pero el contexto artístico y profesional de la propia Rosalía dibuja un panorama más complejo que un simple rechazo a la etiqueta.
LUX, su cuarto álbum, es quizás su proyecto más abiertamente sustentado en genealogías femeninas. La artista se aproxima a santas, místicas y líderes espirituales de culturas diversas no como iconos estáticos, sino como mujeres que transformaron su tiempo desde lugares que la historia oficial acostumbró a silenciar. Esa operación —rescatar figuras femeninas y otorgarles centralidad simbólica— constituye en sí misma una lectura feminista del pasado, aunque Rosalía no la enuncie en términos militantes. Hablar de santidad como compromiso, disciplina y visión —la artista lo define como “un compromiso con la música”— implica, en su caso, inscribir su obra en una tradición de mujeres que desafiaron estructuras patriarcales desde posiciones inesperadas.

Existe además otro dato difícil de obviar: Rosalía ha construido una carrera absolutamente propia en un sector profundamente masculinizado. Desde El mal querer hasta Motomami y LUX, la catalana ha sido su propia productora ejecutiva, compositora, directora creativa y, junto con su hermana Pili, su propia mánager, agente y responsable de estrategia. Ningún sello ni equipo externo decide por ella. Su itinerario industrial es excepcional no solo para una mujer en la música global, sino para cualquier artista: publicar como quiere, negociar como quiere y asumir el control total de las decisiones que afectan a su obra. Que un proyecto tan planificado y tan ambicioso exista no la convierte en “un producto de marketing”; tener un plan no invalida a nadie, y menos a una mujer a la que históricamente se le han atribuido éxitos externos antes que agencia propia.
El debate sobre su afirmación —“no me considero tan perfecta como para estar dentro del ismo”— ha sido especialmente intenso porque el feminismo ya no es un coste reputacional. Estamos en un momento histórico en el que declararse feminista no penaliza ni cancela: al contrario, es una referencia significativa para miles de personas jóvenes que ven en figuras culturales como Rosalía un espejo de aspiraciones y autonomía. De ahí que sus seguidores esperen cierta claridad. Pero también es cierto que la frase “me rodeo de ideas feministas” resulta ambigua. Puede leerse como un feminismo en proceso, como una aspiración aún no asumida del todo, como la sensación —común entre muchas mujeres— de no sentirse suficientemente legitimada para proclamarse feminista. Si ese fuera el caso, podría haberlo dicho de otra manera; pero incluso así, la respuesta no equivale a manipulación ni a un linchamiento público.

La recepción del comentario ha eclipsado otros aspectos relevantes de la entrevista. Rosalía explicaba que LUX le permitió comprender “las muchas formas de entender lo que es un santo y el concepto de santidad”, abriéndose a influencias culturales y espirituales diversas. La portada —donde aparece como una mujer consagrada— la define como símbolo de un compromiso radical con la creación. La estructura del álbum, vertebrada por figuras históricas que sobrevivieron, combatieron o trascendieron el poder de su tiempo, conecta su propia narrativa artística con una tradición de mujeres que fueron algo más que musas: fueron autoras de sí mismas.
La discusión continúa, y probablemente la artista matizará su postura en los próximos días. Mientras tanto, su obra ofrece una paradoja visible: Rosalía afirma no sentirse dentro del ismo, pero el modo en que produce, estudia, gestiona, escribe, negocia y gobierna su carrera es, en la práctica, uno de los ejercicios de autonomía femenina más contundentes del pop contemporáneo.

