Tribuna

(Des)educación sexual

Un contacto precoz con la pornografía acaba influyendo en la imitación misógina de roles muy agresivos

Marisol, en la portada de Interviú..
Marisol, en la portada de Interviú.

En Occidente, la edad en la que un niño o niña pasa a ser considerado adulto legalmente se sitúa en los 18 años. Para este momento, una persona joven puede llevar consumiendo pornografía durante más de la mitad de su vida, especialmente si se trata de un hombre, cuyo primer contacto con la misma tiende a ser más precoz. Este hecho conlleva una gran influencia por parte de la pornografía en los comportamientos y expectativas sexuales, al verse sometidos a esta en una etapa vital en la que su personalidad y capacidad de pensamiento crítico no se encuentran totalmente desarrolladas, lo cual acaba influyendo en la reproducción misógina y agresiva de determinados roles de género muy instalados en la industria del porno que, llevados al extremo, pueden cristalizar en la explotación sexual de las mujeres.

La temprana exposición a contenidos pornográficos se explica de forma sencilla: cualquier joven con un teléfono móvil y acceso a internet tiene en su mano un billete de entrada. En una sociedad hipersexualizada, donde el cuerpo de la mujer se utiliza incluso en los espacios públicos como herramienta de venta para la obtención de beneficios, no resulta extraño naturalizar el uso de pornografía para la satisfacción sexual e, incluso, como medio de formación en este terreno. A través de ella, se generan falsas expectativas sobre el sexo y la manera de disfrutarlo de una forma sana y plena, instaurando roles revestidos de violencia y una sumisión que puede llegar a ser perturbadora.

La pornografía tiende a reproducir una figura irreal de la mujer –física y psicológica–, sometida a los deseos del hombre, donde este además adopta un papel de dominación heteropatriarcal elevado a la máxima potencia, mientras el deseo de ellas queda reducido a darles placer a ellos. Todo el mundo se hace a la idea de lo que es el porno y aquí no pretendemos redundar en ello. Pero sí es necesario señalar cómo este genera una demanda sexual que, al verse incompleta en la realidad, se traslada al “mercado sexual” y, por lo tanto, acaba generando el caldo de cultivo perfecto para la explotación sexual de la mujer y, por qué no, la oportunidad de generar ingentes beneficios a través de la trata de personas con fines de explotación sexual. Esta violencia se traduce también en el auge de agresiones sexuales incoadas a menores de edad que, según la Memoria de 2022 de la Fiscalía General del Estado, ascendieron ese año a 974.

La actual generación de jóvenes es única en cuanto al acceso a la pornografía: su capacidad de acceso a esta no tiene precedente debido al uso de las nuevas tecnologías, mientras que, en el futuro, probablemente se encuentre regulado a la luz de la nueva estrategia europea para un internet más seguro para los niños (Better Internet for Kids, BIK+). A este respecto, desde Diaconía España celebramos la creación de un nuevo comité de expertos y expertas para la generación de un entorno digital seguro que, entre otros, proteja a los jóvenes de contenidos como la pornografía; asimismo, acaba de recuperarse el proceso de desarrollo de la primera ley de lucha contra la trata, donde es de vital importancia que la pornografía se incluya entre las posibles finalidades de explotación a las que puede dirigirse la trata.

Sin embargo, queda mucho que hacer y las administraciones públicas deben continuar generando e implementando políticas que cesen la perpetuación de roles de género lesivos para la mujer y que abran el camino a su explotación. La igualdad de género sólo se entiende como un fenómeno transversal que debe ser inherente a cualquier estado de derecho, por lo que debemos urgir a la sociedad a sumar esfuerzos para alcanzar una igualdad real y cesar con las violencias machistas en cualquiera de sus formas. La pornografía no es lo de menos.

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