No está el clima político para mucho ripio, pero la metáfora de las manzanas se escribe sola. Su caída puede parecer caótica, como de un castillo de naipes. Uno sopla y el resto se viene abajo. Si fuese así, José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García ya habrían aplastado con sus cuerpos grandullones al resto. ¿Cuántas veces se habrán preguntado eso de “por qué a mí”? Hay una lógica. Políticos como Pedro Sánchez están dotados del llamado efecto halo. Son más guapos y más carismáticos y, por tanto, una parte de la ciudadanía aún les cree cuando ponen pucheros y se confiesan inmaculados.
Son las manzanas brillantes del árbol y todavía podrían aguantar un tiempo, incluso cuando las raíces están podridas. ¿Cuánto? El tronco, según hemos visto, está ya hueco. Tiene mal pronóstico y la mejor imagen fue la figura de Pedro Sánchez, desanclada, entre el resto de los aliados que asistieron a la cumbre de la OTAN, celebrada en La Haya. Los centímetros de más que le separaban en la foto de familia evidenciaban su soledad política.
No hay guapura que detenga una caída. Todavía cabe esperar que la tenga asegurada, como el guitarrista Keith Richards el dedo corazón de su mano izquierda o Dolly Parton, que firmó una póliza por sus pechos. El efecto halo, especialmente en el caso del presidente, ha sido una gran baza en su liderazgo e incluso en su resistencia. En la comparecencia del 12 de junio, después de la dimisión de Cerdán como secretario de Organización, hubo ciudadanos que vieron sobre su rostro maquillado el halo que corona la cabeza de los santos. Hay estudios muy interesantes que confirman de qué manera pueden influir ciertos rasgos en la percepción moral que se forman las personas.
No es más que un sesgo. Evidentemente, el hábito no hace al monje, pero ayuda. Carl Palmer, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de Illinois y autor de una amplia investigación, dice que esto pasa porque no nos tomamos el tiempo suficiente para conocer a nuestros políticos más allá de la superficialidad.
Sánchez ha recibido continuamente halagos por su guapura, incluso fuera de nuestro país, omitiendo en sus comentarios cualquier otra cuestión. Su buena planta le hace parecer alguien confiable, al margen de cualquier otra información política o la idoneidad de sus decisiones. “Los candidatos más atractivos tienden a ser considerados más competentes. Debería mitigarse el efecto halo. ¿Qué ocurre si tales atribuciones acaban resultando erróneas?”, indica Palmer. Para muestra, el incómodo aislamiento en la cumbre de la OTAN o el escándalo de corrupción que sacude a su gobierno.
“La apariencia física como indicador de experiencia política y confianza puede llevar a que los ciudadanos desinformados sean engañados”, continúa este profesor. El efecto halo provoca que ese político se sienta más seguro en sus políticas y creencias y tenga, por tanto, más probabilidades de persuadir e influir en los demás, independientemente de sus conocimientos o herramientas de gestión.
No se puede negar que el atractivo de una persona es una de las primeras características que registra nuestro cerebro. Es automático y casi inconsciente, aunque habría que tener en cuenta los estereotipos y consideraciones individuales sobre la belleza. Este sesgo nos lleva a pensar en esta persona como alguien sociable, hábil, popular y competente. Ocurre incluso en el entorno escolar y universitario. Los estudiantes más agraciados se benefician en las pruebas orales. Igual pasa en las entrevistas laborales. Instintivamente, el entrevistador cambia su patrón.
También en el enamoramiento idealizamos a una pareja basándonos en rasgos físicos y pasamos por alto posibles defectos. Esas expectativas que nos formamos son tan poco realistas que, cuando afloran los problemas, la decepción es mayor. Podríamos poner un ejemplo más: los alimentos con etiqueta orgánica. Reciben mejor calificación que los convencionales y el consumidor está dispuestos a pagar más por ellos. Es el efecto halo de salud y lo manejan muy bien los expertos en marketing.
Durante el mandato de un político al que dotamos con rasgos positivos, el efecto halo se convierte en tema recurrente en tertulias, foros, redes sociales y medios de comunicación. Pero nos olvidamos de hablar del impacto que tendrá haber magnificado sus cualidades, en parte porque es algo que se aprecia con el tiempo. Palmer concluye su estudio advirtiendo que la buena salud democrática exige una ciudadanía bien informada para emitir juicios razonables, sobre todo cuando llega el momento de depositar el voto.