Lena Dunham sabe que no puede escapar de Girls (ni falta que hace). Su icónica serie para HBO se ha convertido en un tótem cultural, una referencia inevitable que todo lo que haga será condenado a evocar. Y Too Much, traducida regular en español como Sin medida, su regreso a la televisión en una coproducción con su marido Luis Felber, no pretende competir con ese legado sino reescribirlo desde la calma, el cariño y la ironía. Es un giro emocional: lo que antes era un grito generacional, ahora es una carta de amor a la imperfección compartida. Y nos encanta.
Con Too Much, Lena Dunham abandona la feroz autopsia generacional que definió sus anteriores trabajos para explorar algo más íntimo y delicado: cómo una mujer puede aprender a no disculparse por ser “demasiado” —demasiado intensa, demasiado ruidosa, demasiado sensible, demasiado pasional, demasiado crack— en un mundo que sigue esperando que las mujeres sean justo lo suficiente. Jess, la protagonista interpretada por Megan Stalter, es el vivo retrato de ese exceso: una productora de televisión neoyorquina, histriónica y emocionalmente incontinente, que tras una ruptura se traslada a Londres y conoce a Felix (Will Sharpe), un músico taciturno y dulce que encarna lo opuesto a su caos.

Lo que sigue no es una comedia romántica al uso. Es más bien una anti-rom-com, donde el arco amoroso no sirve para completar a la protagonista sino para acompañarla en su proceso de aceptación. La serie se toma en serio lo ridículo, sin dejar de mirar con afecto lo frágil. Hay una ternura desarmante en cómo la cámara se detiene en los silencios incómodos, en los besos torpes, en los gestos de consuelo entre hermanas. La propia Lena Dunham, que interpreta a Nora, la hermana mayor de Jess, convierte su aparición en una especie de espejo intergeneracional: la mujer que una vez fue Hannah Horvath ahora consuela a otra versión de sí misma.
Pero Too Much no es una confesión disfrazada. Si bien la línea entre la vida de Lena Dunham y su ficción siempre ha sido porosa, esta serie evita el narcisismo al ofrecer un retrato colectivo del daño que causa la vergüenza pública, la autoexposición y la presión de “gustar”. En una de las escenas más reveladoras, Jess se hace viral por unos videodiarios íntimos y recibe una avalancha de comentarios gordofóbicos y misóginos. La escena es clara: esto no es autoficción, es catarsis.

Desde una perspectiva de género, Too Much desmonta el mito del amor romántico sin necesidad de destruirlo. En lugar del arco clásico de redención masculina o la epifanía femenina a través del amor, encontramos una historia de cuidado mutuo, donde el conflicto no reside en el deseo sino en la inseguridad. Felix no es un premio ni un correctivo: es un cómplice. Y Jess no “madura” ni “mejora”, simplemente aprende a dejar de pedir perdón por existir tal como es.
No todo funciona igual de bien. La serie se alarga más de lo necesario —algunos episodios alcanzan la hora de duración sin que el ritmo lo justifique—, y ciertos gags sobre el choque cultural entre Estados Unidos y Reino Unido se agotan rápido. Tampoco ayuda el desfile de cameos (incluido un número musical navideño con Rita Ora) que distraen más que aportan, si bien apariciones estelares como Emily Ratajkowski (que encarna a la influencer por la que su novio deja a Jess) o Andrew Scott, de quien nos enamoramos por su papel de sacerdote sexy en Fleabag y con quien viajamos a Italia en Ripley, hacen las delicias de algunos episodios. El tono, aunque encantador, a veces bordea lo disperso.

Pero en esa indisciplina también hay una apuesta estética: Too Much no busca perfección ni estructura clásica. Se permite el desorden emocional, el desvío, la digresión. Como los personajes que retrata, la serie no está interesada en gustar a todos, sino en ser fiel a una experiencia concreta, íntima, imperfecta. Y muy, muy, muy divertida: desternillante, en un finísimo reajuste del humor autoparódico y condescendiente de su creadora.
Too Much es, en definitiva, una comedia romántica sin moraleja ni aprendizaje, sin héroes ni epifanías, donde la protagonista es “demasiado” y está bien que así sea. Aunque, como dice Jess, “Quizás yo no sea demasiado, quizás tú simplemente no seas suficiente”. En tiempos donde la autocorrección narrativa domina incluso las ficciones más personales, el regreso de Lena Dunham es un recordatorio de que la honestidad —aunque sea torpe, ruidosa y excesiva— sigue siendo radicalmente necesaria.