“Todas a una, o todas o ninguna”. La frase de Anita Sirgo resuena en la voz de Marisa Valle Roso como si saliera de las entrañas de la tierra. En Cenicientes, su nuevo disco, la artista asturiana canta “a las que nacieron entre carbón y ceniza” y convirtieron la oscuridad en fuego colectivo. “El feminismo y la lucha obrera son la misma causa”, dice, convencida de que las canciones pueden transformar lo que la historia olvidó. Entre la tonada y la electrónica, Valle Roso reescribe el relato de las mujeres del norte: aquellas que resistieron el ruido del pozo y aprendieron a hacer del canto un acto político y de amor.
¿Cómo empezó tu conexión con el folclore asturiano y con la tonada?
La tonada asturiana es el canto más representativo que tenemos en Asturias. Es un canto muy libre, que normalmente se interpreta a capela o acompañada por la gaita y, en algunas ocasiones, por el piano. Yo llegué a la tonada arrastrada por mi hermano. Al principio no me gustaba ni sentía curiosidad por el folclore; fue algo que me encontró a mí.
Mi padre era campeón de escanciadores de sidra de Asturias, y en los concursos siempre había al final una muestra de folclore. Íbamos todos a verle y mi hermano volvía a casa cantando esas canciones. Yo estudiaba música, tocaba el piano y la guitarra, cantaba en el coro del colegio, y conocíamos juntos una canción popular, Mocedá, un besín. Cuando él fue a visitar a Alfredo Canga, que le iba a enseñar tonada, me llevó con él. Canté con mi hermano y Alfredo me dijo: “Tienes una voz muy guapa, voy a darte unas grabaciones para que las escuches y aprendas”. Como era muy tímida y no supe decir que no, empecé así. Fue algo casual, casi por no atreverme a negarme, pero acabó marcando mi vida.
¿Qué ha supuesto para ti el reconocimiento en tu tierra?
Es un orgullo enorme. Durante muchos años me he dedicado a la tonada y al folclore, y en Asturias hay un cariño especial hacia quienes mantenemos viva esa tradición. La televisión autonómica ha jugado un papel importante, porque los programas sobre folclore llegaban a los pueblos, a las zonas rurales, y la gente te sentía como alguien de la familia. Cuando salía cada fin de semana en la pantalla, era como estar en sus casas. Esa familiaridad me emociona, porque es un reconocimiento que no viene de la fama, sino del afecto.
Tu nuevo disco se titula Cenicientes. ¿Qué vamos a encontrar en él?
Cenicientes está muy vinculado a la Cuenca Minera, que es de donde vengo. Hay mucho de Asturias, mucho de historia y, sobre todo, de mujeres. Cuando empecé a componer no tenía claro hacia dónde quería ir ni de qué quería hablar. Entonces miré a mi alrededor y comprendí que lo que me definía era mi entorno: la herencia minera, la reivindicación, la lucha y la memoria de tantas mujeres que han hecho cosas grandes, no solo para Asturias sino para el país.
El título es una metáfora de esas mujeres que nacieron entre carbón y ceniza, que vivieron en condiciones duras y aun así salieron adelante. Cenicientes habla de ellas y de cómo su fortaleza forma parte de nuestra identidad.
¿Cómo surgieron las historias de las canciones? ¿Proceden de la documentación o de experiencias personales?
De ambas cosas. Algunas nacieron observando lo que tenía cerca; otras llegaron a base de buscar, leer, investigar. Descubrí figuras como Anita Sirgo, una mujer impresionante que, junto a otras, protagonizó la huelga minera del 62. También conocí a las mujeres del Tren de la Libertad mientras escribía el disco, y quise dedicarles una canción.
Además hay temas inspirados en la tradición oral, como La tormenta, que abre el disco. Está basada en conjuros y fórmulas mágicas que se hacían antiguamente en el occidente asturiano para curar enfermedades o detener tormentas. Busqué mucho material de esas prácticas, y fue precioso convertirlo en música. Cada historia apareció como una chispa, al observar o al leer, pero todas responden a lo mismo: contar lo que me rodea.

¿Quiénes fueron Anita Sirgo y las mujeres del 62?
Anita Sirgo, Tina Pérez, Celestina Marrón y otras muchas mujeres de las Cuencas Mineras tuvieron un papel crucial en la huelga de 1962. Gracias a ellas la protesta pudo sostenerse en el tiempo, porque animaban a los mineros a no rendirse pese a las condiciones infrahumanas y los sueldos miserables. Organizaban piquetes, se ponían a la entrada de los pozos, les tiraban maíz a los hombres que querían volver a trabajar, y lo hacían en plena dictadura, cuando manifestarse se pagaba con cárcel.
A muchas las detuvieron, las torturaron, las raparon. A Anita un guardia civil le dio un golpe que la dejó sorda de un oído. Y aun así siguieron. Ella decía una frase que me parece preciosa: “Todas a una, o todas o ninguna”. Representan una unión y una fuerza impresionantes. Su lucha fue una llama para el movimiento obrero de todo el país.
También mencionas a las mujeres del Tren de la Libertad. ¿Qué papel tuvieron?
Fueron dos asociaciones asturianas —la Tertulia Feminista Les Comadres y Mujeres por la Igualdad de Barredos— que, en 2014, cuando el ministro de Justicia quiso derogar la ley del aborto, pusieron en marcha un tren a Madrid bajo ese nombre, El Tren de la Libertad. Movilizaron a miles de personas y lograron detener aquella reforma. Fue el mayor movimiento feminista de la historia reciente de España, y nació en Asturias. Contar esas historias que están tan cerca y que han sido tan decisivas para nuestras libertades es un privilegio.
Tu disco une la lucha feminista y la obrera. ¿Las ves como una misma causa?
Sí, totalmente. Son luchas paralelas y universales. La obrera consiguió avances fundamentales, y el feminismo también. Ambas reclaman justicia y dignidad. Cuando era niña recuerdo no poder llegar al instituto porque había barricadas de mineros cortando la carretera. Aquello me enseñó que las cosas se consiguen cuando se molesta, cuando se incomoda al poder. Por eso creo que el feminismo debe aprender de esa persistencia obrera: no se trata solo de derechos de las mujeres, sino de una lucha colectiva.
Has crecido en la Cuenca Minera. ¿Tu familia tiene origen minero?
No, curiosamente no. Mi entorno lo es, claro, pero mi familia directa no trabajó en la mina. Aun así, crecí entre mineros, entre su cultura y su manera de ver el mundo. Eso te marca. La suya es una lucha concreta, pero representa algo universal: el derecho a una vida digna. En la huelga del 62, otros sectores se unieron a los mineros; la siderurgia, por ejemplo. Es la prueba de que la unión hace la fuerza.
La memoria de todo aquello hay que mantenerla viva, porque los derechos conquistados pueden perderse. En cualquier momento puede venir un cambio político que ponga en riesgo lo que ya se logró. Si eso ocurre, tenemos que volver a estar juntas, como ellas.
Tu proceso creativo también parece seguir ese impulso de transformación: tomas la tradición y la llevas a otro terreno.
Sí. Cuando empecé a preparar Cenicientes, analicé mucho las canciones tradicionales que había cantado durante años. La tonada tiene su propio lenguaje, su forma de construir frases y melodías, y quise aprender de eso. Conservé la visceralidad, la manera directa de decir las cosas, pero aplicándola a un contexto pop. En el fondo, busco que la emoción sea la misma, aunque cambie la forma.
Has tenido el apoyo de muchos artistas. ¿Cómo vives esas colaboraciones?
Es una de las cosas más bonitas de esta profesión. Compartir escenario, canciones o experiencias con otros artistas te enriquece. He tenido la suerte de trabajar con Víctor Manuel, Rosalén, Pedro Pastor y muchos más. Cada encuentro te enseña algo y te impulsa a probarte en otros géneros. Disfruto mucho de esas llamadas inesperadas: “¿Te vienes a cantar mañana?”. Siempre digo que sí.

En 2021 participaste en Tal Cantemos Cual, donde otros artistas interpretaban tus canciones. ¿Qué significó eso para ti?
Fue muy especial, porque era la primera vez que alguien cantaba un tema escrito por mí. Recuerdo escuchar la voz de Sol Jiménez interpretando una canción mía. Me emocionó muchísimo: algo que sale de dentro, de tu historia, cobrar vida en otra voz es una sensación difícil de explicar.
¿Cómo es ver a la gente cantar tus canciones en directo?
Es el mayor regalo. La primera vez que viví algo parecido fue cantando con Víctor Manuel en la gira 50 años no es nada, en La Ería, delante de miles de personas. Interpretamos La planta 14 y todo el público cantaba. Esa energía colectiva es sobrecogedora. Si eso se siente con una canción ajena, imagínate con una propia. Que pasen los años y la gente siga cantando tus letras es el éxito más grande que se puede tener.
En tu sonido hay mucha experimentación. Vienes del folclore, pero incorporas electrónica y texturas modernas. ¿Cómo encuentras ese equilibrio?
Con naturalidad. Desde el principio me han dicho que debía mantener la pureza, que no me moviera de lo ortodoxo. Pero yo siempre he tenido curiosidad por probar cosas nuevas. De niña ya versionaba temas de El Presley, que en su época fue un innovador porque fusionaba la tonada con el flamenco, y también recibió críticas de los puristas.
A mí me pasó igual. Cuando empecé a experimentar con otras formas de cantar tonada, intentando interpretarla con más matices y menos rigidez, algunos lo veían mal. Incluso hay canciones “para hombres” y “para mujeres”, lo cual no tiene sentido, y yo rompí también con eso: canté las que me gustaban, fueran de quien fueran. Desde entonces he recibido críticas, pero también he sentido libertad.
Cuando hice mi primer disco fuera de la tonada, a muchos les costó verme en un registro más pop. Y ahora, con Cenicientes, donde hay autotune y electrónica, todavía hay quien se sorprende. Pero la música evoluciona. No puedes quedarte siempre en el mismo lugar.
De niña, ¿cómo vivías ese contraste entre lo que hacías y lo que te rodeaba?
Cuando empecé con la tonada, tendría doce años. A los dieciséis ya ganaba concursos, y en el instituto era “la rara”. Mis compañeros no conocían ese género y se reían un poco de mí. La tonada no estaba presente en la juventud. Ahora, curiosamente, sería la moderna, porque todo el mundo vuelve al folclore.
Me hace gracia verlo así: yo empecé desde la raíz, luego me alejé y ahora regreso, pero desde otro lugar, más consciente. Vuelvo a ella porque la siento mía, no por moda.
¿Sientes cierta responsabilidad al ser una de las voces que mantienen vivo ese legado?
Sí, claro. Cuando escribí las canciones de Cenicientes, lo que más me preocupaba era lo que pensarían las protagonistas de esas historias, las mujeres a las que menciono. Con Cenicienta del carbón, la canción dedicada a Anita Sirgo, me dio pena no poder enseñársela, porque falleció mientras la preparaba. Pero sí se la mostré a sus hijas y hablaron conmigo del vídeo y de la letra.
También me reuní con las mujeres del Tren de la Libertad para tocarles la canción y asegurarme de que se sentían representadas. Cambié algunas palabras para que estuvieran cómodas, para que reconocieran su historia. Cuando me dijeron: “Está todo, no falta nada”, sentí alivio. Esa aprobación era fundamental. Si ellas no lo hubieran sentido suyo, me habría pesado mucho.

¿Te consideras una artista comprometida socialmente?
Creo que lo soy, pero desde la honestidad. No se trata de hacer panfletos, sino de contar la verdad. Cuando hablas de la vida de los demás, de sus luchas, tienes que hacerlo con respeto y con verdad. Esa es la responsabilidad real.
¿Crees en el poder transformador de la música?
Totalmente. La música tiene la capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo en segundos. Llega a lugares donde la palabra hablada no alcanza. Una canción puede tocarte el alma sin que lo racionalices. Por eso es tan importante que existan canciones que hablen de lo que importa, de lo que hay que cambiar o recordar. La música puede ser herramienta de memoria y también de transformación.

