Hay edades que se celebran con la energía de quien, si la salud lo permite, siente que tiene todo el tiempo por delante; otras, con la sabiduría de quien sabe que cada instante cuenta. Pero hay edades, las que preceden a una nueva década, que asustan.
¿Por qué nos da tanto miedo cambiar de década?
Cruzar esa barrera simbólica es como enfrentarse a un espejo que nos devuelve preguntas incómodas: ¿Estoy donde imaginaba? ¿He alcanzado mis propias expectativas? ¿Cuánto tiempo me queda para cumplir todo lo que aún tengo pendiente? ¿Qué tengo aún pendiente?
“Muchos elementos de nuestra identidad están estrechamente ligados a la década en la que vivimos y, al cruzar esa línea, pueden tambalearse, ya que construimos nuestra identidad a partir de nuestro contexto y las circunstancias que lo rodean”, explica Alba López, psicóloga experta en trauma y apego.
El paso del tiempo inquieta a Núria, de 38 años; a Carolina, de 47; a Ana, de 56; y a Pepa, de 63. Las cuatro están a punto de volver a cruzar el umbral de una nueva década. Núria enfrenta la crisis de los 40; Carolina ya atravesado las de los 30 y 40; Ana ha sobrevivido a las de los 30, 40, y 50; y Pepa, por su parte, a las de los 30, 40, 50 y 60.
La crisis de los 30
Cuando Núria cumplió los 30, sintió como si se encendiera una alarma en su cabeza. “Era como si, de repente, todo lo que había hecho hasta ese momento se pusiera bajo una lupa. Me preguntaba si estaba en el trabajo adecuado, si debería haber ahorrado más, si ya era tarde para formar una familia. Lo peor era esa sensación de que el tiempo estaba corriendo más rápido que nunca. Veía a amigas casándose, teniendo hijos o avanzando en sus carreras, y yo me sentía estancada. Lo que más me inquietaba era la idea de que, al entrar en esta nueva década, ya no habría excusas. Tenía que tener mi vida resuelta, pero no sabía por dónde empezar. Era como si los 30 marcaran el límite entre ser joven y tener que ser adulta de verdad, y esa responsabilidad me abrumaba”.
López explica que esta etapa es un período de transición en el que las expectativas sociales, culturales y personales se enfrentan a la realidad actual de cada individuo. “Muchas personas sienten que están perdiendo la flexibilidad del tiempo, esa sensación de que siempre hay margen para cambiar de rumbo. Los 30 marcan simbólicamente un punto de inflexión. Culturalmente, asociamos esta edad con haber alcanzado ciertos hitos: tener estabilidad laboral, una pareja consolidada, quizá hijos o al menos un plan claro. Cuando la realidad no coincide con estas expectativas, es normal que surjan sentimientos de inseguridad o insatisfacción”. Según López, uno de los mayores temores de muchas mujeres en la treintena es la idea de quedarse atrás. “El testimonio de Núria refleja una comparación constante con el entorno, algo muy común en un mundo hiperconectado y competitivo como el nuestro. Esta comparación suele generar una sensación de urgencia, incluso cuando la persona está progresando a su propio ritmo”.
La psicóloga subraya la importancia de revisar y redefinir las metas personales para aliviar esta presión. “La clave está en permitirnos replantear nuestras prioridades y aceptar que no existe un cronograma universal para la felicidad o el éxito”, concluye.
La crisis de los 40
Cuando Carolina cumplió 40 años, lo que más le inquietaba era la sensación de estar viviendo una vida que otros habían diseñado para ella. “Me sentía en piloto automático. Tenía un buen trabajo, una familia estable, pero algo dentro de mí no estaba en paz. Me preguntaba si realmente estaba haciendo lo que quería o simplemente cumpliendo con expectativas externas”, confiesa.
Los 40 suele ser la década de los replanteamientos. Según López, esto ocurre porque, en general, las mujeres llegan a esta etapa con cierta estabilidad: pueden haber alcanzado metas profesionales o familiares, pero eso no siempre les asegura satisfacción personal. “Es un momento en el que se replantean sus prioridades y se enfrentan a la sensación de que el tiempo comienza a correr más rápido”, explica. “Además, los cambios físicos asociados con la perimenopausia y el envejecimiento empiezan a hacerse más evidentes. Muchas mujeres sienten la presión de equilibrar las exigencias profesionales y familiares con la necesidad de cuidarse a sí mismas”.
De esa década, Carolina se lleva el mejor de los aprendizajes: “A los 40 descubrí que tenía derecho a decir que no”, dice con una sonrisa.
La crisis de los 50
A los 50, las mujeres atraviesan transiciones significativas, tanto emocionales como físicas. Ana, de 56 años, relata cómo esta década la impulsó a un proceso de reinvención. “Cuando mis hijos se fueron de casa, experimenté una mezcla de orgullo y vacío. Mi vida había estado tan centrada en ellos que, de repente, no sabía qué hacer con mi tiempo”.
El síndrome del “nido vacío” es común en esta etapa, especialmente para las mujeres que han dedicado gran parte de su vida a cuidar de sus familias. A esto se suma la llegada de cambios hormonales y emocionales. “La menopausia no solo afecta físicamente, también toca tu autoestima. Por momentos me sentía como si hubiera perdido parte de mí,” reflexiona María.
López destaca que los 50 son una década de reconstrucción. “Es común que las mujeres atraviesen una especie de duelo, ya sea por los cambios en su cuerpo, la partida de los hijos o el cierre de ciertas etapas de la vida. Sin embargo, también es una oportunidad para descubrir nuevas pasiones y redefinir su identidad”. María encontró consuelo en pequeñas cosas que la hacían feliz. Se apuntó a un taller de escritura y, poco a poco, se permitió experimentar la libertad que ofrece esta etapa. “Por primera vez en años, volví a pensar solo en mí. Es increíble cómo puedes renacer después de una crisis.”, confiesa.
Los 60: la relevancia y la reconexión
Cuando Pepa cumplió 60 años, pensó que ya había pasado lo más difícil. Pero no. Sin esperarlo, esta nueva etapa le trajo un muchas preguntas. “Me preguntaba si aún tenía algo que aportar, si seguía siendo relevante en un mundo que parece valorar tanto la juventud,” explica.
La crisis de los 60 está a menudo vinculada con la percepción de la relevancia personal y el legado que se deja. Para muchas mujeres, la jubilación representa un cambio drástico en su rutina, mientras que el envejecimiento visible puede ser un desafío emocional.
“No es fácil aceptar que tu cuerpo está cambiando. Me miraba al espejo y no veía a la misma persona. Pero también aprendí a abrazar esas arrugas, porque cuentan mi historia”, dice Pepa, quien lamenta la falta de referentes de mujeres mayores en el cine.
López señala que esta etapa puede ser liberadora si se aborda desde una perspectiva positiva. “Muchas mujeres encuentran en los 60 una oportunidad para reconectar consigo mismas y explorar intereses que dejaron de lado por otros compromisos. También suelen valorar más su experiencia y sabiduría”. Para Pepa, la clave fue encontrar nuevas formas de sentirse útil. Se unió a un grupo de voluntariado y comenzó a dar charlas en colegios sobre la importancia de la salud emocional. “A veces, lo que más necesitas es sentir que lo que haces importa. Ahora estoy en paz conmigo misma y con la vida que he construido”, explica.
El paso del tiempo se convierte en un motor de cambio. Cada etapa de la vida impulsa una nueva redefinición de la identidad, ya sea como profesionales, madres o seres individuales. Las crisis que enfrentan las mujeres en los 30, 40, 50 y 60 años no son solo desafíos, sino oportunidades para crecer, reinventarse y reconectar con lo que verdaderamente importa.