Durante años, el nombre de Ringo Lam fue sinónimo de revolución dentro del cine de acción en Hong Kong. Y sin embargo, fuera de los círculos cinéfilos más entregados, pocos recuerdan hoy a este director que con una sola película —City on Fire (1987)— reescribió las reglas del género y encendió una mecha que ardería con fuerza en el Hollywood de los años noventa.
Fue Ringo Lam quien introdujo un nuevo lenguaje visual, una tensión narrativa cruda y una violencia impregnada de tragedia moral. Pese a todo, su nombre fue barrido por la ola de fama de otros directores más visibles como John Woo o Tsui Hark. El tiempo, cruel y olvidadizo, lo relegó a un rincón de la historia.
Ringo Lam: el arquitecto del ‘heroic bloodshed’
Hablar de Ringo Lam es hablar del nacimiento de un estilo cinematográfico: el heroic bloodshed. Esta etiqueta —tan grandilocuente como precisa— define un subgénero de acción que combina tiroteos coreografiados con una profunda carga emocional y existencial.
City on Fire fue la obra fundacional de esta estética. En ella, Chow Yun-Fat interpretaba a un agente infiltrado que acababa perdiéndose en la ambigüedad moral del mundo criminal, atrapado entre la lealtad y la traición, entre el deber y la redención imposible. La película no solo inspiró a toda una generación de cineastas asiáticos, sino que influyó de forma directa en el debut de Quentin Tarantino, Reservoir Dogs.
Tarantino siempre reconoció su deuda con Ringo Lam. No era solo una cuestión de homenaje visual, sino de tono, de ritmo, de atmósfera. La historia de un grupo de criminales que se traicionan unos a otros tras un robo fallido era casi un calco estructural de la película hongkonesa. Sin embargo, mientras Reservoir Dogs se convertía en un fenómeno mundial, el nombre de su inspiración quedaba sepultado bajo la mitología del nuevo Hollywood independiente.
La sombra de los gigantes
Durante la explosión del cine de acción hongkonés en los años ochenta y noventa, muchos directores buscaron la internacionalización. John Woo lo consiguió con The Killer y Hard Boiled, antes de dar el salto a Hollywood. Tsui Hark, por su parte, se convirtió en productor de éxito. Pero Ringo Lam, más reservado y menos dado al espectáculo visual grandilocuente, siguió un camino más errático. Aunque llegó a trabajar con Jean-Claude Van Damme en películas como Maximum Risk y Replicant, su estilo siempre pareció desentonar con las fórmulas del cine de acción occidental.
Lo cierto es que el cine de Ringo Lam siempre fue más sobrio, más oscuro y más pesimista. Sus historias no eran solo vehículos para explosiones o persecuciones. Eran tragedias contemporáneas en las que los personajes intentaban sobrevivir en un mundo podrido por la corrupción, la violencia y la desconfianza. En un mercado cada vez más dominado por el espectáculo vacío, ese enfoque introspectivo fue perdiendo terreno.

Pese a no contar con grandes presupuestos ni reconocimiento internacional, Ringo Lam mantuvo una filmografía coherente. Con títulos como Prison on Fire, Full Contact o School on Fire, que exploran los márgenes del sistema y la fragilidad de las relaciones humanas. En todas ellas, se percibe un hilo común: la mirada desencantada hacia la sociedad y el individuo enfrentado al abismo moral.
Esa fidelidad a sus principios estéticos y narrativos fue, en parte, la causa de su olvido. Mientras otros se adaptaban a las modas o buscaban nuevos públicos, Ringo Lam permaneció fiel a su lenguaje, sin traicionar el cine que creía necesario. Murió en 2018, casi en silencio, sin recibir el homenaje merecido por parte de la industria que él mismo había ayudado a transformar.