Pasadas unas elecciones es importante que los partidos sepan hacer autocrítica, saquen conclusiones y corrijan errores de cara al futuro, pero pocos lo hacen. María Guardiola, por ejemplo, debe aprender que no siempre los deseos de una persona se hacen realidad. No fue Génova, sino ella misma, la que se empeñó en adelantar los comicios de su comunidad para intentar no depender tanto de Vox y, visto lo visto, se podría decir que, para ese viaje, no hacían falta esas alforjas porque, esta vez sí, el PP ha ganado, pero los de Abascal están todavía más fuertes que en el 2023 y por eso su órdago será mayor.
En su Breviario de Campaña Política, Quinto Tulio Cicerón (el hermano de Marco, el celebre político y orador) distinguía entre tres clases de enemigos: los que se han visto perjudicados por uno, los que sin motivo alguno no te aprecian y los amigos de tus competidores. Se puede decir, por ejemplo, que a Guardiola no le aprecian los de Vox, pero estarán condenados a entenderse si es que no quieren avocar a los extremeños a unas nuevas elecciones, cosa que nadie entendería. Y tampoco tiene sentido que Vox quiera sacar a Guardiola de la ecuación, porque ha sido mucho más votada que ellos.

Los mayores perjudicados por el movimiento de la presidenta extremeña han sido los socialistas, que ahora han comprendido que Miguel Ángel Gallardo no era un buen candidato, pero es que, el objetivo para él, y para Sánchez, que dejó que fuera él el número uno en las listas, no era que ganara, sino que quedara aforado, por eso Gallardo dimitirá como líder del partido, pero a buen seguro que no dejará el acta para hacer que sea el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, o el Tribunal Supremo (en el caso de que quiera ser senador autonómico), quienes le juzguen a él y, por extensión, al hermano de Sánchez. De lo que se trata, pues, es de retrasar ese juicio.
Por otra parte, es absurdo pensar que todo esto no interpela, como dicen en el PSOE, a Pedro Sánchez, porque esta campaña se ha desarrollado sobre todo en clave regional, pero ningún votante de izquierdas se podía sustraer a todo lo que estaba ocurriendo en plena campaña. Sánchez sigue jugando a que el PP necesite cada vez más a Vox para que, en última instancia, en unas generales el votante de izquierdas se movilice, pero esto no es el 2023: la corrupción y el acoso han hecho mella en los españoles y hay argumentos que ya no cuelan.

En Vox viven quizá uno de sus momentos más dulces desde que comenzó su andadura. Saben que, al igual que Podemos en aquella repetición de elecciones en la que los de Iglesias sacaron 71 escaños, nada les afecta: ni los chanchullos de su organización juvenil, ni su falta de sentido institucional en los últimos tiempos… por eso Feijóo tendrá muy difícil mantener su promesa de no pactar con Abascal después de las generales. El aumento de Vox, no sólo frena las expectativas electorales de los populares a nivel nacional, sino que hará difícil que los barones populares que se enfrentan este año a las urnas saquen mayoría absoluta (tampoco Juanma Moreno).
Visto lo visto, Jorge Azcón, que es el siguiente, estará más que preocupado por haber seguido los pasos de Guardiola porque ha visto que adelantar elecciones no es automáticamente sinónimo de acierto. Algo parecido le pasó a Manuel Fraga, que intentó mantener su mayoría en Galicia adelantando las elecciones, acabó perdiéndola y fue desalojado del poder. Al día siguiente de esa cita, Fraga compareció ante los medios y una periodista le preguntó qué quería hacer a partir de entonces: “Lo que querría -respondió- es que no me hicieran preguntas tan estúpidas como esa”. Y ahí terminó la cosa. A él lecciones ni una, debió de pensar.



