Cuando entrevisté a Rosalía antes incluso del lanzamiento de El mal querer, ella me lo dijo claro: “Mi libro preferido es la Biblia. Creo que tenemos que retomar el camino de la espiritualidad”. La artista catalana no ha ocultado nunca su búsqueda: en la voz de su abuela hablándole de Dios, poniéndolo por delante de cualquier placer terrenal en temas como Hentai o hablando de su seguimiento: “Yo conduzco y Él me guía”, canta en Saoko.
Cuando hace unos días se proyectó en la fachada del cine Callao de Madrid una partitura gigante con la palabra Berghain, seguida de pantallas en Nueva York que anunciaban “L U X”, lo que parecía mera campaña promocional tenía algo de rito. Y es que para Rosalía este momento no solo marca el lanzamiento de un nuevo álbum, sino el fin de una era y el comienzo de otra: LUX se presenta como una obra de luz, entrega, desnudez creativa y trascendencia.

El término lux, del latín clásico, designa literalmente la “luz” que alumbra, que revela, que disipa la sombra. En la Edad Media, lux se convirtió en símbolo teológico de lo divino, de la iluminación interior, de la contemplación del misterio. Que Rosalía tome este título no es un guiño puramente poético: anuncia un proyecto que aspira a lo sagrado, un diálogo entre la fe y lo estético, la entrega y el arte pop global.
En la portada del disco, la artista aparece vestida de blanco, como quien recibe un bautismo tardío, o atraviesa un renacimiento personal. Rosalía siempre habla de transformación, de nueva era: ya lo hizo con Motomami y el símbolo de la mariposa. Ahora, sobre la imagen del propio CD se leen dos inscripciones que reconfiguran el sentido del álbum: “Ninguna mujer pretendió nunca ser Dios”, de la mística iraquí Rabi’a al-Adawiyya; y “El amor no es consuelo, es luz”, de la filósofa francesa Simone Weil. Dos sentencias que condensan la tensión central de LUX: la mujer frente al infinito, el amor frente al poder, la luz frente a la noche. Rosalía parece erigir su obra como un acto de humildad luminosa, no de omnipotencia. Y de paso, hace un reclamo feminista.

El blanco, que viste en cada aparición pública vinculada al álbum —desde la rueda de prensa al directo en TikTok—, no es solo moda o estética: es símbolo de pureza, de pagina en blanco para escribir otros himnos, de nueva era. En la presentación en Callao, la artista condujo hasta allí su coche con el volante a la derecha, y en el espejo retrovisor colgaba un rosario: se produjo un instante de cámara fija sobre ese objeto. Uno podría decir que allí estaba grabado el marco de LUX: lo mundano (el coche, el atasco) y lo sagrado (el rosario) convergiendo. Y la estética no es en general “espiritual”, sino concretamente católica.
Pero si la estética se muestra al exterior, el interior contiene un gesto aún más radical: en las imágenes que acompañan al álbum, Rosalía aparece completamente desnuda, tendida sobre una cama, formando una cruz con su cuerpo. El pelo decolorado le marca una aureola de santidad, y su gesto recuerda la entrega mística de santa Teresa o las visiones barrocas de lo humano rozando lo divino. Esa imagen resume lo que el álbum promete: renunciar al escudo para abrazar la vulnerabilidad, convertir el deseo en éxtasis, lo carnal en ritual.
El imaginario católico ha estado siempre presente en su trayectoria: desde Aunque es de noche, en la que remite a San Juan de la Cruz; hasta aquel gesto de cantar al aire libre en un remix de Enrique Morente. Pero nunca antes había subido tan alto la apuesta simbólica. LUX parece su obra de madurez espiritual. Las letras, los coros, la producción orquestal —grabada con la Orquesta Sinfónica de Londres—, los coros de la Escolanía de Montserrat o del Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana, todo apunta a una amalgama entre lo clásico y lo pop, lo litúrgico y lo bailable.

La película visual de Terrence Malick en El árbol de la vida, con sus planos de naturaleza y humanidad tocando el cielo, sirve como referencia para entender algunas secuencias de LUX. En ellas Rosalía aparece tendida en el suelo, manos abiertas al cielo, bañada en luz; en otra, es abrazada desde lo alto, como si la gracia la ascendiera. El gesto es estético, y es una declaración de intenciones: este álbum no va sobre hits sino sobre experiencia. No se presenta para entretener: se presenta para transformar.
Las voces de LUX: de Björk a Estrella Morente, solo voces femeninas
Y esa transformación comienza con las voces invitadas. Las colaboraciones de LUX están cuidadosamente elegidas: la islandesa Björk, la portuguesa Carminho, la cantaora Estrella Morente, la catalana Silvia Pérez Cruz, el coro de niños de Montserrat, el Cor de Cambra del Palau, Yahritza e Yves Tumor. Cada una aporta una energía distinta: desde lo vanguardista hasta lo tradicional, desde lo íntimo hasta lo universal. Juntas, configuran una constelación femenina que atraviesa el folclore, el flamenco, el avant-pop y la música coral.
Este gesto de convocar tantas voces femeninas sitúa el álbum en el terreno de la mística de lo femenino. No solo cantantes invitadas, sino testigos de una entrega artística que rehúye la superficialidad del show: aquí se conjugan tradición y revolución, fe y modernidad, vulnerabilidad y poder. Que la Orquesta Sinfónica de Londres toque para una artista española del pop no es solo ambición: es símbolo de trascendencia.

El anuncio del álbum fue una pequeña ceremonia global: primero en Times Square, luego en Madrid, en la Plaza del Callao. Las vallas, la partitura Berghain proyectada, la estética blanca, el rosario, el pelo casi monacal. Y finalmente la fecha: 7 de noviembre de 2025. Un gesto de culto pop que, sin sacudir lo sagrado, lo abraza.
La palabra Berghain, que aparece en una de las pistas, evoca la discoteca techno de Berlín, templo del exceso electrónico. ¿Por qué ese título? Porque en el fondo LUX quiere unir lo barroco de la iglesia y lo industrial de la pista de baile; lo coral y lo club, lo monástico y lo hedonista. Un puente entre dos mundos que tradicionalmente han estado en tensión.
Tracklist de LUX, en tres movimientos
El tracklist, desvelado días antes, está organizado en cuatro movimientos: “MOV I” abre con “Sexo, Violencia y Llantas” y termina con “Mío Cristo”; “MOV II” incluye “Berghain” y “La Perla”; “MOV III” ofrece “Dios Es Un Stalker”, “La Yugular”, “Focu ‘ranni [Exclusiva]” y “Sauvignon Blanc”, “Jeanne [Exclusiva]”; “MOV IV” concluye con “Novia Robot [Exclusiva]”, “La Rumba Del Perdón”, “Memória” y “Magnolias”.
MOV I
- Sexo, Violencia y Llantas
- Reliquia
- Divinize
- Porcelana
- Mío Cristo
MOV II
- Berghain
- La Perla
- Mundo Nuevo
- De Madrugá
MOV III
- Dios Es Un Stalker
- La Yugular
- Focu ‘ranni [Exclusiva]
- Sauvignon Blanc
- Jeanne [Exclusiva]
MOV IV
- Novia Robot [Exclusiva]
- La Rumba Del Perdón
- Memória
- Magnolias
Cada título articula un fragmento del viaje: del deseo al perdón, de lo profano a lo divino, del cuerpo al espíritu, de la luz al don. Que “Mío Cristo” se coloque en el primer movimiento y “Dios Es Un Stalker” en el tercero revela la ambición temática: no es solo una canción pop; es un tratado de amor —y de interrogación—.
En la presentación en Madrid, Rosalía apareció vestida de blanco, como ya había anticipado, recorriendo la Gran Vía conduciendo en un coche con volante a la derecha, entre fans que corrían tras su vehículo, selfies furtivos, caos urbano. Al bajarse dejó el automóvil para entrar al hotel Vincci Capitol corriendo, entre ovaciones de “¡reina!”. Su imagen y su llegada funcionaron como un rito de paso: sale la estrella, entra la sacerdotisa.
Más allá del espectáculo, lo relevante es qué declara el álbum. Rosalía ha hablado en entrevistas de que ya no le interesa producir lo que hizo antes, sino explorar lo que se le escapa: “El ritmo de la industria es muy rápido… lo que conduce a crear debe venir de un lugar de pureza”, dijo. LUX es ese lugar de pureza, vestido de blanco, partitura y rosario en mano.

La dimensión literaria de las citas en la portada refuerza el propósito: Rabi’a al-Adawiyya, la sufí que escribió “Ninguna mujer pretendió nunca ser Dios”, y Simone Weil, que afirmó “El amor no es consuelo, es luz”, proporcionan dos ejes de lectura: el abandonarse de sí para habitar lo otro, y el amor entendido como revelación más que como alivio. Rosalía incorpora esas máximas y las pone al alcance del pop.
La estética monja-bailarina, la cruz que forma con el cuerpo desnudo, la aureola rubia, la partitura techno-barroca, el coro infantil, el beat electrónico, todo converge en LUX. Aquí el pop deja de ser entretenimiento para transformarse en rito. Y lo hace desde la urgencia de quien ha sido ya idolatrada por masas y ahora quiere convertirse en algo más que estrella: un puente entre lo divino y lo humano.
Hay un gesto final, casi secreto: en la web de la artista se señala que este es “su lanzamiento más innovador y global hasta la fecha”. No es auto-magnificación sino declaración de misión. Y es aquí donde LUX puede funcionar no solo como álbum, sino como conversación. No para mantenerlo superficial, sino para abrir puertas: al misterio, a la pregunta, al silencio luminoso.
Mientras el 7 de noviembre se acerca, LUX se perfila como la nueva era del pop en español: por su factura, sus colaboraciones su escala global y porque pretende algo mayor: la trascendencia. En un mundo saturado de hits efímeros, ella opta por el tiempo largo, la forma monumental, la entrega simbólica. Y así, vestida de blanco, enclavada en una cruz corporal y rodeada de partituras de luz, Rosalía entrega su obra del amor.