Cada septiembre, Cataluña celebra su particular “Black Friday” patriótico: la Diada. Pero este año el panorama es distinto. No porque falten banderas en los balcones -las hay, aunque bastantes menos-, sino porque el merchandising del procés se ha convertido en un mal negocio. Lo que antes se vendía como churros hoy acumula polvo en cajas de cartón: pulseras del 1-O, camisetas reivindicativas, toallas con esteladas que jamás pisaron la arena de la Barceloneta. Todo indica a que asistimos a la liquidación por cierre de la tienda de souvenirs del independentismo.
El souvenir que quería ser revolución
Allá por 2017, las webs de la ANC y Òmnium parecían más un catálogo de regalos que plataformas políticas. Chapas a un euro, toallas a seis, pulseras a tres… Comprar no era consumir, era resistir con estilo. Cada euro, aseguraban, ayudaba a sufragar fianzas y causas judiciales. Cada lazo amarillo en la solapa era un grito de libertad, y cada camiseta, un uniforme de batalla simbólica.

El mensaje era nítido. Quien no llevaba la pulserita, no era de los suyos. El procés no solo se votaba, también se vestía. Y, por supuesto, se lavaba en programa delicado, no fuera a ser que la estelada perdiera color.
Fast-fashion soberanista
Pero el tiempo es implacable con las modas pasajeras. La camiseta de la Diada, que durante años fue el equivalente procesista al vestido de Nochevieja, ya no despierta pasiones. Este julio, la ANC la lanzó con dos meses de antelación, como si fuera el catálogo de Ikea. El resultado: bronca monumental. En lugar de aplausos, una cascada de tuits furibundos: “¡Más estrategia y menos camisetas!”, “Ya no cuela, dejad de vendernos trapos”.
La escena roza lo cómico: una organización que intenta reavivar la ilusión con algodón orgánico, frente a una militancia que protesta porque el armario ya no admite más textil revolucionario. El merchandising, antes emblema, hoy es un meme: lejos de vestir la causa, la devalúa.

El problema no es solo la saturación, sino la pérdida de significado. En 2017, comprar una toalla estelada era una declaración de compromiso; en 2025, suena más a gesto de nostalgia. Lo que antes se vendía como “resistencia” hoy recuerda a la sección de últimos precios de Carrefour.
Parte del batacazo lo explica el timing. El independentismo se alimentaba de picos de épica: el referéndum del 1-O, la declaración de Puigdemont, las cargas policiales. En esos momentos, un lazo amarillo en la mochila era dinamita simbólica. Pero cuando presentas la camiseta en pleno julio, con media Cataluña en la playa y la otra media refugiada bajo el aire acondicionado, lo único que generas es sudor.
La camiseta, en definitiva, se ha convertido en un producto de temporada… y la temporada de la fe procesista ya no es lo que era.
El fin del “procés chic”
Durante años, vestir de amarillo fue el equivalente local a llevar Gucci en Milán: otorgaba estatus y marcaba pertenencia. Pero el independentismo de 2025 ya no busca “procés chic”. Quiere hechos, o al menos espectáculo. Una camiseta ya no basta: se reclaman referéndums imposibles, declaraciones unilaterales mágicas o, como mínimo, una buena pelea política que anime las sobremesas.
¿Qué queda en stock?
¿Y qué queda en stock? Basta pasear por los tenderetes improvisados de la ANC en las vísperas de la Diada para encontrar un paisaje más cercano a un outlet que a un acto político: cajas con camisetas de temporadas pasadas (“Diada 2019: la definitiva”), gorras descoloridas, bufandas que huelen más a polvo que a épica.

Quizá dentro de unos años estas reliquias alcancen valor en Wallapop como “vintage del procés”. Hoy, en cambio, no son más que recuerdos incómodos de promesas incumplidas.
Ni camisetas ni toallas hacen revoluciones
La caída del merchandising independentista es un síntoma: el símbolo se ha vaciado de contenido. Lo que antes construía identidad, hoy solo fabrica memes. Y tiene sentido: los pueblos no se independizan a golpe de estampado textil, por muy bien que luzca la estelada en formato toalla.
Quizá algún día los historiadores del futuro estudien este fenómeno como la primera revolución que intentó financiarse con chapas y camisetas. Y también como la primera que demostró que, sin estrategia, todo souvenir acaba en el cajón de los calcetines desparejados.
Cierre por derribo
El procés ya no está en su “primera juventud”. Su merchandising, mucho menos. Lo que nació como motor de recaudación y emblema de identidad se ha convertido en un recordatorio incómodo: que la épica se ha diluido y que las camisetas pesan más que las urnas. En realidad, su merchandising ya ha proclamado la única independencia definitiva: la independencia del interés.