La noche del domingo 21 de diciembre, mientras Madrid encendía sus luces navideñas y muchas mesas se preparaban en la intimidad de los hogares, en el Mirador de Cuatro Vientos ocurría algo distinto. Allí, más de 1.000 personas en situación de vulnerabilidad se sentaban a cenar acompañadas por 500 voluntarios, decenas de profesionales, cocineros, familias y amigos. No era una acción asistencial puntual. Era la decimotercera edición de Te Invito a Cenar, una iniciativa impulsada por la Compañía de las Obras junto a nueve entidades sociales que trabajan durante todo el año con quienes más lo necesitan. Esa noche, la Navidad no era un decorado: era una experiencia vivida.
Desde primeras horas de la tarde, el espacio se transforma. Se cocinan platos con mimo, se montan mesas, se cuelgan luces, se ensayan actuaciones. Hay risas, nervios, carreras y abrazos. Los voluntarios llevan delantales amarillos y una certeza compartida: nadie sobra. Ángela Almeida repite como camarera año tras año porque, dice, aquí encuentra “el verdadero sentido de la Navidad”. “Nosotros lo tenemos todo. Ellos no tienen nada. ¿Cómo no celebrarla juntos?”. A su alrededor, Sofía, Azahara y María José trabajan desde las cuatro de la tarde. Han preparado ensaladas, sándwiches de carrillera, platos calientes. “Son fiestas muy importantes para todos. La gente se merece poder celebrarlas. Queremos hacer algo especial por ellos”.

En una de las casi cien mesas se sientan Jessica y Maida, vinculadas a la Fundación Bocatas, que desde hace más de treinta años reparte comida —y sobre todo amistad— en la Cañada Real. “Bocatas está al lado de las personas sin hogar, pero también promueve cursos para la integración”, explica Jessica. Maida es un ejemplo de ese acompañamiento: hizo un curso de camarera y hoy trabaja gracias a ello. Esta noche, además, es voluntaria. “Me ayudaron muchísimo. Por eso ahora estoy aquí, para devolver algo de lo que me dieron”. En su mesa se mezclan voluntarios y beneficiarios. Nadie distingue quién ayuda y quién recibe. “Eso es lo bonito”, dicen. “Aquí todos somos lo mismo”.
María López Ríos, también voluntaria de Bocatas, subraya lo que diferencia a este proyecto de otros: “La novedad es la amistad. No se mira al otro desde el paternalismo, sino desde el encuentro”. María trabaja profesionalmente en lo social y reconoce que su vocación nació, en parte, aquí. En su mesa está Luis, que vive en la Cañada Real desde hace más de veinte años. Esa noche cena caliente, rodeado de personas que forman parte de su vida cotidiana. “Aquí no vengo a que me ayuden”, dice. “Vengo a cenar con gente que me conoce”.
De la soledad a una nueva familia
Otra de las mesas reúne a jóvenes del proyecto ALMENA —Acogida Ligera de Menores Extranjeros no Acompañados—, una iniciativa conjunta de CESAL, Familias para la Acogida y la Comunidad de Madrid. “No basta con formarles para trabajar”, explica su coordinadora, Chari Valenzuela. “Necesitan referentes adultos, sentirse queridos, protegidos, acompañados”. Nico, de 17 años, llegó desde Gambia tras una historia marcada por la violencia y la pérdida. Hoy pasa los fines de semana con su familia de acogida. Habla de Vanesa, Diego y Tiago como de sus “papás” y “hermanos”. “Si no tienes a nadie, siempre piensas en tu país. Pero si tienes a alguien que te cuida, piensas menos. Te sientes bien”. Su sonrisa lo dice todo.

En otra mesa, Kenia Iluminada Báez cena con sus hijos y nietos gracias al Banco de Solidaridad. Llegaron de República Dominicana hace más de diecisiete años. Ana y Pablo, los voluntarios que les acompañan, son, en sus palabras, como sus padres. “Hace once años me salvaron la vida”, dice Kenia con la voz quebrada. “Nos ayudan en todo. Son mis guías, mis confidentes. Hoy cenamos juntos porque somos familia”.
La palabra familia se repite una y otra vez. En la mesa de la Fundación Acogida, madres jóvenes cenan con sus hijos pequeños y con las voluntarias que las acompañan día a día. Karen Pizarro, psicóloga de la fundación, explica su trabajo: casas maternales donde mujeres que han sufrido violencia de género pueden reconstruir su autonomía. “Necesitan cariño, amor, atención. Te Invito a Cenar es importante porque les recuerda que forman parte de algo más grande”. Yamna Laure Cuéllar, que lleva solo tres meses en la fundación, sonríe mientras su hijo de tres años juega a su lado. “Aquí somos una gran familia. Nos ayudamos en todo. Soy muy feliz”.
Con otra sonrisa habla Luisa Jiménez con Artículo14, que acude con toda su familia gitana. Cada semana recibe una caja de alimentos. “Pero lo de la comida es casi lo de menos”, dice. “Estas voluntarias son mis amigas. Se preocupan por nosotros de verdad”. O Cristina Corpas, que repite cada año. “No llegamos a fin de mes. Aquí no solo nos dan de cenar: también tienen un regalo para cada niño, con su nombre. Eso no se olvida”.

Uno de los momentos más emocionantes se vive en la mesa de Familias para la Acogida, donde se sientan juntas una madre biológica y la familia acogedora de su hijo. Cyntia Moreno Zapata no pudo hacerse cargo de Andrés cuando nació. “Mi hijo estaría en un centro de menores si no fuera por ellas”, dice. “Ahora tiene dos mamás. Y eso es una suerte inmensa”.
En otra esquina del salón, una mesa del CEPI de Tetuán reúne a jóvenes marroquíes llegados en patera desde Casablanca, Castillejos o Marrakech. Han aprendido español, hecho cursos de hostelería o electricidad. “Nos tienen en cuenta”, dice Ashraf. “Saben que es Navidad, pero respetan quiénes somos”. No hay cerdo ni alcohol en la mesa. Aquí, no son una masa, sino individuos a los que se llama (y conoce) por su nombre.
Diana Celeste Matos, joven peruana, llegó a la ONG CESAL invitada por su madre. Empezó cantando en actividades grupales y ahora proyecta estudiar comercio internacional. “He hecho cursos que me han abierto puertas. Aquí conoces gente, haces amigos. Eso cambia todo”. No se trata solo de aprender un oficio, sino de hacer comunidad, de encontrar el propio sitio en esta nueva vida.

Y está Luis, que pasó años en prisión. Cuando salió, los voluntarios que le visitaban siguieron ahí. “Cuando sales, el mundo va muy rápido y tú vas muy despacio”, cuenta. “Ellos no me soltaron. Me ayudaron a buscar trabajo, a no volver atrás. Esta cena me recuerda que mi vida no se acabó en la cárcel. Que todavía importo”.
Te Invito a Cenar no es una excepción navideña. Es la expresión visible de un trabajo silencioso que dura todo el año: esa misma vocación de comunidad es lo que hace única esta iniciativa, que no es un gesto aislado, sino el reflejo de un acompañamiento continuo hacia estas personas a lo largo del año por parte de las organizadores de la velada –Casa de San Antonio, Banco de Solidaridad, Bocatas, Cesal, Fundación Acogida, Proyecto Miriam, Estela de Cometa, Familias para la Acogida y Almena– unidas por el objetivo común de responder a necesidades reales mediante la puesta en común de recursos y un profundo sentido de vida
Cuando la noche avanza y las mesas se vacían, queda algo más que platos recogidos. Queda la certeza de que la Navidad puede ser algo más que un eslogan. Que la solidaridad no es dar, sino sentarse juntos. Y que, al menos esta noche, nadie ha cenado solo.

