Confiesa José Luis Rodríguez Zapatero que si hoy se considera feminista es en gran medida por las conversaciones que mantuvo con las asociaciones de mujeres durante la tramitación de ley integral contra la violencia de género que hoy cumple veinte años. Se siente muy orgulloso de la norma, pero se quita mérito y señala a las mujeres como las verdaderas impulsoras. Unas pioneras a las que cree que España debe un reconocimiento y que beben de esas “propuestas valerosas” de las que hablaba Clara Campoamor. En estas dos décadas se le han acercado decenas de víctimas para darle las gracias y contarle que creen que siguen vivas gracias a su empeño en legislar la violencia. Todo un honor que le confirman que en política hay cosas que, sin duda, merecen la pena.
-En el aniversario de la ley contra la violencia de género, ¿veinte años no es nada?
-Son veinte años que han representado un cambio en relación con la violencia de género, es bastante evidente. Hemos logrado construir toda una defensa de la democracia en favor de las mujeres para que sean libres y construir un derecho humano, un derecho a no ser víctima de violencia de género. Ha supuesto todo un sistema institucional de leyes, de jueces, de justicia especializada en una larga trayectoria. Porque esta es una lucha que viene de siglos, hasta su erradicación si es que algún día lo conseguimos.
-¿Cómo surge la idea de legislar este problema estructural? No existía una presión social más allá de las asociaciones de mujeres. ¿Cómo toma esa decisión?
-Un año antes de las elecciones de 2004 ya me comprometí a que la primera ley que llevaría mi Gobierno al Parlamento sería una ley integral contra la violencia de género, para subrayar la gran prioridad de la sociedad española. Pienso que en aquel momento la violencia machista era todavía violencia doméstica, ocupaba casi las páginas de sucesos, no suponía una acción pública contundente, en definitiva, decisoria y me parecía que era algo absolutamente sustancial. Es más, sigo pensando, veinte años después, que dentro de las grandes prioridades que siempre tienen todos los países y el nuestro en concreto, es la lucha por la igualdad. De hecho, la democracia tiene una contraseña que es la igualdad, la dignidad humana tiene una contraseña que es la igualdad. La historia ha sido muy, muy injusta con las mujeres. Siempre recomiendo la lectura de un libro que se titula Prehistoria de mujeres, de Marga Sánchez Romero, una profesora de Granada que nos ilustra hasta qué punto la historia y la prehistoria han sido un auténtico atentado contra las mujeres.
-¿Cómo se da cuenta de la necesidad de poner nombre a la violencia de las parejas o exparejas?
-El concepto de género era esencial incorporarlo porque explica muy bien que esa dominación, ese abuso, ese atentado, esa agresión contra las mujeres es fruto de una concepción atávica, una concesión del machismo que en su peor expresión es machismo criminal. Es donde es más lacerante, más evidente ese afán de dominio, esa negación de la igualdad que se ha expresado en la historia y por lo tanto, la violencia de género era y es fundamental como concepto. Por eso el carácter integral de la ley, porque había que abordar muchos aspectos: preventivos, asistenciales, conceptuales, institucionales, jurisdiccionales que eran imprescindibles. Fue la primera norma, la primera ley de nuestra democracia que trató de abordar a fondo lo que representa la desigualdad de hombres y mujeres.
-¿De quién se rodea para idear la ley, quién interviene en su elaboración?
-Intervienen, como es lógico, un amplio listado de organizaciones de mujeres, juristas especializadas, penalistas, el Ministerio de Justicia y todo ello coordinado, además, por una mujer con sensibilidad y especialista porque es juez, que era la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Fue un proceso de elaboración muy participativo y que era innovador, reformista, porque las cosas que se acogen con un espíritu de cambio son las que producen realmente situaciones que merecen la pena en la política. Sin duda alguna, las asociaciones de mujeres, las organizaciones feministas, algunas especializadas contra la violencia de género, tuvieron un papel muy importante en el diálogo, en la construcción que habían hecho, en la sensibilidad que me transmitieron. No puedo dejar de ocultar que mi apoyo al feminismo y la declaración como un político feminista tuvo mucho que ver con ese diálogo y la verdad, que tenía ganas de ganar las elecciones por muchas razones, pero entre otras, por intentar aportar en mi tiempo de gobierno algo en favor de la igualdad y la dignidad de las mujeres.
-Una vez aprobada surge una reacción judicial y mediática muy potente, ¿cómo lo vivió?
-Con la experiencia ya constatada de que todo cambio produce una reacción, y esa reacción siempre anida en sectores conservadores. Una parte de la justicia cuestionó con cuestiones de inconstitucionalidad la tipología penal que habíamos establecido, ese delito agravado cuando la violencia es ejercida por un hombre hacia una mujer. Y por supuesto, los sectores más reaccionarios que aún todavía intentan revivir en una especie de agónica no aceptación de una idea que, en mi opinión, engarza con las sociedades racionales, ilustradas con las sociedades que desde hace tiempo dejaron atrás los mitos, las leyendas, las religiones, que han venido amparando una desigualdad absolutamente infundada de hombres y mujeres.
-¿Le recuerda esa reacción a la que hubo con la ley del “solo sí es sí”?
-Sin duda. La historia de la ley del “solo sí es sí” y todas las consecuencias judiciales que tuvo está por escribir. Defender un consentimiento inequívoco, denunciar lo que ha sido en muchas ocasiones una práctica que las leyes o los tribunales miraban de una manera superficial me parece esencial. Es la reacción a un cambio profundo. Otro capítulo, que quizá tenga menos relevancia, pero el tema de las cuotas ha sido muy discutido, sin embargo, está absolutamente acreditado. Gracias a las cuotas tenemos un porcentaje digno de representación de mujeres en las instituciones en igualdad con los hombres. Sabemos por experiencia que allí donde ese equilibrio se alcanza, se logran políticas de igualdad.
-Es una ley pionera, un ejemplo internacional en la que se fijan otros países, ¿se siente especialmente orgulloso de la ley?
-Sí. Hay cosas en una trayectoria política de alguien que ha sido presidente de Gobierno que repasas, haces autocrítica, reflexionas y de la ley contra la violencia de género me siento muy orgulloso. Pienso que fue un ejemplo que situó a España en un liderazgo en favor las políticas de igualdad. Prueba de ello es que esa España que durante tanto tiempo histórico ha sido una España machista, de olvido de las mujeres, con una moral absolutamente reaccionaria, pues nos ha situado gracias a estos veinte años en el cuarto país en políticas de igualdad de Europa. Me alegro de que la sociedad española, sobre todo que las mujeres, que han sido sin duda alguna quienes han dado el mejor protagonismo en el cambio democrático, hayan logrado este avance. Al final la política no es otra cosa que interpretar deseos racionales y mayoritarios de la sociedad. Solamente aspiro a que esa fuerza que permitió la ley, que por cierto fue aprobada por unanimidad en el Congreso de Diputados, mantenga su vigor con la renovación del Pacto de Estado en la que ahora se trabaja y con el foco puesto en ese nuevo drama que es la violencia vicaria, aunque podemos decir que la ley, el esfuerzo global, ha contenido el número de víctimas mortales. Ojalá, podamos avanzar en esa dirección.
-En veinte años y a partir de la ley, se aprecia un descenso de los asesinatos, se puede medir ese efecto. ¿Sabía usted el cambio social que implicaría su aprobación?
-Sí, por eso fue la gran prioridad. Las cosas simbólicas en política tiene un alto significado. El que fuera la primera ley que aprobamos y que se logró por consenso tenía un alto valor. Sigue siendo para mí la gran prioridad, es de las cosas más inexplicables de nuestra especie, que los seres humanos tienen encima de la mesa. Que alguien mate a una mujer, que intente dominarla, que no la deje ser libre porque crea que es de su propiedad y desde luego existe una respuesta que se rebela contra eso y es todo gracias al feminismo. Vamos a hablar claro, el feminismo es la mejor rectificación de la historia en el último siglo de las sociedades avanzadas. Ojalá siga vigoroso porque nos aporta una convivencia, valores de igualdad, aprecio por la sensibilidad, un valor del respeto, una apasionada defensa de la libertad que es una libertad para todos.
-Vivimos en un país distinto gracias a esa ley, ¿se le acercan mujeres para darle las gracias o tienen alguna anécdota que pueda contar?
-Sí. Tengo varias experiencias de ese tipo. No doy los nombres por respeto, pero alrededor de una decena de mujeres se me han acercado en diversas circunstancias y casi siempre emocionadas, lo cual ha hecho que me emocione también y me han dicho: “Gracias a la ley de violencia de género, señor presidente, creo que estoy viva”. Me ha ocurrido en distintos lugares de nuestro país, con mujeres de distintas convicciones, mujeres humildes trabajadoras, alguna inmigrante, pero también con mujeres de alto standing. Queda para mí, para mi sensibilidad y para pensar que en la trayectoria política hay cosas que sin duda alguna merecen la pena.
-A pesar de la ley seguimos teniendo unas cifras alarmantes de violencia, ¿qué podemos hacer para mejorar e implicar a la sociedad?
-Las cifras de victimas mortales están en una tendencia a la reducción, prácticamente un veinte por ciento menos y hay muchísimas más denuncias. Sin embargo, creo que se pueden perfeccionar dos aspectos: el preventivo, educativo antes de la escuela, hasta las policías, pasando por los juzgados, aunque debo decir que hay mujeres juezas y fiscales que están haciendo un esfuerzo. En segundo lugar, combatir los discursos negacionistas, esta especie de neomachismo arcaico, tardío. Lo más importante es que el centro derecha social y político, que abrazó la causa común de la ley contra la violencia de género, se mantenga en una posición firme más allá de sus pactos políticos, pero que en este campo sea inflexible y esté del lado de la mayoría social, de las mujeres y de la lucha contra la violencia de género.
-¿Qué papel deben jugar los hombres en esta lucha?
-Como país hay pocas cosas que podamos ofrecer mejor el resto del mundo que ser una referencia en que las mujeres vivan libres, con derechos y que ese machismo tan odioso sea arrinconado. Los hombres tenemos un papel decisivo en esta lucha. El machismo tiene una impronta tan poderosa, que arrastramos desde hace tantos siglos que me atrevería a decir los hombres tenemos que hacer una autoevaluación de comportamientos machistas casi a diario, incluso los que nos denominamos feministas, esa es la clave. Pertenezco a una generación que todavía convivió con el machismo, el de la transición democrática, tengo conciencia cuando éramos jóvenes de admitir sin plantearnos casi los chistes machistas, una manifestación demoledora de la sociedad que teníamos, hoy eso es impensable porque hemos tenido una educación de los sentimientos y ha sido gracias al feminismo.