Qué es real y qué es falso en ‘Un fantasma en la batalla’, la película de Netflix sobre una infiltrada en ETA

En 'Un fantasma en la batalla', Netflix mezcla hechos reales y ficción para contar una historia que pondrá la piel de gallina a más de uno

Agustín Díaz Yanes regresa al cine con 'Un fantasma en la batalla'
Agustín Díaz Yanes regresa al cine con 'Un fantasma en la batalla'

Durante los últimos meses, Un fantasma en la batalla se ha convertido en uno de los títulos más comentados del año. El estreno en cines fue un éxito inesperado, pero su llegada a Netflix ha amplificado el debate sobre lo que la película cuenta y lo que omite.

La historia de Amaia —una agente de la Guardia Civil infiltrada en ETA durante más de una década— ha despertado un enorme interés entre el público español. No solo por su tensión narrativa, sino porque plantea la pregunta de hasta qué punto lo que vemos en pantalla ocurrió de verdad.

La película, dirigida por Agustín Díaz Yanes, se presenta abiertamente como una ficción “inspirada en hechos reales”. Y esa precisión no es casual. Un fantasma en la batalla no pretende reconstruir un caso concreto, sino condensar un periodo oscuro de la historia reciente de España a través de una historia que combina la realidad de la lucha antiterrorista con los dilemas personales y morales de quienes la vivieron desde dentro.

La realidad detrás de ‘Un fantasma en la batalla’

Para comprender el origen de Un fantasma en la batalla, hay que volver a los años noventa y dos mil, cuando ETA mantenía su actividad en España y Francia. Fue una época en la que el grupo terrorista utilizaba un entramado clandestino de pisos, zulos y redes de apoyo para esconder armas y explosivos. En ese contexto, la Guardia Civil desplegó a decenas de agentes infiltrados que trabajaron durante años sin identidad reconocida, sin medallas ni reconocimiento público, bajo la amenaza constante de ser descubiertos.

Aunque el personaje de Amaia es completamente ficticio, su historia está inspirada en las experiencias reales de varias mujeres que participaron en operaciones de inteligencia contra la banda. Algunas lo hicieron en misiones de seguimiento y otras en labores de infiltración indirecta, sobre todo en territorio francés, donde ETA tenía buena parte de su estructura logística.

El guion toma como referencia hechos ocurridos en operaciones como “Santuario” (2004), una de las más decisivas en la caída de la cúpula de ETA. En aquella intervención conjunta de la Guardia Civil y las autoridades francesas fueron arrestados Mikel Antza y Soledad Iparraguirre, alias “Anboto”, líderes político y financiero de la organización. Fue el principio del fin. Y es precisamente ese contexto el que sirve de armazón a la trama de la película.

El propio Díaz Yanes explicó en una entrevista con El País que se documentó durante meses con testimonios de agentes, jueces y periodistas que cubrieron la lucha antiterrorista. Su intención, dijo, era mostrar “cómo se derrotó a ETA desde las fuerzas de seguridad y desde la sociedad”. La historia de Amaia es, en ese sentido, una síntesis simbólica. Una representación de todas esas vidas invisibles que trabajaron en silencio.

Lo que la película acierta al retratar

Pese a su tono ficcional, Un fantasma en la batalla acierta en varios elementos de su recreación histórica. La ambientación, por ejemplo, reproduce con precisión el clima de miedo y desconfianza que imperaba en el País Vasco durante los años de mayor violencia. Las escenas que muestran el aislamiento de los agentes, la paranoia cotidiana o la imposibilidad de confiar en nadie reflejan con fidelidad los testimonios recogidos en libros y documentales sobre la época.

También es verosímil el modo en que la película muestra la coordinación entre cuerpos policiales españoles y franceses. Algo que fue clave para debilitar la estructura de ETA a comienzos del siglo XXI. Esa cooperación —que en la realidad estuvo marcada por tensiones políticas y legales— aparece aquí como una relación compleja, pero necesaria.

Qué es real y qué es falso en 'Un fantasma en la batalla', la película de Netflix sobre una infiltrada en ETA
Susana Abaitua, protagonista de ‘Un fantasma en la batalla’.

Otro acierto es el enfoque emocional. Amaia no es una heroína sin fisuras, sino una mujer que vive atrapada entre su deber y su identidad. Esa fractura interna, según varios exagentes consultados por la prensa, es completamente real. Muchos de ellos pasaron años fingiendo ser otras personas, perdiendo vínculos, amores y amistades por culpa de la doble vida que llevaban.

En ese sentido, Un fantasma en la batalla se acerca más al retrato psicológico que a la epopeya militar. El espionaje, la mentira y el sacrificio pesan más que las escenas de acción. Y eso es lo que la distingue de otras ficciones sobre terrorismo: su mirada íntima hacia el precio humano del deber.

Lo que es ficción (y por qué lo es)

Aun con su sólida base documental, buena parte de Un fantasma en la batalla es ficción. La película lo reconoce desde el primer minuto. Y lo hace con una intención clara: contar una verdad emocional, no literal.

El personaje de Amaia no tiene un equivalente histórico exacto. No hay constancia pública de que existiera una agente infiltrada con su nombre ni con su perfil. Su historia reúne rasgos de muchas personas distintas: la valentía de quienes se infiltraron, la frialdad de quienes lideraron operaciones, la soledad de quienes vivieron entre dos mundos. Es, en definitiva, un personaje compuesto.

Qué es real y qué es falso en 'Un fantasma en la batalla', la película de Netflix sobre una infiltrada en ETA
Fotograma de ‘Un fantasma en la batalla’ (2025).
Netflix

También son ficticios los nombres de los comandos, los lugares y las conversaciones clave. En la realidad, la Guardia Civil mantiene bajo secreto la mayoría de las operaciones encubiertas. Por lo que los guionistas debieron crear tramas plausibles sin revelar información sensible.

El arco final de la película es puramente dramatizado. No haremos spoilers, pero sí avisaremos: no hay registro de que algo similar ocurriera en una operación real. Sin embargo, su conflicto simboliza el dilema moral que muchos agentes vivieron cuando su vida se confundía con la de sus enemigos.

Por último, algunas escenas de violencia, tortura o persecución están inspiradas en testimonios indirectos o en reconstrucciones periodísticas, pero no en documentos oficiales.

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