Casares es uno de esos lugares que parecen inventados por la literatura costumbrista. Un pueblo blanco encaramado en la sierra malagueña, con vistas al mar, calles empinadas, casas encaladas y el tiempo detenido.
Sin embargo, aún permanece al margen de las rutas turísticas masificadas, a pesar de custodiar en silencio un legado arqueológico que abarca más de dos milenios. Hablamos de una ciudad romana en ruinas, unos baños termales utilizados desde la Antigüedad y una necrópolis visigoda olvidada entre los restos de una civilización extinta. ¡Casi nada!
Casares, una joya oculta en el corazón de Málaga
Pocas veces se habla de Casares en los grandes circuitos turísticos de Málaga, donde el protagonismo suele llevárselo la Costa del Sol. Y, sin embargo, Casares ofrece al visitante un paisaje único: situado entre la Serranía de Ronda y el Estrecho de Gibraltar, el pueblo parece flotar sobre una colina de roca caliza, con su castillo medieval coronando las alturas y las casas deslizándose en cascada por las laderas.
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Pero más allá de su belleza fotogénica, Casares guarda un secreto milenario. No se trata solo de arquitectura rural bien conservada, sino de historia viva bajo sus pies. En los alrededores del municipio se encuentra el yacimiento de Lacipo, una antigua ciudad romana que hoy yace en ruinas pero que, en su tiempo, fue un enclave estratégico con moneda propia.
Su localización, sobre un cerro conocido como El Torreón, a escasos kilómetros del núcleo urbano, convierte el paseo en un viaje arqueológico hacia los orígenes más antiguos del territorio.
Lacipo: la ciudad romana sepultada por el olvido

Lacipo es una de las piezas arqueológicas más importantes asociadas a Casares. Perteneciente a un oppidum íbero-romano, fue un centro fortificado que floreció entre los siglos II a.C. y V d.C., dotado de estructuras defensivas, cisternas, una posible curia y áreas habitacionales. Su valor estratégico le permitió acuñar moneda. Eso evidencia su autonomía económica y su relevancia dentro del entramado romano en Hispania.
La necrópolis visigoda: cuando los muertos ocuparon la ciudad
Tras la caída del Imperio Romano, el lugar no fue abandonado por completo. En el mismo espacio que ocupaban las viviendas y edificios administrativos de Lacipo, los visigodos establecieron una necrópolis. Este cementerio del siglo VI d.C. reutilizó las estructuras existentes para albergar a los muertos, muchos de los cuales fueron enterrados en tumbas excavadas en la roca o aprovechando los restos arquitectónicos.
Esta necrópolis visigoda, asociada directamente al entorno de Casares, representa un testimonio excepcional de la transición entre la civilización clásica y los pueblos germánicos que poblaron la Península Ibérica en la Alta Edad Media.
Los baños de la Hedionda: un regalo sulfuroso de la naturaleza
Además de su ciudad romana y su necrópolis, Casares guarda otro tesoro: los Baños de la Hedionda. Manantiales sulfurosos utilizados desde hace siglos. Situados en un paraje natural entre los términos de Casares y Manilva, estos baños tienen una leyenda propia. Se dice que fue Julio César quien ordenó su acondicionamiento tras curarse allí de una afección cutánea.

Hoy, los Baños de la Hedionda siguen siendo un lugar de peregrinación local, sobre todo en verano. Su arquitectura abovedada y el agua rica en minerales ofrecen una experiencia casi ritual. Sumergirse en ellos es sumergirse también en la historia de Casares. Una historia que fluye desde el subsuelo y que se transmite, todavía, en los ecos del silencio.