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¿A quién votamos en las próximas elecciones generales? Ojalá un Bukele en España

Foto de archivo facilitada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, hablando durante una emisión en una cadena de televisión nacional en San Salvador.
EFE/El Salvador Presidential House

El problema hoy en España NO es el nivel de degradación al que ha llegado la política española. El problema, el verdadero problema, es que si Pedro Sánchez, en un giro de guion quizás no tan sorprendente teniendo en cuenta el panorama judicial relacionado con la corrupción, decidiese convocar elecciones anticipadas, la inmensa mayoría de los españoles votarían en clave negativa, para evitar la opción política que no quieren que dirija España (a derecha e izquierda). Como sociedad, hemos renunciado a un proyecto de PAÍS que despierte verdadera ilusión, más allá de desbancar a la opción política contraria a nuestros idearios o siglas. Un proyecto que nos permita a los españoles soñar desde hoy la España que queremos ser dentro de 25 años. Un proyecto basado en propuestas y no en destruir al adversario, donde los muros se sustituyan por puentes, donde, desde las diferentes ideologías, podamos encontrarnos en todo lo que nos une como pueblo.

Un proyecto que no sirva a la partitocracia sino a la defensa del bien común. Un proyecto de PAÍS que reviente las etiquetas políticas para poner al pueblo en el centro de todas las políticas públicas. Los españoles primero renunciamos al derecho que tenemos a que nos gobiernen los mejores, eliminando el mérito y la ética de los estándares exigibles a nuestros representantes políticos, permitiendo que no haya consecuencias para aquellos partidos -pongan ustedes nombre- que nos obligan a votar listas electorales cautivas donde se incluyen como candidatos a gobernar nuestras vidas personas que nunca permitiríamos que dirigiesen nuestros negocios privados. Después permitimos que la política española -con la inestimable colaboración de los medios de comunicación- nos condujese a una polarización que, por momentos, nos recuerda a los tiempos más oscuros de España, dividida en dos bandos irreconciliables donde los partidos atribuyen el carnet de fascistas y demócratas según se comparta o no sus mantras ideológicos. Convertidos, así, los votantes, en una suerte de hinchas de equipos de fútbol donde lo único importante es que no gane el equipo contrario, hemos concedido a nuestros políticos un cheque en blanco que pagamos, y muy caro, los españoles.

Lo resumía el Ministro de Cultura y Portavoz de SUMAR, Ernest Urtasun, en una reciente entrevista, al afirmar que “lo que creo es que hay una mayoría de votantes en este país que lo que desea es que este Gobierno siga gobernando y que no quiere darle ninguna oportunidad a la derecha y la extrema derecha.” Traduzco sus palabras: los votantes de izquierdas van a tragar con cualquier cosa que hagamos desde el Gobierno, cualquier cosa, con tal de que nos mantengamos en el poder. Pero este cheque en blanco no es exclusivo para los partidos de izquierdas. Los principales partidos de oposición, PP y VOX, reclaman ese mismo cheque de sus votantes cuando actúan, como actúan, esperando que el Gobierno les caiga del cielo, a golpe de escándalo, y sin ni siquiera resolver la cuestión más básica y es si serán capaces de llegar a un acuerdo que permita un Gobierno alternativo en las siguientes elecciones generales. Un Gobierno que no se rompa a los dos días. La política española ha conseguido secuestrar a sus votantes, de uno y otro signo, y los grilletes y la mordaza que nos atenaza han sido mas fuertes que cualquier catástrofe. Hechos, no relato. Lo vimos en mi tierra, la Comunidad Valenciana, cuando la nefasta gestión que siguió a una riada devastadora de la que nadie alertó, obligó a los vecinos de las zonas afectadas a convivir con los cadáveres durante días.

La falta de respuesta institucional dio paso a una cadena de solidaridad que hizo que españoles anónimos de todos los puntos de España se desplazaran a los pueblos anegados por el agua. Más de 200 fallecidos no fueron suficientes para que se asumieran responsabilidades políticas vía dimisión. Pongan ustedes nombre a esas dimisiones que merecíamos los españoles. Para mí, todos. Nadie dimitió. La reacción de los políticos españoles ante la catástrofe en Valencia fue la misma que ahora ha encontrado una España calcinada, que ha llorado cenizas de punta a punta tras quemarse este verano 350.000 hectáreas, el peor año del siglo en cuanto a superficie arrasada por el fuego. Mientras el pueblo imploraba ayuda, los políticos hablaban de falta de medios y discutían sobre el nivel de emergencia que debía o debería haberse adoptado. Mientras España sufría la devastación del agua y el fuego los políticos se amparaban en las zonas grises de las competencias para no asumir responsabilidades y hacer carroña política del sufrimiento del pueblo. No voy a dejar en el olvido a los vecinos de la isla de La Palma cuyas vidas, 4 años después de la erupción del volcán, aun permanecen bajo las cenizas. Si los españoles, en las próximas elecciones generales, no votásemos mayoritariamente en clave negativa, y sí por los resultados de la gestión política previa, los españoles hemos comprobado que, ante una catástrofe, sobran políticos y faltan medios; que, ante la necesidad, solo el pueblo salva al pueblo. Y, dentro del pueblo, los que nunca nos fallan: nuestros hombres y mujeres de honor uniformados, nuestros Perros Pastores. Hechos, no relato. Porque, en situaciones de emergencia, pese a pagar impuestos de primer mundo, los españoles hemos recibido una respuesta tercermundista. Con voluntad, valentía y determinación política un dirigente puede poner al pueblo en el centro de todas las políticas públicas. Porque, cuando el pueblo es la prioridad, las etiquetas de derecha e izquierda se trascienden para afrontar y solucionar problemas de origen, transversales, que afectan a todos por igual.

“¿A quién votamos en las próximas elecciones generales? Ojalá un Bukele en España”, este es el sentir cada vez más frecuente entre los españoles que, superando la manipulación informativa, conocen el milagro que se está consiguiendo en El Salvador. El Presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha transformado el país más violento del mundo en el país más seguro del hemisferio occidental. Y lo ha hecho, como me expresaba el Ministro de Justicia y Seguridad salvadoreño, Gustavo Villatoro, sin convertir al Estado en criminal. Con Ley y Orden y pleno respeto a los derechos humanos, pero teniendo claro que los derechos que hay que priorizar, comenzando por el derecho a la vida, son los derechos del pueblo honesto. Resuelto el principal problema del país, la Seguridad, ahora ha podido afrontar los siguientes retos más acuciantes: lucha contra la corrupción, economía, educación. Le seguirá la sanidad. En su gestión pública no hay ideología, su principal brújula es el sentido común. Y el pueblo como epicentro de todas las políticas públicas. Bukele solo hay uno y es el Presidente que el pueblo salvadoreño merecía después de tanto sufrimiento. No lo podemos traer a España. Pero, ¿qué hay de su forma de entender y poner en práctica la política, desde fuera de la Caja? Ojalá un Bukele en España.

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