El verbo cumplir viene del latín complere, que significa llenar totalmente, completar o terminar, y emparenta con los vocablos completo, complemento o implemento. Isabel Díaz Ayuso cumple su órdago, informaba este sábado Sergio García en Artículo14, “y trastoca el plan del PP para acorralar a Sánchez”. La espantá intermitente de la presidenta de la Comunidad de Madrid durante la Conferencia de Presidentes de este viernes, quien se dio el piro mientras el lehendakari, Imanol Pradales –por cierto, la fórmula lehendakari vasco es un pleonasmo; no hay lehendakaris andaluces, ni manchegos, etcétera–, tiraba de euskera, y el presidente de la Generalidad de Cataluña, Salvador Illa, hacía lo propio con el catalán, no ha gustado a algunos barones peperos, que critican un “error” que ha contribuido a “desviar el relato” hacia donde Moncloa deseaba, ni a las viudas periodísticas de Ciudadanos, brahmanes de la pureza ilustrada democrática y no sé qué chorradas, que haberlos, haylos. Y a porrones.
Este viernes, en el Palacio de Pedralbes, Isabel Díaz Ayuso se limitó a hacer algo hoy excepcional, pero otrora no tan raro, cuando no troncal, que es cumplir con su palabra. El jueves, en la Asamblea de Madrid, después de restregarle al PSOE regional la mugrienta enseña de Leire Díez, acusando a los socialistas de “portavoces de la mafia”, amenazó con abandonar la Conferencia de Presidentes si Pradales e Illa, pudiendo usar la lengua común, la que une, utilizaban las exclusivas de sus regiones, ergo las que dividen: “Todo lo que me tengan que decir en los pasillos en español, o lo dicen dentro, en el mismo idioma, o me saldré o por el camino ya veré lo que haré con esos pinganillos”. “No me pienso poner los pinganillos”, añadía, “porque en lugar de defender el español en todos los rincones, lo que hacen es utilizar el catalán, la lengua de los catalanes, para hacer provincianismo con el secesionismo catalán, que es una corruptela que no pienso pagar”. Nihil obstat.
Los griegos sostenían que con el habla se rubricaba un pacto con lo divino, y los romanos pensaban que una persona de bien podría perder su fortuna, su hogar, incluso su vida, pero jamás su palabra. Como escribe el filósofo Jorge Freire en su estupendo ensayo Palabra de honor (CEU Ediciones, II Premio de Ensayo Sapientia Cordis), “la palabra se empeña. Es decir, se deja como garantía. Si se falta a ella, se pierde algo más valioso que una joya empeñada en tiempos de apuro: se pierde la cara”. Ayuso se habrá ganado la mirada condescendiente, la nariz que se tuerce tras un pedo de cocido de algunos presuntos camaradas genoveses, reyezuelos de taifas de pitiminí, pero no ha perdido la cara. Y esto, que es digno de reconocerse, se lo reconocen muy, muy bien sus votantes, manque escueza a los chanquetes.
También estuvo el, en palabras del voxero Figaredo, “pequeño teatrillo” con su némesis larvácea, Mónica García. La ministra de Sanidad fue a darle dos besos a Ayuso, esta le hizo la cobra, le preguntó “¿vas a saludar a una asesina?”, y la excompañera de filas de Errejón le respondió de primeras con un “¿perdona?” y, de segundas, al rato, con un tuit comentando broncanamente, jojojo, la imputación de la esposa del presidente de Quirón Prevención. “No quiero que me dé besos”, declaró la presidenta regional ante la prensa, “una persona que, constantemente, nos llama asesinos”. Memami –médico, madre, ministra– negó que líderes de Sumar o Más Madrid utilizaran ese término en concreto. Ahora bien, la diputada de Más Madrid Diana Paredes acusó a Ayuso de “firmar sentencias de muerte”, y no hay día en que el Gobierno, sus partidos y sus terminales mediáticas la responsabilicen de las 7.291 muertes en residencias de ancianos en la CAM durante la pandemia. O sea, no la llaman “furcia”, pero sí “persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero”. La institucionalidad de cartón piedra jamás se puede anteponer al honor.
E hínquenle el colmillo al libro de Freire, que, insisto, es magnífico.